Barrio de Flores - Plaza General Pueyrredón

Historia del barrio

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A comienzos del siglo XVII llega a Buenos Aires procedente del Perú, don Mateo Leal de Ayala, quien adquiere una extensa propiedad de 500 varas en esta zona conocida por entonces como Pagos de la Matanza.

En 1790, luego de pasar por varios propietarios, don Juan Diego Flores se convirtió en el dueño de la mayor parte del primitivo predio. Fue su heredero, don Ramón Francisco Flores, quien junto con su apoderado y amigo Antonio Millán, cristalizó el nacimiento del pueblo cuyo nombre ya se había generalizado designándoselo como "las tierras de Flores". Desde muy antiguo, y al menos dentro de la América española, en el delineamiento del terreno del pueblo que acababa de fundarse se tenía principalmente en cuenta el lugar para la plaza, y de ahí que ésta apareciera dentro del caserío de la primitiva población. Y la plaza, desde sus días iniciales, también contaría con una estampa de primacía superior, cronológicamente considerada: la de la capilla del naciente pueblo. Sucede esto con la denominada hoy Plaza General Pueyrredón, cuyo perímetro, juntamente con el solar destinado a la edificación de la iglesia (actual Basílica) de San José de Flores, entran, al crearse el pueblo de Flores, en la traza que lleva a efecto Antonio Millán (febrero de 1801). Las tierras restantes fueron fraccionadas en manzanas de dieciséis lotes, iniciándose las ventas en 1808. El nombre del pueblo queda oficializado en 1806, al crearse el curato de San José de Flores, cuyo pueblo nacía a ambos lados del Camino Real (actualmente avenida Rivadavia), recorrido obligatorio para quienes viajaban hacia el oeste.

El 1 de diciembre de 1811, el Cabildo declaró al pueblo de San José de Flores como Partido separándolo de los pagos de la Matanza, con la designación, como autoridades, de Alcaldes de la Hermandad .En 1815 los habitantes del partido de San José de Flores eran 993. Hasta 1830 el desarrollo del pueblo fue lento, pero ya contaba con un Juez de Paz (autoridad máxima del pueblo) y dos colegios. Las quintas comenzaban a alternar con casas de descanso de la elite porteña. A mediados del siglo XIX, los progresos se hicieron más efectivos y la población aumenta, superando en 1852 los 5500 habitantes.

La edificación de mansiones señoriales y diversos acontecimientos políticos de trascendencia nacional, como la promulgación de la Constitución en 1853 y la firma del Pacto de San José de Flores en 1859, son muestras de la importancia que iba adquiriendo el pueblo. La ubicación era estratégica: atravesado por el Camino Real, se convertía en una parada obligada de carretas y yuntas de bueyes en su viaje entre Buenos Aires y Luján. Otra de las rutas importantes que comunicaban a Flores con la ciudad de Buenos Aires era el llamado camino de Gauna (actual Avenida Gaona). Las dos vías eran la salida comercial de la provincia y por lo tanto eran una prioridad para los gobiernos provinciales, ya que estas se deterioraban muy rápidamente, aunque recién en 1869 se iniciaron las obras de empedrado del camino Real y el mejoramiento del camino de Gauna. El primer servicio de ferrocarriles de Argentina fue inaugurado oficialmente el 29 de Agosto de 1857, con una gran fiesta y conmocionando a todo el pueblo, tanto de Flores como de la ciudad de Buenos Aires. En el comienzo fueron sólo dos estaciones en el Partido de San José de Flores: Flores y Floresta, esta última terminal del ferrocarril. La primera estación de Flores estaba ubicada entre las actuales calles Caracas y Gavilán. Recién en 1863 fue ubicada en su solar actual entre Artigas y Bolivia. Con la llegada del ferrocarril, familias patricias de la ciudad de Buenos Aires construyeron sus casas de recreo para descansar del trajín de la "gran ciudad". Lo característico y único de estas construcciones es que poseían galerías dirigidas hacia las vías del tren.

En 1871 don Mariano Billinghurst había construido la primera línea de tranvías desde Plaza Victoria (frente a la actual Casa Rosada) a la plaza San José (actual Pueyrredón). Esto aumentó aún más la valorización de los terrenos en el pueblo. El primer tranvía eléctrico a San José de Flores lo inauguró la empresa La Capital, el 2 de Noviembre de 1897, luego de haberse adoquinado definitivamente con piedras la Avenida Rivadavia.

En 1880, la ciudad de Buenos Aires es declarada Capital de la República Argentina, separándola de la provincia homónima. De esta manera, San José de Flores, como partido, siguió dependiendo de las autoridades provinciales, aunque no por mucho tiempo. En 1888, Flores, junto con el barrio porteño de Belgrano, fue anexado a la Capital Federal, y de esta manera continuó el proceso de expansión demográfica y comercial promovido con la llegada del ferrocarril.

La construcción de la actual iglesia se inició en 1879, época para la cual el viejo edificio construido durante el gobierno de Rosas se encontraba en peligroso estado. El nuevo templo se inauguró el 18 de febrero de 1883.

Con relación a la plaza de Flores, siempre ocupó el lugar que se le reservara en el primitivo plano. Su primer nombre fue "14 de Julio". Hasta mitad del siglo XIX la plaza fue potrero, estacionamiento de carretas y campo de fusilamiento. Por su ubicación las pompas fúnebres pasaban frente a la plaza, tanto los cuerpos que eran enterrados en el cementerio de Flores como los que recibían sepultura en otros cementerios. Este lugar fue el centro de operaciones del ejército de la Confederación dirigido por el coronel Hilario Lagos, contra Rosas en 1852.

Después de la caída de Rosas, en 1852, la plaza adquirió las nuevas concepciones traídas de Europa y Estados Unidos sobre el progreso y el nuevo concepto de parque como "espacio de reunión de lo pintoresco y lo sublime, de la cultura y el civismo democrático, opuestos a la naturaleza informe", en palabras de Sarmiento. Con su parquización de influencias europeas dejó para siempre de ser un descampado, parada de carretas y galeras. En esto fue decisiva la intervención de los vecinos, quienes inician una colecta, cuyos fondos estarían destinados a las obras de parquizado. En 1855 se denomina plaza 14 de julio y en 1862 se instala la primera calesita. En 1870 se le cambia el nombre por el de plaza San José y en 1894 se le da su nombre actual.

La plaza tenía plantas de nísperos y ciruelos, un hecho único ya que no era frecuente la existencia de árboles frutales en espacios públicos. Alrededor de la misma se encontraba la subintendencia, una confitería, una radioemisora (posteriormente radio Nacional), y dos cines, el Rex y el Colón de Flores, este último con servicio de café y confitería que atendía al público en mesas ubicadas en la vereda de la plaza.

En esta plaza se ubica el monumento a quien fuera Director Supremo en el año 1816, general Juan Martín de Pueyrredón, inaugurado el 28 de mayo de 1911, obra de Rafael Hernández.

El mástil de 25 metros de altura, cuya base está ornamentada con frisos de bronce del escultor Luis Perlotti, se inauguró en 1937. Otras obras que decoran la plaza, todas ellas de artistas argentinos, son: “Las Tres Gracias”, “Canción”, “La Espera”, y “Monje bajo la lluvia o Contravento”. La denominación de “Plaza General Pueyrredón” fue dada por Decreto del año 1894. En su predio se encuentra un Retoño del algarrobo histórico que formó parte de la chacra de Pueyrredón. Bajo el original, en 1818 se entrevistaron San Martín y Pueyrredón.

Desde marzo de 2013 el perímetro de la plaza se encuentra enrejado.

La literatura y el barrio

Flores fue y es el barrio de varios escritores, de alguno de los cuales hoy quedan sus viviendas como casas históricas. Entre ellos, Baldomero Fernández Moreno, Oliverio Girondo, Alfonsina Storni, Alejandro Dolina. Roberto Arlt lo ha retratado en sus aguafuertes porteñas:

Molinos de vientos en Flores

Roberto Arlt- publicado por el diario El Mundo en su edición del 10 de setiembre de 1928, algunos fragmentos.

*"Hoy, callejeando por Flores, entre dos chalets de estilo colonial, tras de una tapia, en un terreno profundo, erizado de cinacinas, he visto un molino de viento desmochado. Uno de esos molinos de viento antiguos, de recia armazón de hierro oxidada profundamente. Algunas paletas torcidas colgaban del engranaje negro, allá arriba, como la cabeza de un decapitado; y me quedé pensando tristemente en qué bonito debía de haber sido eso hace algunos años, cuando el agua de uso se recogía del pozo. Cuántos han pasado desde entonces!

….Flores, el Flores de las quintas, de las enormes quintas solariegas, va desapareciendo día tras día. Los únicos aljibes que se ven son de "camouflage", y se les advierte en el patio de chalecitos que ocupan el espacio de un pañuelo. Así vive la gente hoy día.

Qué lindo, qué espacioso que era Flores antes! Por todas partes se erguían los molinos de viento. Las casas no eran casas, sino casonas. Aún quedan algunas por la calle Beltrán o por Bacacay o por Ramón Falcón. Pocas, muy pocas, pero todavía quedan. En las fincas había cocheras y en los patios, enormes patios cubiertos de glicina, chirriaba la cadena del balde al bajar al pozo. Las rejas eran de hierro macizo, y los postes de quebracho. Me acuerdo de la quinta de los Naón. Me acuerdo del último Naón, un mocito compadre y muy bueno, que siempre iba a caballo. Qué se ha hecho del hombre y del caballo? ¿Y de la guinta? Sí, de la quinta me acuerdo perfectamente.

Era enorme, llena de paraísos, y por un costado tocaba a la calle Avellaneda y por el otro a Méndez de Andés. Actualmente allí son todas casas de departamentos, o "casitas ideales para novios". ¿Y la manzana situada entre Yerbal, Bacacay, Bogotá y Beltrán? Aquello era un bosque de eucaliptos. Como ciertos parajes de Ramos Mejía, aunque también Ramos Mejía se está infectando de modernismo. …..La tierra entonces no valía nada. Y si valía, el dinero carecía de importancia. La gente disponía para sus caballos del espacio que hay compra una compañía para fabricar un barrio de casas baratas. La prueba está en Rivadavia entre Caballito y Donato Álvarez. Aún se ven enormes restos de quintas. Casas que están como implorando en su bella vejez que no las tiren abajo.

En Rivadavia y Donato Álvarez a unos veinte metros antes de llegar a esta última, existe aún un ceibo gigantesco. Contra su tronco se apoyan las puertas y contramarcos de un corralón de materiales usados. En la misma esquina, y enfrente, puede verse un grupo de casas antiquísimas en adobe, que cortan irregularmente la vereda. Frente a éstas hay edificios de dos o tres pisos, y desde uno de esos caserones salen los gritos joviales de varios vascos lecheros que juegan a la pelota en una cancha.

….A diez cuadras de Rivadavia comenzaba la pampa. La gente vivía otra vida más interesante que la actual. Quiero decir con ello que eran menos egoístas, menos cínicos, menos implacables. Justo o equivocado, se tenía de la vida y de sus desdoblamientos un criterio más ilusorio, más romántico. Se creía en el amor. Las muchachas lloraban cantando La loca del Bequeló. La tuberculosis era una enfermedad espantosa y casi desconocida. Recuerdo que cuando yo tenía siete años, en mi casa solía hablarse de una tuberculosa que vivía a siete cuadras de allí, con el mismo misterio y la misma compasión con que hoy se comentaría un extraordinario caso de enfermedad interplanetaria.

Se creía en la existencia del amor. Las muchachas usaban magníficas trenzas, y ni por sueño se hubieran pintado los labios. Y todo tenía entonces un sabor más agreste, y más noble, más inocente. Se creía que los suicidas iban al infierno. Quedan pocas casas antiguas por Rivadavia, en Flores. Entre Lautaro y Membrillar se pueden contar cinco edificios. Pintados de rojo, de celeste o amarillo. En Lautaro sedistinguía, hasta hace un año, un mirador de vidrios multicolores completamente rotos. Al lado estaba un molino rojo, un sentimental molino rojo tapizado de hiedra. Un pino dejaba mecer su cúpula en los aires los días de viento.

Ya no están más ni el molino ni el mirador ni el pino. Todo se lo llevó el tiempo. En el lugar de la altura esa, se distingue la puerta del cuchitril de una sirvienta. El edificio tiene tres pisos de altura. También la gente está como para romanticismo! Allí, la vara de tierra cuesta cien pesos. Antes costaba cinco y se vivía más feliz. Pero nos queda el orgullo de haber progresado, eso sí, pero la felicidad no existe. Se la llevó el diablo."*