El aprendiz , basada en una novela de Stephen King, se encuentra
dentro de un grupo de películas que han tenido furor en los últimos
años precisamente por ocuparse de problemáticas con relación
al Holocausto. Los conflictos que van teniendo lugar en la misma muestran algo
que es imposible negar: la necesidad de memoria y olvido respecto a aquel episodio
ubicado como paradigma del mal radical y, al mismo tiempo, los efectos directos
del nazismo y del discurso nazi en las últimas décadas. Este film
también nos pone en contacto con una cuestión muy típica
de la maquinaria cultural norteamericana: la construcción de mecanismos
discursivos que operan excluyendo a su sociedad y a sus políticas internacionales
de las masacres de la historia. A partir de este film desarrollaré
algunas cuestiones con relación al concepto autoridad, centrándome
fundamentalmente en la autoridad del pasado y en la problemática de la
memoria y el olvido con relación a la transmisión y a la autorización
de lo novedoso.
Todd -un joven estudiante- se encuentra fascinado por la historia del genocidio
judío. Hay "algo" en esas historias que lee sobre la vida de los nazis
que lo atrapa, un algo indescriptible, que le hace permanecer obstinado en querer
saber, persistiendo frente a una situación que viene a interrumpir el
curso de su vida cotidiana y que le permitirá posicionarse en una situación
en que el poder y la manipulación se presentan como intercambiables.
En esa búsqueda "encuentra" -no por casualidad- a un protagonista directo
del Holocausto, a un ex jerarca nazi. El mismo será habilitado como figura
autorizada a narrar "todo" lo realizado por el nazismo durante
la Segunda Guerra Mundial. A partir de dicho encuentro el joven obligará
a su "presa" a contar, a cambio de no denunciarlo. (1)
Podríamos pensar que este adolescente demanda narración y representación de algo irrepresentable, que tiene que ver con la muerte, con formas de dar muerte a toda una población; pero además dicha historia le llega en su literalidad, detalle por detalle, generando en él una especie de morbo por saber cada vez más.
Aparece aquí entonces la pregunta: ¿es posible "saberlo todo"
sin obstaculizar el pensamiento? "Funes el memorioso", el cuento del gran Borges,
nos permite argumentar que no de una manera ejemplar. Sabemos que memoria y
olvido deben darse la mano. Para Nietszche, no sólo es imposible el pensamiento
sin el olvido sino directamente la vida misma. Dice en 1874, criticando al historicismo:
"Todos nosotros sufrimos de una fiebre histórica devoradora y por lo
menos deberíamos reconocer que la sufrimos... Sobre todo, es absolutamente
imposible vivir sin olvidar".(2)
N. Elías llama "la enfermedad social del intelecto" a la dependencia
de sistemas teóricos, programas de acción, principios y normas
de una época pasada, que se convierten en una autoridad inmutable y terminante.
Llama a esa imposibilidad de pensar y observar por uno mismo: "el vicio de la
autoridad". (3)
Podríamos preguntarnos entonces con relación a El aprendiz:
¿Cómo ser oyentes de un relato literal, que no oculta nada, que
no abre paso a nada que tenga que ver con el olvido? Pero también se
nos presenta el siguiente interrogante: ¿puede existir dicha transmisión
literal, o nos encontramos con que todo relato, al igual que toda traducción,
lleva la marca insoslayable de la voz que lo enuncia?
La película nos coloca, entonces, frente a una paradoja constitutiva de todo acto de transmisión: la necesidad de memoria a la vez que de olvido; la necesidad de recurrir al pasado para lograr una sucesión intergeneracional y a su vez la imposibilidad, a la que deben enfrentarse las nuevas generaciones, de poder hacer otra cosa con lo heredado, de instalar sus propias significaciones, cuando el pasado se apropia totalmente del presente. Y a todo esto se suma la imposibilidad de una transmisión lineal. En el momento mismo en que las palabras se pronuncian pasan a ocupar el lugar de lo impredecible, conteniendo múltiples posibilidades de trayectorias. A veces el olvido puede jugarle una mala pasada a la autoridad indiscutida del pasado, a los sentidos cristalizados a lo largo del tiempo.
Resulta significativa en este sentido la pregunta de Inés Dussel (4)
: ¿cuál es la mejor forma de recordar
y cuál la de olvidar?, seguida de la aclaración de que no hay
respuestas certeras a la misma. Su pregunta es acerca de la transmisión,
fundamentalmente del pasado reciente. Dussel sostiene que la transmisión
de aquello que podemos considerar como trauma histórico comparte los
dilemas, las paradojas de toda transmisión cultural, pero se caracteriza
por ser el dolor humano el eje que la define.
En los últimos años, y fundamentalmente con relación a
evitar que el pasado traumático no se repita, la exhortación desde
diversos ámbitos políticos y pedagógicos ha sido contundente
-"No olvidar" (5) -, considerando a la
memoria como totalmente necesaria para evitar la repetición del pasado.
En El aprendiz, sin embargo, nos enfrentamos con otra cuestión:
¿qué pasa cuando la transmisión de un pasado doloroso para
las sociedades en su conjunto no habilita, en el sentido de autorizar, a los
sujetos a desprenderse del mismo?
Es muy común escuchar hoy en día alusiones a la "crisis de autoridad",
ya pregonada por Hannah Arendt (6) que
en la década de 1950. Se apunta, a partir de dicho enunciado, a remarcar
que hoy a los viejos ya no se les permite contar historias, que la experiencia
de los que nos preceden ya no es considerada válida de ser transmitida,
que ya no se valora el pasado y la tradición.
No obstante, El aprendiz permite pensar otra cuestión que no
deja de ser conflictiva. Allí sí hay un viejo que puede contar;
es más, es obligado por un joven a recordar todo lo ocurrido. A éste
le interesa muchísimo lo que el otro tiene para transmitir. En esa operación
habría una autorización que nos enfrenta con los dilemas de la
transmisión. Según J. Hassoun, "una transmisión lograda
ofrece a quien la recibe un espacio de libertad y una base que le permite abandonar
(el pasado) para mejor reencontrarlo". (7)
Podríamos arriesgar entonces que en el caso de Dussander y Todd no se
produce una transmisión lograda, ya que el joven queda entrampado en
una lógica de amenaza, venganza y crimen. Es decir, ha aprendido "al
pie de la letra" la lógica del nazi. No hay lugar para algo de otro orden
que rompa con esa lógica. No hay despegue del relato escuchado. Resultó
ser un "buen aprendiz", y en dicho aprendizaje resulta evidente la búsqueda
de un relato con el cual identificarse; quizás su aprendizaje sea el
encuentro con una identidad buscada. Hacia el final de la película vemos
que ha aprendido perfectamente la lección de manipulación sobre
otros.
Arendt, en el libro citado, hace alusión a una de las acepciones del
concepto de autoridad: hacer aumentar la fundación. Podemos decir que
el concepto "autoridad" nace, tiene su origen, al mismo tiempo que "dice" de
una fundación. Arendt indica que el mismo es de origen romano y que se
encuentra totalmente ligado a la fundación de Roma y al concepto de tradición
y, por ende, de conservación. Pero también podemos pensar que
la operación de "fundar" puede otorgar la posibilidad de autorizar nuevos
discursos y prácticas.
En la Argentina post-genocidio, son muchas las voces que se preguntan sobre
el cómo de la transmisión del pasado reciente, sobre qué
es necesario recordar y qué olvidar, sobre el lugar de la escuela y demás
instituciones de la cultura en la transmisión y tramitación de
un dolor transgeneracional.
Pero también son muchos los que se oponen a debatir sobre ello, negándose a su vez a reconocer el importante papel de los objetos materiales (bajo la forma de museos, por ejemplo) como resto para tramitar las herencias, en este caso, de muerte.
Hay una pegunta que creo es habilitada por la película: ¿qué
voces autorizamos para convertirse en narradoras?, ¿las decisiones respecto
a esto tienen que ver sólo con una cuestión individual -como en
el film- o guardan relación con la institución de políticas
de la memoria que no desprecien el olvido?
El tratamiento de la historia, sobre todo de la reciente, requiere un cuidadoso abordaje que incluye una pregunta difícil acerca de qué olvidar y qué recordar, de cómo trabajar sobre aquello que decidimos que sea recordado y de cómo posibilitar formas de olvido productoras de identidades con una historia propia y un porvenir no tan determinado.
No es fácil evitar que el tipo de acontecimientos como el que muestra
El aprendiz se produzcan. Podríamos pensar que allí
se muestra de forma sobredimensionada una problemática más bien
cotidiana: la dificultad de lidiar con un pasado y un presente en los que la
justicia estuvo ausente, las vicisitudes de los procesos singulares y sociales
para dar forma a un porvenir, los obstáculos presentados a las nuevas
generaciones en su tarea de herederos.