Entrevista a Susana Rinaldi y Osvaldo Piro antes de que se presenten juntos por primera vez en el Festival

Al frente de una gran orquesta, el maestro bandoneonista y compositor Osvaldo Piro estrenará arreglos instrumentales de nuevos tangos y repasará junto a la cantante Susana Rinaldi un puñado de emociones hechas canción. Compartimos las entrevistas que brindaron ambos artistas para TANGO BA.

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La Tana Rinaldi, actriz e intérprete, aportó desde su aparición un estilo distinto e inesperado en el canto que marcó un cambio de época. Osvaldo Piro, apadrinado por Aníbal Troilo, desarrolló con el sonido orquestal su propio vanguardismo. Estos dos creadores únicos e irrepetibles volverán a reunirse en un escenario para hacer historia.

Susana Rinaldi, la voz que milagrea una ternura inédita

¿Cómo combinó su formación de actriz con la de cantante? ¿Aquel día en el que Bergara Leumann la invitó a cantar el tango Sur en La Botica fue la génesis de la cantante de tango o comenzó antes?

Debe haber comenzado en el edificio de la Escuela Nacional de Arte Dramático y en la Escuela Nacional de Música Carlos López Buchardo. La casa de música era una vieja casa señorial ubicada en Callao y Las Heras; justo al lado y con una puerta bastante disimulada se encontraba la entrada de la Escuela Nacional de Arte Dramático. Los alumnos de las dos casas asistían a una misma cafetería y recuerdo que un día un amigo de teatro me comenzó a hablar de lo que yo le daba a la gente cuando cantaba, “me parece que el teatro universal se está perdiendo a la gran actriz que usted puede ser”, me dijo. A ese muchacho nunca más lo vi, pero dejó en mí esa impronta. Además de la mirada de los otros, tanta fue mi necesidad de incursionar en el teatro, que un día me encontré entrando en la casa de música por Callao a las nueve de la mañana y saliendo por Las Heras a las diez de la noche, seguí estudiando las dos cosas.

¿Cómo era su vida en ese entonces?

Vivía en el barrio de Caballito, en una casa de mujeres, con mi madre, mi hermana y mi abuela. Me eduqué en el canto clásico, pero el teatro me ayudó a querer al tango, un canto popular como eran los lieders de Schumann; donde lo popular era pobre de toda pobreza, sobre todo en versificación, porque eran grandes escritores los que le daban letras a los tangos. Tuve maestros excelentes, tanto dentro de la música como en el arte dramático, pero sobre todo me siento agradecida con mis compañeros que me enseñaron el valor de la verdadera amistad, mientras nos acercábamos a través de los renglones profundos del teatro a una intelectualidad que no conocíamos todavía.

Usted declaró en alguna oportunidad que ha sostenido durante sesenta años de carrera artística la parada de la historia del tango y, sobre todo, la de la historia de la mujer en la historia del tango.

Cuando yo comencé a interpretar el tango había algo que me llamaba poderosamente la atención, era como si la mujer no hablara dentro de la historia del tango, porque siempre un hombre hablaba de ella, bien o mal. Entonces, como yo no podía traducir mis sentimientos en cada uno de esos temas como quería, empecé primero por cambiar el género a los temas, pero aun así había cosas de las cuales la mujer no hablaría ni pensaría. A partir de ahí, aparecieron en mi vida las grandes escritoras que tiene el tango, Eladia Bláquez, María Elena Walsh o Carmen Guzmán. Esta última escribía casi siempre con una maestra rural que firmaba con el nombre de Mandy, era muy tímida, guardaba dentro de ella su personalidad. Escribió entre otros el tango “Ser”: “Todas las cosas que soñé, poder un día realizar, ¡Vivir!, fueron muriendo sin nacer y ya no es tiempo de esperar...”. Fue muy lindo tener esas compañías para poder determinar grandes espectáculos con muy buenos repertorios en los que triunfaba la mujer dentro del tango.

Sus espectáculos tienen la particularidad de ser conceptuales.

Todo eso llamó la atención acá y sobre todo en Europa, donde yo me instalé por razones políticas. Viví en Francia durante veinticinco años y esa experiencia me enseñó a interpretar mejor mis obras, a saber de qué estaba hablando. Yo fui un poco la creadora de eso en nuestro país, juntamente con mi querida amiga María Herminia Avellaneda, una gran directora de actores que colaboró en la comprensión de la propuesta que yo pensaba para el espectador y la escucha del rol de la mujer dentro de la historia del tango. Eso marcó una gran diferencia.

¿Qué relación tiene con Francia?

Cuando llegó la dictadura en los años 70, muchos tuvimos que irnos de Argentina. A pesar del regreso de la democracia es una herida profunda que tarda en curarse. Siempre que llego a Francia siento que llego a mi casa, es un país que tiene memoria y la demuestra. Me nutrió desde lo social, lo político y lo cultural, me dio la confianza en mí misma y la importancia de saber que lo que uno quiere está bien.

¿Cómo fue cantar en el Olympia de París con entradas agotadas?

El Olympia es un teatro que tiene la magia incorporada para siempre, por cada uno de los artistas maravillosos que pasaron por ese lugar y por la presencia de quien fuera su dueño a quien conocí, Bruno Coquatrix. Nos recibían de una manera maravillosa. Eran tiempos en los que oíamos a Édith Piaf o Yves Montand.

Sus discos también son conceptuales y algunos se han convertido en hitos, como los que grabó completamente con obras de los poetas Cátulo Castillo y Homero Manzi.

Si la mitad de los ciudadanos de Buenos Aires fueran un poco de lo que Cátulo fue, esta ciudad sería diferente. La mirada de esta ciudad y la de su gente en relación a los demás sería completamente distinta. Cátulo fue un personaje irrepetible, trabajaba como Secretario en Sadaic (Sociedad Argentina de Autores y Compositores) y a Osvaldo Piro y a mí nos ayudó muchísimo, nos tomó como hijos adoptivos, tengo un gran recuerdo de él. Leer sus obras, como también las de Samuel Eichelbaum, nos permite situarnos en la época del 1900 y 1910, fueron escritores de una enorme fuerza y credibilidad. Como actriz participé en la película basada en la obra de Eichelbaum, “Pájaro de barro”, para la televisión argentina, representando la vida de una chiquilina de campo apartada de todo, sufriendo una realidad que era la que sufría el pueblo. “Casta de peones que alumbran huérfanos”, decía el autor sobre mi personaje. Ese papel me valió muchos premios y el reconocimiento de mi labor. Conocer a esos escritores me permitió conocer también la historia de la mentira y de las grandes verdades.

Cátulo Castillo escribió el prólogo del disco que le dedicó a Homero Manzi, que finaliza así: “(…) esta voz que milagrea, ahora, una ternura inédita de este loco Homero que se dejó olvidada la valija, tiene un nombre que ya empezó a ser “nombre”, porque es ELLA. Es Susana Rinaldi”.

Me sigue provocando una enorme emoción. Cuando salió el disco yo no sabía que Cátulo iba a escribir el prólogo. Homero Manzi formó parte de lo que fue mi casa de soltera. Teníamos un antiguo combinado de música cuyo sonido abarcaba toda la casa. Descubrí su poesía y yo trataba de desentrañar la necesidad que tenía el escritor de poner una palabra y ninguna otra. Llevé adelante mi trabajo gracias a esos autores. Como también estoy agradecida dentro de mis dos carreras a los directores, intérpretes y productores. Pero más que nada le agradezco al público que me dio el visto bueno, apareciendo en los lugares donde yo cantaba, presencia que fue creciendo con el tiempo. La vida me brindó cosas únicas.

¿Cómo será la presentación que harán junto a Osvaldo Piro en el Festival de Tango?

La idea surgió de Gabriel Soria, el Director del Festival, a quien le agradezco muchísimo, ya que me devolvió las ganas de cantar en un lugar tan bello como es la Usina del Arte. Le responderemos de todo corazón al público que tiene la suma generosidad de seguir viéndonos y aplaudiendo para que sigamos adelante.

Osvaldo Piro, un hombre con piel de Buenos Aires

El poeta Cátulo Castillo se refirió a usted como “un presente que mira hacia el futuro”. ¿Cómo considera que influyó su música en el futuro, es decir, en lo que es ahora el presente del tango?

En aquella época, cuando Cátulo escribió eso, yo era un joven que se asomaba pretenciosamente en este medio que estaba ganado por los grandes nombres de Argentina, como Aníbal Troilo, Osvaldo Pugliese y Osvaldo Fresedo, o los grandes cantantes como el Polaco Goyeneche y Edmundo Rivero, nombres rutilantes. Con gran atrevimiento yo formé mi orquesta a los veintiocho años y me contrataron para el Festival de La Falda, donde salí Revelación del Año, ahí comenzó mi carrera como director. Pero todo eso se venía gestando en mí desde antes, ya soñaba con dirigir una orquesta, con escribir y hacer cosas mías. Cuando Cátulo dijo eso yo era un joven lleno de sueños que no perdí, ni los sueños ni las ganas de seguir trabajando.

Cátulo también hablaba de su música como “verdad expresiva”. ¿Cómo se transmite verdad a través de la música?

Si uno es auténtico, las cosas trascienden. Y si conservás una línea de amor y de honestidad con la carrera que elegiste, indefectiblemente tiene que tener un buen resultado. Un artista debe tener línea, respeto y amor por su profesión y no dar concesiones a cambio de moneda. Los éxitos también se fabrican, en acuerdo con grabadoras y editoriales. Eso es lo que no debe hacer un creador, porque de eso después no queda nada. Lo único que queda es lo que tiene valor, porque en última instancia la gente lo sostiene. Lo que está bien hecho está bien hecho para siempre.

Domingo Mattio, quien fuera integrante de la orquesta de Anibal Troilo, fue su maestro. ¿Podría hablarme de él?

Sí, él fue mi maestro. Domingo Mattio estuvo toda la vida al lado de Troilo como su segundo bandoneón. Con él estudié y aprendí, pienso que hay cosas que llegan a tu vida como destino y porque te las da Dios. Mi maestro, tan íntegro y tan bueno, me hizo participar de los ensayos cuando se montó la obra “El patio de la Morocha”, de Aníbal Troilo y Cátulo Castillo.

¿Qué puede resaltar de su trabajo con Alfredo Gobbi, director de una de las orquestas más paradigmáticas de la historia del tango? ¿Qué herencia le dejó?

Estuve ocho años en la orquesta de Alfredo Gobbi. Gobbi fue quien me formó, mi referente. Músicos como él son los que fundamentaron mi carrera. Gracias a ellos aprendí un lenguaje, una forma de decir. La orquesta de Gobbi fue el taller musical más importante que tuve cuando yo tenía dieciséis años, sus músicos fueron los decareanos más importantes junto a Aníbal Troilo y Osvaldo Pugliese, los que venían de la línea de Julio De Caro y nos dejaron a nosotros su legado. Después, con el tiempo, ese rol de formador nos tocó a nosotros. Hay muchas cosas intrínsecas en la música para descubrir, si naciste músico las vas a entender, las vas a desarrollar y van a ser parte de tu vida. La música se divide en distintos caminos, están los que estudian su instrumento durante ocho horas por día y lo muestran como un “gimnasta” que logra marcas récords, están los directores y, por otro, los compositores. No cualquiera es compositor de grandes obras. Si hay algo interior que te lo dicta, un impulso, un día vas a tomar conciencia que este es tu camino. Si es tu camino recorrelo, porque es tu destino. Yo siempre fui músico, empecé a estudiar a los nueve años cuando mi padre me compró mi primer bandoneón. Pude ejercer mi profesión toda mi vida.

¿Es cierto que Pichuco lo fue a buscar?

Yo debuté con mi orquesta en calle Corrientes casi esquina Uruguay, en un lugar que se llamaba Patio de Tango, donde ahora está el Colegio Público de Abogados. Era una confitería maravillosa, donde la gente se sentaba a escuchar música. El elenco en esos años estaba formado por Julio Sosa, Héctor Varela, entre otros. Una noche vino el Gordo Pichuco a escucharme. No tengo palabras para expresar lo que fueron mi emoción y mi susto al estar frente al ídolo y al modelo de mi generación de bandoneonistas. Al final de la función nos encontramos y nos quedamos charlando, ahí comenzó mi relación con Pichuco.

Troilo fue su Padrino artístico. ¿Cómo influyó en su obra y en su vida?

La generosidad de Aníbal Troilo era enorme. Yo jamás me hubiera animado a pedirle que me apadrinara, solo por la diferencia que había entre mis veintiocho años cuando formé mi orquesta y él, que era una institución en el país, admirado y amado por todos nosotros y por la gente, porque además de ser el gran creador todos hablaban de su generosidad. Muchas cosas han quedado vibrando en mi cabeza de lo que me transmitía acerca de lo que debíamos hacer con la música. Por ejemplo, recuerdo que me decía: “nunca busques un final de estallido para ganar el aplauso si no corresponde a la ética del tema o de la poesía, nunca lo hagas porque después te vas a arrepentir y te lo vas a reprochar toda la vida”. Además de su forma única de tocar y de su creatividad no tiene manchas discográficas, jamás grabó cosas absurdas por un buen dividendo.

¿Cómo llegó a sus manos el bandoneón de Troilo?

Nadie sabe qué fue lo que conversaron Troilo antes de morir y Zita, su esposa. Ella me lo entregó diciéndome que me lo merecía y que el Gordo me quería mucho. Los tres bandoneones de Pichuco tuvieron tres destinos: Astor Piazzolla, Raúl Garello y yo. Siempre pensé que ese bandoneón tenía duendes. Después de tenerlo cuarenta y cuatro años como custodio con gran responsabilidad y felicidad, decidí dejarlo en manos de la familia de Troilo y de la Academia Nacional del Tango, donde será exhibido y podrán tocarlo los jóvenes músicos.

Por primera vez en el Festival de Tango se presentará junto a Susana Rinaldi, en el Concierto de cierre. ¿Cuál será el repertorio y la formación musical?

Llegué a Buenos Aires con obra nueva que escribí en La Falda, el lugar de paz donde vivo. Voy a estrenar mi última creación, “Plenilunio”, un tango que es casi una obra de cámara que tiene dos versiones, una para los cuarenta y cinco músicos de la Orquesta Juan de Dios Filiberto y otro arreglo para orquesta de cuerdas, que es el que vamos a presentar en el Festival de Tango. Con respecto al repertorio, los grandes poetas que forman parte de la esencia de la Tana Rinaldi son Cátulo Castillo, Homero Manzi y Eladia Bláquez. Susana es una cantante tan particular, tan distinta a todas, hizo una carrera maravillosa, tiene una línea de conducta como la que debe tener un artista.

Por Marina Combis para TANGO BA

CONCIERTO DE CIERRE. SUSANA RINALDI Y OSVALDO PIRO.

Lunes 20 de agosto, a las 21 horas, en la Usina del Arte.