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Archivo fílmico-pedagógico

Rollo girando
Ensayo de orquesta
Una mirada cinematográfica.
por Diana Paladino


Federico Fellini, el gran demiurgo

"Me he inventado todo para luego poder contarlo: una infancia, una personalidad, nostalgias, sueños, recuerdos..."

Federico Fellini

Antes de dedicarse al cine, Federico Fellini fue caricaturista, redactor en la sección policial de un periódico, guionista de comics y de programas radiales, autor de sketches para la compañía teatral de variedades de Aldo Fabrizi y diseñador de gags. Un abanico ecléctico y potente que, sin dudas, impactó sensiblemente en el imaginario creador del futuro cineasta. Por entonces, el cine italiano se debatía entre la comedia ligera y la monumentalidad fascista, en tanto que, el neorrealismo cristalizaba tibiamente sus primeras obras de la mano de Vittorio de Sica (Los niños nos miran), Luchino Visconti (Obsesión) y Alessandro Blasetti (Cuatro pasos por las nubes).
Al término de la guerra, Fellini conoció a Roberto Rossellini y colaboró con él en el guión y en la asistencia de dirección de Roma, ciudad abierta (1945). Su carrera como guionista continuó luego con Paisá (1946); L'amore (1948) y Europa 51 (1952) -todas de Rossellini- y con trabajos para películas de Pietro Germi, Luigi Comencini y Alberto Lattuada. Con este último, en 1951, compartió su primera experiencia como director (Luces de varieté) y, al año siguiente, se lanzó a hacer su primer largometraje solo (El jeque blanco). Verdadero punto de partida en la filmografía de Fellini, El jeque blanco prenuncia rasgos que pronto definieron su estilo y presenta a algunos de los integrantes de su tradicional equipo (tales son los casos de Tulio Pinelli y Ennio Flaiano en el guión, Nino Rota en la música). Aún bajo la órbita neorrealista, en 1953 dirigió Los inútiles, una evocación de la vida provinciana que tan bien conoció Fellini durante su infancia y juventud en Rímini. Pero ya al año siguiente, saltó el cerco del realismo y se sumergió en la fantasía carnavalesca con La strada. El film, protagonizado por Anthony Quinn y Giulieta Masina, representó el primer éxito internacional para Fellini. Con él, recibió su primer premio Oscar (a lo largo de su carrera lo ganó cuatro veces en el rubro a Mejor película extranjera (1) ) e ingresó en la consideración de la crítica como uno de los directores-autores más personales y geniales de la época.
En los años que siguen, dice Carlos Colón Perales: "el proceso creador felliniano dará el radical y definitivo paso que lo situará en las puertas del absoluto cinematográfico buscado. Es un período de una inquietud, de una riqueza y de un riesgo extraordinarios. De él nacen dos obras maestras absolutas de la historia del cine: La dolce vita y Otto e mezo" (2) . Desmesurado, exhuberante y barroco en las formas, biográfico y subjetivo en los contenidos, el Fellini de esta etapa define -como nadie antes en la historia del cine- un universo personal e íntimo. Como señala Enrique Monterde, este es el momento en que su obra pasa de la tercera a la primera persona narrativa. "Es el inicio de una línea ensayística original que se vale de la ficción subordinándola a los intereses expresivos del autor". Lo onírico, las mujeres, el decadentismo burgués, la fe religiosa, los recuerdos infantiles, la creación artística y, la misma institución cinematográfica, se afianzan en los títulos sucesivos (Julieta de los espíritus, Apuntes de un director, Roma, Amarcord). En lo que respecta a la concepción plástico-visual, la apoteosis felliniana culmina en 1976 con Casanova. Un film que exacerba la espectacularidad y el artificio de la puesta en escena pero que, al mismo tiempo, propone una austeridad (casi mecánica) de los recursos dramáticos. "Hace demasiado tiempo que me dedico a hacer autorretrato -dijo Fellini-. Después de terminar Casanova me pregunté a mí mismo qué me pasaba, por qué he hecho un film de dos horas y media, dirigido contra mí mismo. Y sólo he encontrado una explicación: la película es un límite, quiero decir, un fin; el fin de una estación-pasado que habrá que cambiar el punto de vista (...). Después de esta película tendré que hacer algo más adulto, más comprometido". (3)

Eran los convulsionados años setenta. La joven camada de cineastas, surgidos a fines de la década anterior, había instaurado con la crítica y la denuncia política nuevos rumbos para el cine italiano (recuérdense películas como La clase obrera va al Paraíso, de Elio Petri, Portero de noche de Liliana Cavani y El caso Matei de Francesco Rosi). Fellini, entonces, sale de su universo autobiográfico y propone una abarcadora metáfora de la sociedad y del individuo en Ensayo de orquesta. El orden, el caos, el poder, la represión, la demagogia, aparecen representados en los dichos y acciones de este grupo de músicos; mientras, en el subtexto, retorna una de sus sempiternas inquietudes temáticas: la creación artística. Aquí, desmitifica la concepción áurea que suele concedérsele al acto creativo. Producir arte conlleva esfuerzo, trabajo, rutina, incluso, en el caso de un arte colectivo -como ocurre en una orquesta (y también en el cine)- implica "armonizar" las relaciones interpersonales entre los hacedores. Desde otra perspectiva, la austeridad visual de esta película contrasta con la grandilocuencia escénica de la siguiente: La ciudad de las mujeres, un ejercicio privado de artesanía cinematográfica en la que el regista se interesa más por la construcción de la imagen y por el desafío técnico que por los resultados, según Colón Perales (4) . Plásticamente impecable pero con una narración inconexa, La ciudad de las mujeres es, tal vez, la obra menos interesante de esta etapa que culmina con la esplendorosa Y la nave va, irónico poema sobre el mundo de la ópera.
La última etapa en la obra del "gran demiurgo" está signada, más que nunca, por la nostalgia. El homenaje al cine clásico y la voracidad ridícula del espectáculo televisivo (Ginger y Fred), su propia carrera cinematográfica desde los comienzos en Cinecittá hasta el actual rodaje de una película (Entrevista) y la fábula delirante en la que tiende un puente con Roberto Benigni (Las voces de la luna), tienen sabor a dulce despedida. Luego del rodaje de ésta, su última película, dijo irónicamente: "Estoy un poco cansado, tal vez porque es la primera vez que hago una película a los setenta años, cosa que no me había pasado nunca".

[1] Los films premiados con el Oscar Mejor película extranjera son: La Strada; Las noches de Cabiria; Ocho y medio y Amarcord. Subir
[2] Colon Perales, Carlos, Fellini o lo fingido verdadero, Ediciones Alfar, Sevilla, 1989. Subir
[3] Triunfo, N° 742, abril de 1977. Entrevista realizada por Pierre Benichou. Subir
[4] Op. cit. Subir

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