El Papa, como tantas otras veces, sorprendió a propios y a extraños. ¿De qué manera esta vez? Salió a recorrer las pobladas calles romanas y, como un turista cualquiera, ante la sorpresa de quienes andaban por el lugar, llegó en un coche a una muy concurrida óptica de la Via del Babuino, en el centro histórico, a dos pasos de la famosa Piazza del Popolo, donde permaneció alrededor de cuarenta minutos.
Se probó anteojos, según detalla la agencia de informaciones religiosas I-Medias, y le pidió al encargado de la tienda que le cobrara el precio normal, sin hacerle reducciones ni favores. "No quiero unas gafas nuevas, solo hay que cambiar los lentes, no quiero gastar", fueron las palabras de Francisco, según reconstruyó el optómetra Alessandro Spiezia.