Del proyecto al film
En 1994, Kimberly Pierce investigaba sobre Pauline Cushman (una mujer afroamericana
que se hizo pasar por hombre en plena Guerra Civil) para realizar su tesis de
graduación en la Escuela de cine de la Universidad de Columbia. "[La historia
de Cushman] era fenomenal y emocionante: se hizo pasar por blanco, por hombre,
por sureño y hasta llegó a ser espía de los Confederados para salvarse de ir
a la cárcel. El problema era que ella hizo todo esto por razones de supervivencia,
no por un replanteo de su identidad". (1)
Fue entonces cuando Pierce conoció la historia de Teena Brandon, una joven de
Nebraska asesinada un año atrás. Averiguó sobre su vida, sobre su violación
seguida de muerte, recorrió los lugares en los que Teena vivió, conoció a su
familia y a su novia Lana, e investigó sobre su personalidad. Finalmente, tras
cinco años de intenso trabajo, concretó este proyecto en el film Los muchachos
no lloran.
Buscando a Brandon
Puesto que no podía articularse sobre la base del travestimiento fácil, Brandon
resultaba un personaje difícil de componer. Ella es una joven que se niega a
definirse como lesbiana, pues ello implicaría admitirse como mujer. Se piensa,
se siente y, en consecuencia, se construye como hombre. Es un ser carismático,
seductor. Dueño de una vitalidad y contundencia que resulta incompatible con
cualquier rasgo de hibridez o ambigüedad. Niega de plano la evidencia de su
genitalidad femenina porque para él / ella lo único real es la representación
que se ha hecho de sí.
Plasmar esa visión, de un modo coherente y creíble en la pantalla, fue el gran
desafío. La clave, evidentemente, era dar con la actriz o el actor que pudiese
encarnarlo. En una entrevista la directora admitió: "Sin Brandon no había película.
Comencé audicionando a lesbianas y transexuales pero eran demasiado hombrunas
y ninguna podía llevar el espíritu de Brandon a la pantalla. Las agencias mantenían
alejados a los actores para que no fueran estigmatizados como raros tras un
rol como éste. Entonces, me di cuenta de que necesitaba un desconocido". (2)
Afortunadamente, cuatro semanas antes de comenzar el rodaje, Peirce dio con
Hillary Swank, una actriz de películas de segunda línea que había debutado en
1992 con Buffy the Vampire Slayer (Fran Rubel Kuzui) y había conseguido destacarse
en films como Karate Kid 4 (1994, Christopher Cain) y Heartwood (1998, Lanny
Cotter).
De inmediato, Peirce supo que ésta era su protagonista: "Hilary tiene una magnífica
mandíbula de chico. Sus ojos, orejas, nariz, boca y nuez son de chico. Sus rasgos
desdibujan la línea del género. Sin embargo, lo decisivo para mí fue cuando
vi su sonrisa". (3)
Para la composición del personaje, Swank contó con un entrenador físico, un fonoaudiólogo y trabajó con Peirce en los aspectos biográficos y psicológicos de Brandon. El resultado fue una actuación impecable, sin amaneramientos ni obviedades, que le valió el unánime reconocimiento de la crítica y numerosos premios. (Ver: Premios obtenidos por el film)