Jueves 24 de Octubre de 2013

Curiosa Buenos Aires: cruce de historias en el corazón porteño

En el flamante Microcentro se mezclan personas generacionalmente distintas, pero a la vez con muchas cosas en común. Como Isidoro Levi (80), que mantiene intacto el negocio de sombreros iniciado por su abuelo y su tío. O Dolores Nocito (34), que se levanta cada mañana con una premisa: disfrutar la vida. Testimonios surgidos de la muestra fotográfica al aire libre que rinde homenaje a sus vecinos.

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El señor de los sombreros

Isidoro Levi orilla los ochenta y, a primera vista, no le pesan ni un poco. Ama la Ciudad y así se refleja en un detallado relato sobre vivencias, propias y de las otras, que desempolvan un lindo aire nostálgico. Este hombre de hablar pausado y de tupido mostacho gris, cuidadosamente peinado, al mejor estilo Dali, se presenta en sociedad de cara a una gigantografía bien porteña, que lo muestra orgulloso, contando su vida a modo de homenaje. Le sale, naturalmente, una y mil veces la palabra “gracias” porque “en la vida siempre hay que ser agradecido. Por este reconocimiento que me hacen, porque como bien dice este afiche, yo no me puedo olvidar que cuando tenía 14 años empecé repartiendo sombreros en el local que era de mi abuelo y de mi tío. Hace 66 años que estoy en el mismo lugar, frente a la Iglesia más vieja de la Ciudad de la Capital (San Ignacio Loyola), ahí nomás del colegio Nacional Buenos Aires. Y sigo, vivito y coleando… Entonces cómo no voy a estar agradecido…”

El Microcentro, con Monserrat a la cabeza, es su lugar en el mundo. No cambia por nada caminar las calles soleadas y mirar de reojo el mítico Cabildo que tantos recuerdos le trae. O el simple saludo al vecino conocido o al ocasional. Incluso cuando posa ante la fotógrafa Jimena Mizrahi, en la muestra fotográfica al aire libre que rinde homenaje a sus vecinos organizada por Humans of Buenos Aires.

Hace un prolongado silencio y rememora: “Vi toda la historia que pasó en el Colegio Nacional Buenos Aires y en la Iglesia San Ignacio. Era, es mejor dicho, mi zona. Por ahí pasaba el travía 22… Conozco todo lo que se ha vivido en el barrio, porque yo fui testigo de lo que pasó. No me lo cuentan: lo viví. Caminé estas veredas desde pibe y la sigo caminando ahora, que tengo 80.”

Cae, inevitablemente, en comparaciones temporales, entre aquellos años dorados y este presente que muestra una ciudad renovada. Isidoro afirma convencido: “Hoy Buenos Aires está mucho mejor en todo aspecto, está más bonita y eso se disfruta. Se la ve linda…Ni hablar que ahora van a hacer la parte peatonal de mi cuadra, Bolívar, algo que estuvimos luchando mucho con el padre Francisco y finalmente puedo decir orgulloso que se logró. La están por terminar y estamos esperando ansiosos que eso ocurra.”

A modo de confidencia, Isidoro relata una rutina personal que no modifica, llueve o truene: “Camino, me gusta mucho caminar, mirar los edificios, su increíble arquitectura… También ir a almorzar, rigurosamente cada día, al bar de la esquina. Soy feliz, por ejemplo, cuando me viene a visitar mi sobrino y mi sobrina nieta. Y le voy a hacer una confesión: tengo un sobrino bisnieto, que todavía no vino al local… Eso sí, cuando venga, espero que pronto porque todavía es muy chico, ya lo voy a hacer trabajar conmigo. Todos ellos me dan alegría…”

Y cierra, este simpático abuelo: “La mía es una gran historia familiar que, gracias a dios, yo pude seguir. Es importante para mí poder seguir los pasos de mi abuelo y de mi tío. Además, quiero seguir disfrutando el lugar donde estoy. Pensar que en la Diagonal Sur no existía el edificio Siemens… Ahí había el local de una casa que vendía plantas. En la calle Bolívar, frente al City Hotel, había un vivero que los techos eran de chapa. Acá yo vi todo…”

La chica de la risa colorida

Dolores Nocito se ríe todo el tiempo y hace muy bien. Cuando habla de sí misma, de su trabajo, de la luminosidad que muestran las calles del Microcentro, de los bares que tanto le gustan frecuentar, de sus viajes en bicicleta… Se ríe, Dolores, porque parece disfrutar su día a día. “Hace 13 años que trabajo en el Microcentro. La verdad es que la Ciudad cambió mucho en estos últimos años. Está lindísima. Se le ven los colores y en lo personal me gusta mucho venir a trabajar a un lugar en el que se ven las nuevas escalas, las perspectivas, los edificios… como que hay un nuevo aire, con mucha más luz que antes. Todo se ve más nuevo.”

Esta radiante chica que se crío en zona Norte pero ya adoptó Palermo, su barrio actual, como algo propio, cuenta que trabaja “en comunicación interna del Banco Central. Tuve toda una historia de cambiar de puestos. Crecí ahí adentro. Empecé como secretaria y hoy, finalmente, puedo decir que hago lo que me gusta. Tengo 34 años y trabajo desde los 20 en esta zona.”

Cómo movilizarse al centro, es la cuestión. Y Dolores tiene a mano distintas variantes para ganarle minutos a sus habituales recorridos: “Trato de venir a trabajar en bici porque ahora en la oficina nos pusieron un bicicletero. Pero lo más práctico es el subte, aunque a veces tomo el tren en Carranza y así llego rápido al centro. Ah, otra cosa: camino mucho.”

¿Una manera de combatir la rutina? Dolores tiene su fórmula: “Es medio difícil el tema de salir a comer al mediodía, pero trato de hacerlo. Es muy necesario y ahora se puede más que antes. La Ciudad está mucho más disfrutable y una de las razones es que hay un poco más de verde. Se está notando que la gente se larga a caminar, a bajarse de las motos, a mirar la vida de otra manera…”

Cámara en mano

Historias del corazón porteño