Cualquier organización social moderna puede ser pensada a partir de la metáfora
de una orquesta. En ella nos encontramos con una división social de las tareas,
con directores y dirigidos, con una forma determinada de relaciones intersubjetivas
y con modos específicos de regular la libertad y decidir un orden
(1) . A los fines de pensar la categoría autoridad,
el director de orquesta puede ser un "jefe", un presidente, aquél que organiza
y gobierna a un grupo de personas, y -por qué no- un maestro o profesor.
A partir de lo expresado, considero a este film es interesante para pensar cuestiones
tales como ¿qué es la autoridad? ¿podemos plantear fundamentos determinados
que condicionen la aceptación y autorización de alguien como figura de autoridad?
¿Cuándo decimos que alguien tiene autoridad? ¿Qué características asume la autoridad
desde una mirada pedagógica?
El sociólogo Max Weber, a principios del siglo XX, desarrolla una teoría acerca
de la autoridad o "dominación legítima", sosteniendo principalmente la noción
de legitimidad como fundamento de cada uno de los tipos de autoridad que conceptualiza.
Estos son: racional-legal, tradicional o carismática. Dice Weber: "La disposición
a avenirse con las ordenaciones "otorgadas", sea por una persona o por varias,
supone siempre que predominan ideas de legitimidad y -en la medida en que no
sean decisivos el simple temor o motivos de cálculo egoísta- la creencia en
la autoridad legítima, en uno u otro sentido de quien impone ese orden."
(2)
Siguiendo esta línea, nos encontramos con que atribuir a alguien o a algo autoridad,
o sea, delegar en ello el poder de decisión sobre aspectos importantes de nuestras
vidas, obedecer los mandatos de otros, sería cuestión de dar legitimidad a alguien
por determinados atributos percibidos. Este enfoque asimilaría autoridad a legitimidad
y a obediencia voluntaria.
Pero el tema no es tan simple, ya que desde otras vertientes de pensamiento
sobre la sociedad, la cuestión se ha complejizado. Preocupados por el fenómeno
del fascismo y del nazismo, los teóricos de la Escuela de Frankfurt (3)
tratan de explicar por qué las masas apoyaron y se sintieron identificadas con
líderes que desde una mirada racional no serían tan favorables ni legítimos.
Estableciendo una relación entre marxismo y psicoanálisis van a introducir la
presencia de necesidades psicológicas de las personas a la hora de creer en
determinadas figuras. Recurren a imágenes internalizadas de la autoridad desde
la más temprana infancia como así también a particularidades sociales y culturales,
a la hora de explicar la adhesión popular a determinados personajes. Resultan
significativas aquí las palabras de M. Caruso, que nos acercan al ámbito pedagógico:
"...Se trata de la simple constatación que la consecuencia de la autoridad no
es la obediencia, sino la creencia. ¿No es constitutiva de la escena de la enseñanza
la creencia en la transformación del sujeto? ¿No es constitutiva de la obligatoriedad
escolar la creencia en la posibilidad de reproducción y de producción social
a través de instituciones de transmisión del saber?" (4)
Con respecto al ámbito pedagógico, es importante la articulación que realizan
Dussel y Caruso entre estas explicaciones que la teoría social nos ha legado
y la conceptualización de la autoridad en clave pedagógica. Sostienen estos
autores que la misma puede ser considerada desde ambas perspectivas: a partir
del pensamiento weberiano se puede entender al modo en que la plantearon los
normalizadores, como una autoridad legal-racional, basada en reglas y normas
claras y en personas que ocupan su lugar de trabajo porque están capacitadas
para ello, porque poseen los conocimientos necesarios para ocupar determinado
puesto. Pero también se puede plantear que el tipo de autoridad puede ser tradicional
o carismática, fallando en este caso la capacidad de legitimar la acción docente
en el saber hacer y fundamentándola en el carisma o la tradición. Según estos
autores, tal como lo señala la segunda corriente mencionada, es decir, la Escuela
de Frankfurt, este modelo deja sin considerar la necesidad de creer.
(5)
Surgen entonces nuevas preguntas: ¿por qué ciertos hombres, maestros, líderes,
instituciones, ideas, poseen ese poder de "llamar" a otros de manera incondicional?
¿Qué es ese "algo" que hace que creamos en ellos y los sigamos? ¿Por qué ciertas
tradiciones, escuelas de pensamiento, representaciones, sentidos, son eficaces?
¿Qué es lo que hace que esa eficacia tambalee o se derrumbe?
Ensayo de orquesta da cuenta de manera sorprendente acerca de esta cuestión,
fundamentalmente a través de las palabras del director de la orquesta. Dice
éste a quien lo entrevista: "Un director de orquesta es como un cura, debe tener
una iglesia con creyentes, con fieles. La iglesia se vuelve abajo cuando los
creyentes se vuelven ateos... cada concierto es una misa". Y a continuación
comienza a recordar la época en que él tocaba y evoca a quien fuera su director:
"Estábamos allí, encantados, esperando el movimiento de la batuta éramos una
sola cosa... Entonces daba la señal de comienzo, nada era mejor que su autoridad,
sólo la idea nos estremecía... ¡Había tanto amor entre nosotros y el director!
(con nostalgia) Un amor que como usted ve ahora está perdido. Con mis alumnos
me une un odio común, es como una familia destruida".
Son muchas las cuestiones que podemos analizar a partir de este párrafo. En
primer lugar, la relación entre autoridad y creencia, el hecho de que el sentimiento
de compromiso con una persona, idea, con una causa, o el otorgarle autoridad
a algo y dedicar esfuerzos en pos de ello estaría indisolublemente ligado a
una creencia, más que a la aceptación racional de competencias, ideas, atributos
determinados.
Por otro lado, la metáfora de la misa y su relación con la enseñanza parecería
implicar que para este director sólo existe una palabra verdadera, comentada
por la autoridad, y fieles que asisten a escucharla y a responder según reglas
pautadas de antemano.
También nos encontramos con que para que una persona ubicada en una posición
de poder, en un rol de mando, tenga autoridad, la misma tiene que ser "investida"
de un "algo" irracional, aquello que el director llama "amor", o estar "encantados".
Resultan útiles aquí las palabras del psicoanalista Slavoj Zizek: "Cuando la
autoridad está respaldada por una compulsión física inmediata, no estamos tratando
con la autoridad propiamente dicha (esto es, la autoridad simbólica) sino, simplemente,
con una agencia de la fuerza bruta: la autoridad propiamente dicha siempre es,
en su nivel más radical, impotente. Se trata de cierta "llamada" que "no puede
obligarnos efectivamente a nada" y, no obstante, por una especie de compulsión
interna, nos sentimos obligados a seguirla incondicionalmente". (6)
Por lo tanto, si la autoridad está condicionada por una compulsión interna,
por una especie de llamada, la complejidad de la categoría radicaría en el acto
mismo de delegación no racional. Cuando ésta no se da, nos encontramos con situaciones
metaforizadas por el filme, con lamentos similares a los del director de orquesta.
Escuchémoslo nuevamente: "Cuando dirijo me siento como un sargento que debe
dar a todos puntapiés en el trasero. Ahora, por leyes absurdas, está prohibido
actuar como un sargento... Se acabó la época grandiosa. Recuerdo la primera
vez que subí al podio era un silencio enorme delante de mí. Hice la señal para
empezar y ví con gran emoción que a mi batuta de dirigente estaba ligado el
sonido de la orquesta... Su voz nacía de mi mano... Ahora somos todos iguales.
Debo parecerme al primer violín que tiene dedos de carnicero".
Aquí estaría dando cuenta del debilitamiento de la eficacia de las figuras de
autoridad en cuanto a generar "fieles", "creyentes" y de la disolución de las
jerarquías. (7) Esto es algo que, indudablemente,
nos tiene muy preocupados a los pedagogos y que da pie a la proliferación de
todo tipo de nostalgias del pasado, provenientes de conservadurismos de toda
índole que intentan un retorno imposible y generalmente no deseable. Cualquier
maestro o maestra, profesor o profesora puede sentirse identificado con el director
de orquesta. Parece ser que los docentes tenemos que salir a diario a ganarnos
fieles y creyentes y nos sentimos ridículos a la hora de recurrir a medidas
antaño legítimas. Pero a partir de lo desarrollado hasta aquí entendemos que
ese "salir a buscar" no tiene nada que ver con la autoridad, y que el mero hecho
de ocupar un puesto y poseer ciertos atributos tampoco es garantía de autoridad
si no existe esa creencia previa en el mensaje que se transmite.
Ahora bien ¿en qué radica dicha creencia? ¿tiene que tener el docente ciertas
condiciones o atributos para que se crea en él?
Esta cuestión se encuentra estrechamente relacionada con el desarrollo que realiza
Kierkegaard y que re-trabaja Zizek, acerca de las paradojas de la autoridad,
a partir de figuras como las de Sócrates y de Cristo. Estos personajes, paradigmáticos
a la hora de pensar en la efectividad de la transmisión de un mensaje determinado,
resultan muy significativos a la hora de pensar en los fundamentos de la autoridad
docente. Representan algo así como modelos de "maestros", en el sentido de que
sus vidas mismas consistieron en transmitir mensajes, inculcar "verdades", o
lograr que el discípulo encuentre la verdad en sí mismo.
Zizek, siguiendo a Kierkegaard, señala una gran diferencia entre estos dos personajes,
diferencia interesante para abordar el tema de la autoridad. Parece ser, siguiendo
a estos autores, que el reconocimiento supremo que puede otorgarse a Sócrates,
al ser su tarea la de permitir que el sujeto dé a luz el conocimiento ya presente
en él, es el de ser olvidado en el momento en que se accede a la verdad. Es
decir, lo importante aquí sería la verdad conocida y no la figura del maestro.
En cambio no ocurre lo mismo con Cristo, ya que el objeto de la fe cristiana
no sería la enseñanza en sí, sino el maestro. "Un cristiano cree en Cristo como
persona, no inmediatamente en el contenido de sus afirmaciones; Cristo no es
divino por haber proferido verdades tan profundas, sus palabras son verdaderas
porque fueron pronunciadas por El (...). La garantía última de la verdad de
las palabras de Cristo es la autoridad de quien las profirió, esto es, el hecho
de que fueran expresadas por Cristo, no la profundidad de su contenido, esto
es, lo que dicen." (8)
Este análisis se complejiza un poco más, al punto de parecer contradictorio,
cuando Kierkegaard dice que un apóstol -figura tan ligada a los orígenes del
oficio docente- se reduce a su papel de ser portador de un mensaje de otro;
entonces, lo que adquiriría importancia aquí es el contenido del mensaje. En
esa especie de contradicción residiría entonces la paradoja de la autoridad:
"Obedecemos a una persona a quien esta es conferida, independientemente del
contenido de sus afirmaciones (la autoridad deja de ser lo que es en el momento
en que la hacemos depender de la calidad de su contenido), aunque esta persona
retiene la autoridad sólo en tanto se reduce a un mensajero neutral, portador
de algún mensaje trascendente -en oposición a un genio- en el que la abundancia
de contenido de su obra expresa la riqueza interior de la personalidad de su
creador". (9)
Después de todo este desarrollo, volvemos a preguntar: ¿dónde reside la autoridad?
Zizek nos responde dando cuenta de la inconsistencia de la misma: "La única
respuesta posible es: en el espacio vacío de la intersección entre los dos conjuntos,
el de sus rasgos personales y el de su enseñanza, en la insondable X que es
'en Cristo más que Él mismo'". (10)
Ahora bien, después del desarrollo realizado acerca del concepto, debemos prestar
atención a algo que se pone de manifiesto en el film: el cuestionamiento de
las figuras y los lugares de autoridad. Y en este sentido no es un detalle menor
considerar el momento histórico en que el mismo es realizado: 1979. Tengamos
en cuenta que Alemania e Italia, entre otros países, tuvieron ciclos de regímenes
autoritarios durante el período que va de la década de 1930 a la de 1970, y
que esta última década estuvo signada por importantes acontecimientos
políticos, por grandes movimientos de liberación que se venían desarrollando
en el mundo desde los '60. Mayo del 68 gritando "la imaginación al poder", pedagogías
libertarias que resaltan la autonomía del sujeto y que se oponen a cualquier
tipo de directivismo y a seguir los designios del llamado "principio de autoridad".
Todas esas manifestaciones de liberación de clases, sexual, de rango, toman
forma a través de los músicos rebelados, que se oponen a ser dirigidos, no porque
sostengan que el director no posee las competencias necesarias o que el mismo
carece de ciertos atributos, sino porque aquello que se rechaza es a la autoridad
en sí misma a favor de una libre interpretación de sus instrumentos.
Se escuchan consignas representativas de esto: -¡No queremos director! ¡Está
prohibido dirigir! -¡No hace falta el director, no hace falta la música, no
hace falta nada...! -La música debe ser un bien público que todos deben usufructuar, sin distinción
de clases. En cambio la usan para explotarnos e idiotizar a la gente. -Director,
no te queremos más, si nos diriges lo harás cabeza abajo! -¡No al poder de la
música! ¡Es una cadena de explotación! -¡Nosotros decidiremos el ritmo y la
cadencia! (Aquí resulta significativo el hecho de que rompen el metrónomo: aparato
para medir el ritmo.) Dichas expresiones podemos ubicarlas como manifestaciones
de un discurso revolucionario, libertario y autogestionario, que apunta a dar
un salto cualitativo entre la "coerción" y la "libertad", entendiendo a la misma
en antagonismo total con la autoridad. Esta última se encontraría en una directa
articulación con las ideas de alienación y opresión, relación muy común en los
desarrollos teóricos de las Ciencias Sociales durante los años '70.
En este punto, nos preguntamos: ¿pueden ser pensados modos de organización diferentes
a aquellos exaltados por conservadores nostálgicos de un pasado en el que las
jerarquías eran aceptadas sin discusión y en que el poder arbitrario de las
autoridades dejaba de lado el hacerse cargo por los efectos de ocupar determinado
espacios y funciones sociales? En la actualidad en el campo de la educación
nos encontramos con un problema muy complejo, ya que el discurso de la autonomía
se ha convertido en hegemónico y no estamos, como en los '70, enfrentados al
binomio dependencia-liberación, o, podríamos decir, autoridad-libertad.
Según Dussel y Caruso, algo que se perdió en las críticas antiinstitucionales
y antiautoritarias es la cuestión de que siempre es necesario un orden. "Uno
puede -y si puede, debe, dice Derrida- tratar de pensar en otros tipos de órdenes
que contengan la paradoja de la autoridad y la libertad en otra ecuación, que
no subordine a la segunda ni deshaga a la primera. (11)
Entonces, afrontemos el desafío de "poder" y "deber" pensar la autoridad en
conjunción con la libertad asumiendo el rol social de enseñar. Sólo de ese modo
se podrá dar sentido a una de las acepciones derivadas del concepto en cuestión:
autorizar, habilitar a otro a que, partiendo de una transmisión legada, tome
su palabra, interprete su música. "Al fin y al cabo el mundo que vendrá, vendrá
con liberaciones y servidumbres y se trata en todo caso, como miles de maestros
lo hacen cada día, de tomar lugar en la batalla." (12)