Por una antropología ecológica. La antroecología(*)

[ED, (19/11/2013, Nro. 13.367)]

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Por Barra, Rodolfo C.

El rico lenguaje semita del Libro del Génesis nos brinda una filosofía ecológica sobre la que deberíamos reflexionar más a menudo. El hombre es la culminación de ese proceso creativo que llamamos naturaleza. Es una creatura de una muy especial dignidad -imagen de Dios- y como tal dueño y señor de la misma naturaleza, a la que debe someter y dominar. Recibe en donación todo lo creado, pero es una donación con cargo: el de continuar la misma creación, tanto por la multiplicación de la propia especie humana como por la también multiplicación o transformación de lo recibido en otros bienes para el beneficio de toda la estirpe hasta el final de los tiempos.

El hombre es culminación, pero es también parte de lo creado. Nos dice el Génesis que el Creador lo contempla en el momento final del proceso junto con toda Su obra, en medio -estrictamente en el centro- de toda la Creación. Y en ese momento, y con esa perspectiva "vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho" (Ge. 1.31).

Podemos decir que el Génesis, libro que en gran medida ha formado la cultura de nuestra civilización, además de palabra revelada para los creyentes, es un poema antroecológico porque le canta al hombre en su medio ambiente, en su situación de centro de la naturaleza y en su referencia refleja (imagen) del mismo Creador.

No se concibe al hombre sin la naturaleza y a la naturaleza sin el hombre. Es entonces certera la afirmación del papa Juan Pablo II cuando señala que en la esencia de la cuestión ecológica, es decir, de "la insensata destrucción del ambiente natural", se encuentra "un error antropológico"(1).

Esta concepción antroecológica no podía estar ausente de las enseñanzas sociales de la Iglesia, su denominada "Doctrina Social". Esta busca brindar un servicio para toda la humanidad, creyentes y no creyentes, recordándonos principios de organización social fundados en la razón, aunque iluminada por la fe y la caridad (2).

El documento fundacional de este magisterio, la encíclica Rerum novarum del papa León XIII, del 15-5-1891, se refiere a la cuestión social, que en ese momento se presentaba principalmente como la cuestión obrera; era la novedad -trágica, explosiva- que conmovía al siglo que terminaba, quedando en herencia para el sucesivo. Terrible herencia que fue el caldo de cultivo de los totalitarismos, de las guerras despiadadas y de las grandes matanzas y genocidios.

Durante ya más de cien años, el magisterio pontificio ha ido actualizando su enseñanza en respuesta a las cosas nuevas que tan abruptamente se presentan en el complejo tejido social, en un mundo de cambios tan veloces que hasta aparecen inasibles para la inteligencia. Si la cuestión social a la que se enfrentó León XIII a finales del siglo XIX era, predominantemente, la cuestión obrera, hoy parece serlo, también de manera predominante pero no exclusiva, la cuestión ecológica. Ello da razón a la afirmación de Benedicto XVI acerca de que "la Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo"(3).

La cuestión ecológica es de naturaleza moral, económica, política; en definitiva, es una cuestión de justicia y de concepción del hombre -por eso hablamos de "antroecología"- ya que, como lo afirmaba Benedicto (4), "el modo en que el hombre trata el ambiente influye en la manera en que se trata a sí mismo, y viceversa". Y el trato que los hombres se dan entre sí es una cuestión moral y de justicia: el respeto por el ambiente humano (la naturaleza, la creación) supone cumplir con dos de los preceptos de la ley moral y del derecho natural: "vivir honestamente" y "no dañar al otro". También es una estricta obligación de justicia: respetar el ambiente es "dar a cada uno lo suyo".

En aquella especial relación de justicia, es decir, de la virtud que nos conduce a darle al otro lo que le corresponde, lo que es su derecho, el otro debe ser valorado desde distintas perspectivas. Es sin duda el otro individual, la persona de carne y hueso que es dañada en su salud por conductas contaminantes de terceros, o disminuida hasta extremos críticos en sus posibilidades de alimentación y habitación, por la destrucción del ambiente que lo rodea, pero también el otro son comunidades, ya sea dentro de las naciones o también las mismas naciones. El daño al ambiente, o su mala gestión, por las naciones poderosas es causa del estancamiento en el subdesarrollo de las naciones más débiles. La participación adecuada en la explotación sustentable del ambiente, de los recursos naturales, de la energía, de los alimentos es un acto de solidaridad y justicia entre los pueblos.

Como decimos, se trata de una especial relación de justicia, ya también es una cuestión de solidaridad y justicia intergeneracional (5): en definitiva, el hombre adánico del Génesis, caído pero restaurado por el otro Hombre síntesis de toda la Creación, el Hijo de Dios hecho carne, es también todo el hombre, en todas sus generaciones. El despilfarro del ambiente, su uso no esencialmente creativo (aunque en lo inmediato lo parezca) sino esencialmente destructivo, es una injusticia contra el otro que vendrá, que nos continuará en el mandato bíblico de multiplicarnos en la historia, porque el ambiente es una herencia común, donada por el Creador a todos los hombres.

Un acto injusto es también un acto egoísta, contrario a la caridad, una avaricia en el tener y gozar, que lleva a "consumir de manera desordenada los recursos de la tierra", enseñaba Juan Pablo II en la encíclica Centesimus annus (6). Es que el ambiente es un bien colectivo (7), concepción que se enlaza con la tradicional enseñanza cristiana, de sus filósofos y teólogos y del mismo Magisterio Social desde León XIII en adelante, acerca del destino universal de los bienes, porque aun poseídos como propios los bienes deben reportar beneficios no sólo al poseedor sino a los otros, para usar palabras del Concilio Vaticano II (8).

Por eso también la antroecología tiene una necesaria dimensión económica. El ambiente es la casa común, pero también es el recurso común (9). Agotar irracionalmente el recurso natural es, como vimos, insensato e injusto. Es fuente de pobreza. Pero no explotar el recurso de la naturaleza, de manera racional y sustentable, es igualmente insensato e injusto, causa de pobreza y subdesarrollo. Es una traición a los pueblos, de hoy y de mañana. El hombre es cocreador, domina y somete a la naturaleza respetando el orden mismo que ella contiene, sus propias leyes, que el hombre descubre con su inteligencia y aprovecha, racionalmente, guiado por la justicia y la caridad, para el bien de todo el género humano. "Por ello -enseña el Magisterio, en el Compendio de Doctrina Social (10)- el hombre no comete un acto ilícito cuando, respetando el orden, la belleza y la utilidad de cada ser vivo y de su función en el ecosistema, interviene modificando algunas de las características y propiedades de estos", claro está, siempre que se valore "cuidadosamente su utilidad real y sus posibles consecuencias, también en términos de riesgo".

Es también una obligación de justicia y caridad generar alimentos y crear trabajo. La primacía de la creación la tiene el hombre en el ambiente, no el ambiente sin el hombre. Es una alianza (11) que se encuentra, como vimos, en la misma génesis de la historia y que sólo el hombre puede romper por excesos o defectos igualmente insensatos. El recurso-ambiente es, por supuesto, un recurso económico, productivo. El aprovechamiento del ambiente forma parte de un proceso económico que debe respetar el principio de solidaridad entre los factores productivos y los beneficiarios del ambiente, es decir, todas las generaciones. Así lo enseñaba el papa Francisco en una reciente alocución (12), precisamente reflexionando sobre una industria tan comprometida como la minería.

La economía se orienta a la satisfacción de las necesidades del hombre, en definitiva, de la generación y distribución de los bienes que este necesita consumir. El consumo no sólo satisface las necesidades, sino que crea riqueza y desarrollo para todos. Pero el consumismo es una conducta irracional fomentada en muchos por la avaricia de pocos. Advertía el general Perón que "las mal llamadas ’’sociedades de consumo’’ son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo, basadas en el gasto, por el que el gasto produce lucro"(13).

Finalmente (aunque sólo a los efectos de estas breves líneas), debemos detenernos en la dimensión política de la antroecología. Es que la política es como la culminación de todas las acciones humanas, y así se inspira necesariamente tanto en la virtud de la denominada justicia del bien común como en la caridad. La responsabilidad social, decía recientemente Francisco en Brasil (14), "requiere un cierto tipo de paradigma cultural, y en consecuencia, de la política".

Sin duda que la política es una responsabilidad de todos, pero dentro de ella se encuentra la acción de gobierno. Este, en los países civilizados, es del pueblo y para el pueblo, en definitiva, para cada una de las personas que lo integran, y por ello está a cargo, sólo a cargo, de los representantes elegidos por la voluntad popular.

Sin perjuicio de nuestras responsabilidades individuales, los gobiernos son los responsables directos e inmediatos del cuidado del ambiente. Ellos deben educar para el ambiente desde una perspectiva personalista y fomentar la actividad económica que sea más eficiente en costos ecológicos, y también la que más enriquezca el ambiente en continuidad con la Creación.

Pensemos en el mercado. Su estudio no es sólo una cuestión económica, sino es fundamentalmente política, ya que admitido, con Juan Pablo II (15), que el libre mercado es el "instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder a las necesidades", ello sólo vale -continúa el Papa- para lo que es "’’solventable’’ con poder adquisitivo, y para aquellos recursos que son ’’vendibles’’, esto es, capaces de alcanzar un precio conveniente". Pero esto no es aplicable, siempre citando a Juan Pablo, para las necesidades humanas fundamentales, lo "que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su inminente dignidad"(16). Entre lo que es debido al hombre porque es hombre se encuentra el ambiente. El consumismo y la cuestión ecológica (que se encuentran estrictamente vinculados, enseña Juan Pablo (17)) parecen estar creando una situación de injusticia (quitarle al hombre lo que le es debido por su condición de tal) y esta situación de injusticia tiene que ser corregida por "la política", por los gobernantes.

Cabe aquí simplemente transcribir lo dicho, con precisa doctrina, por Juan Pablo II en la encíclica que estamos citando (Centesimus annus): "Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos, como son el ambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por los simples mecanismos de mercado. Así como en tiempos del viejo capitalismo el Estado tenía el deber de defender los derechos fundamentales del trabajo, así ahora con el nuevo capitalismo el Estado y la sociedad tienen el deber de defender los bienes colectivos que, entre otras cosas, constituyen el único marco dentro del cual es posible para cada uno conseguir legítimamente sus fines individuales"(18). Y continúa: "He ahí un nuevo límite del mercado: existen necesidades colectivas y cualitativas que no pueden ser satisfechas mediante sus mecanismos; hay exigencias humanas importantes que escapan a su lógica; hay bienes que por su naturaleza, no se pueden ni se deben vender o comprar"(19).

El "capitalismo" -dice el Papa- no es la "vía del verdadero progreso económico y civil"(20), siempre que por capitalismo se entienda "un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso..."(21).

El establecimiento de aquel "sólido contexto jurídico" es competencia y materia propia de la política, de los gobiernos, de la regulación legal, que debe ser expresión de la ya mencionada "justicia general o del bien común", que es la que orienta a todas las acciones humanas al bien común, solo realizable cuando se adjudica distributivamente en la persona individual concreta. Conspira contra el bien de la persona tanto el sistema que anula el mercado como aquel otro que omite regularlo prudentemente.

Pero hoy el mercado, lo sabemos muy bien, es una realidad global. También lo es la cuestión ambiental, antroecológica, y, por tanto, también lo es la regulación global del mercado global. Pero la ley es obra de quien tiene a su cuidado el bien común, enseñaba Santo Tomás de Aquino, es decir, de la autoridad política, y en el punto, de la que debería ser una autoridad política también global. Esta es la gran preocupación que Benedicto XVI expresó en la Caritas in veritate. En el Nº 67 de la misma, el Papa clama por la creación de un "ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos". Urge, afirma, el establecimiento de "una verdadera autoridad política mundial"(22), sometida al derecho y a los principios de subsidiariedad y solidaridad, ordenada al bien común y con fuerza para "hacer respetar sus propias decisiones". Sobre todo "comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad y la verdad"(23).

Para defender y llevar a la práctica todo esto, "hagamos lío", como pidió Francisco, el mismo lío que el Santo que inspiró su nombre, Francisco de Asís, hizo en la Iglesia y la comunidad de su tiempo. Y lo sigue haciendo.

(*) - Nota de Redacción: Sobre el tema ver, además, los siguientes trabajos publicados en El Derecho: La ecología en el derecho hebreo y comparado, por Gabriel A. Minkowicz y Daniel Vear, EDA, 2011-430; La Convención de Aarhus como un sumario de la situación del derecho ambiental de nuestro tiempo, por Eduardo A. Pigretti, ED, 241-989; La nueva responsabilidad ambiental, por Eduardo A. Pigretti, ED, 243-1317 Carta Ambiental de Buenos Aires 2012, por Diario Ambiental, ED, 251-895; Derecho y cambio global, por Eduardo A. Pigretti, ED, 252-905. Todos los artículos citados pueden consultarse en www.elderecho.com.ar.

1 - Juan Pablo II, encíclica Centesimus annus, 37 (en adelante CA, seguida por el número de parágrafo).

2 - Cfr. Benedicto XVI, encíclica Caritas in veritate (en adelante CV, seguida por el número de parágrafo), Introducción.

3 - CV, 51.

4 - CV, 51.

5 - CV, 48.

6 - CA, 37.

7 - CA, 40.

8 - Constitución pastoral Gaudium et spes, 69; 71.

9 - Cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Nº 465.

10 - Ibídem, Nº 473.

11 - CV, 50.

12 - Mensaje por la Jornada de Reflexión sobre la Industria Minera, 9-9-13.

13 - Perón, Juan D., Mensaje ambiental a los pueblos y gobiernos del mundo, Madrid, 21-2-72.

14 - Discurso en el encuentro del Santo Padre con la clase dirigente de Brasil, 27-7-13.

15 - CA, 34.

16 - Ídem (bastardilla en el original).

17 - CA, 37.

18 - CA, 40.

19 - Ídem.

20 - CA, 42.

21 - Ídem.

22 - CV, 67 (bastardilla en el original).

23 - Ídem.