Ese día Maruja se levantó temprano. Eligió un pantalón gris oscuro, botas negras con taco, se abrigó bien para no sufrir el frío, incluido un poncho al tono, y salió de casa con su andador con suficiente tiempo como para no llegar tarde a la cita. Había algo de ansiedad: a la mujer que la cuida le costó seguirle el ritmo de caminata. Llegó puntual al Club Comunicaciones de Villa del Parque y, cuando le llegó el turno, recibió la segunda dosis de la vacuna contra el COVID-19. La sorpresa llegó después, cuando todo el personal de salud del vacunatorio le cantó el Feliz Cumpleaños: ese día, Maruja cumplía 101 años.
Ella nació en Rubiás (Orense), un pequeño pueblo gallego de seis cuadras por cuatro, cercano al límite con Portugal. Según el censo de 2019 tiene 58 habitantes, 29 hombres y 29 mujeres. Como gran parte de la familia Garrido, a los 28 años Maruja decidió escapar de las penurias y miserias que había dejado la guerra en Europa, junto a su única hija Victoria, de 2 años. Corría 1950. El viaje en barco duró unos 35 días y en Buenos Aires la esperaban sus padres y su hermana Marina, 5 años mayor que ella. Lo primero que conoció fue la casa de la calle Larsen y sus alrededores, en Villa Pueyrredón, un barrio de casas bajas y plazas amplias que desde entonces ha sido su lugar de pertenencia de casi toda la vida.
Sin saber absolutamente nada de la industria textil, pronto ingresó a trabajar en un taller que fabricaba sábanas para Graffa. Con los años fue aprendiendo el oficio y ascendiendo hasta convertirse en la capataza del taller. “Es una típica gallega laburadora”, describe hoy Victoria. “Con mucho carácter y determinación. Muy organizada, con su día para la limpieza de tal parte de la casa, otro día para las compras. Ella venía del campo, de las vacas y la cosecha, y de golpe se encontró con un mundo nuevo en el que pudo progresar hasta comprarse su propia casa”.
Ese carácter seguramente lo forjó de chiquita, cuando cruzaba caminando a Portugal para comprar azúcar, café, pan y todas las cosas que faltaban en España. Muchas veces los carabineros le confiscaban la mercadería en la frontera. Ella enfurecía y buscaba la forma de eludir los controles. “Un día se comió todo el pan debajo de un árbol para que no se lo quitaran”, cuenta Victoria. Y también durante el viaje el barco a Buenos Aires en clase turista. En la cubierta del barco Maruja lavó ropa para los que viajaban en primera, o les cuidaba los chicos con tal de ganar un dinero extra para seguir adelante. “A veces hasta le daban comida de primera”, recuerda Victoria, que puede reconstruir la vida de su madre gracias a los relatos de Maruja y de su tía Marina. “Marina es más grande, pero está más lúcida que mamá”, confiesa Victoria.
La determinación de Maruja es tal, que cuando se retiró del taller textil los dueños le regalaron dos máquinas industriales que ella llevó a su casa de Villa Pueyrredón para seguir fabricando sábanas por su cuenta.
Con el tiempo vio crecer la familia y asistió al nacimiento de sus tres nietos: Darío, Gabriel y Valeria. Y desde hace cuatro años disfruta las travesuras y ocurrencias de su bisnieta Lola, que es la consentida de toda la familia.
Hasta los 98 años Maruja vivió sola y tuvo su vida perfectamente organizada. Ella hacía todo. Tal día era para la limpieza profunda de la cocina, tal otro, para el dormitorio. Los jueves iba al supermercado a hacer la compra semanal y aprovechaba la salida para darse un gusto litúrgico: comer pescado frito como en su Galicia natal. Un accidente absurdo tratando de atarse las zapatillas terminó con una fisura de pelvis que alteró su movilidad y su agenda semanal. Estuvo un tiempo en un geriátrico hasta que se recuperó y volvió a casa. “Es una gallega cabeza dura”, dice sin filtro Victoria.
Maruja ya no está para vivir sola. Le cuesta que haya alguien dentro de su casa “tocando sus cosas”. A veces tiene confusiones lógicas de su edad. Quiere hacer todo y, si no puede, da las órdenes pertinentes para que la casa esté en orden.
Hace un par de años Victoria viajó a Rubiás a visitar su lugar de nacimiento. No le costó identificar la esquina donde Maruja y Marina improvisaban música con cacharros y bailaban de niñas. Así se divertían. Y se encontró con gente que la había conocido de chiquita. “Te manda saludos Fulano de tal y Fulana de tal”, fueron los cuentos al regreso. Maruja se emocionaba.
Como se emocionó toda la familia al ver las imágenes que grabó la nieta Valeria ese día que le tocó darse la segunda dosis de la vacuna y todo el personal de la salud que trabaja en el Club Comunicaciones le cantó el Feliz Cumpleaños. Ahora le toca el turno a Marina para completar la inmunización. Y en octubre, soplar las velitas. Entonces cumplirá 107 años.