La manzana constituye el primer largometraje de la iraní Samira
Makhlmalbaf, realizado cuando tenía dieciocho años. Esta joven directora
es hija del reconocido director Mohsen Makhlmalbaf (El silencio,
1998; Kandahar, 2001), junto a quien se formó. Samira abandonó
la escuela a los quince años por considerar a sus maestros incompetentes,
y se dedicó a colaborar con su padre. Escrita en colaboración
con su padre, La manzana nos ofrece una mirada de Teherán anclada
en los conflictos de la vida cotidiana. Desde la colonizada mirada occidental,
la Teherán que muestra Samira sorprende como ciudad, tanto en su estructura
urbanística, poblada de elementos poco habituales en la mirada que occidente
construyó sobre Irán en los medios de comunicación en la
última década, como en las vicisitudes de la vida cotidiana: los
vecinos, los niños, los juegos, los espacios públicos, el helado.
Sería interesante conocer cómo y cuánto pesa occidente
para esta joven directora a la hora de salir a su cruce con este film. (1)
He tomado este film para acercarme y problematizar el funcionamiento de la autoridad en las sociedades modernas. En su desarrollo, encuentro la disputa de dos tipos diferenciados de autoridad: la autoridad paterno-familiar y la autoridad del Estado.
Dos niñas permanecen encerradas durante doce años. Cuando "salen"
de ese encierro, se evidencia en los gestos, en los movimientos dificultosos
y torpes, en los modos tímidos de acercarse a los otros y en la escasez
de palabras, lo perjudicial y nocivo que puede ser permanecer tanto tiempo en
un marco en el cual lo familiar se vuelve lo único, lo mismo. Durante
estos doce años, estas niñas fueron extremadamente vulnerables
a la autoridad paterna. El poder de éstos se ejerció de modo coercitivo,
y ellos proyectaron en las niñas -sin ninguna resistencia- sus miedos,
sus deseos, sus expectativas, sus dudas, sus fantasmas.
En nombre de la tradición y de férreos principios religiosos se ejerce un modo de autoridad que, desde nuestra óptica, puede pensarse como una actitud perversa. Sin embargo, el film muestra cómo este padre no estaba ni menos preocupado ni menos atento a sus hijas que otro, sino que centra sus cuidados en una lógica que nos resulta extraña, pero que adquiere sentido dentro de su cosmovisión religiosa. Esto puede visualizarse cuando el padre justifica que sus niñas no pueden salir ni siquiera al patio, ya que en él a veces cae la pelota de los chicos que juegan en la calle, y éstos saltan el tapial para recuperarla. Si estos chicos tocaran a las niñas, argumenta el padre, las deshonrarían.
Hanna Arendt ofrece pensar la autoridad en el acto educativo desde la conjugación
de lo viejo y lo nuevo, desde la tradición y desde la posibilidad que
se les otorga a los que se educan de que se inscriban, de un modo diferenciado,
en ese mundo ya hecho e insuficiente. (2)
La manzana puede pensarse desde allí como un ejemplo de una
educación donde el que viene, el que inaugura con su llegada a este mundo
una nueva voz no tiene posibilidad de inscribirla.
Lo que durante doce años estuvo prohibido y vedado para Zahra y Massoumeh
es todo tipo de contacto cultural, todo intercambio e interpelación con
otras personas, con el afuera, todo proceso -toda educación- que les
permitiera convertirse en sujetos capaces de convivir con otros, aprender señales,
signos y símbolos necesarios para poder sobrevivir en este mundo: nunca
fueron a la escuela, jamás salieron a la calle ni a jugar con otros niños,
tampoco vieron el sol. Se trata aquí de pensar la importancia que tiene
para un niño que lo extraño y extranjero se entrometa, interrumpa
y transforme aquello que viene siendo, lo cual sólo es factible cuando
el niño es autorizado desde distintos lugares a desplazarse entre lo
familiar y lo extra-familiar. La importancia de la educación dentro y
fuera de la familia es un rasgo propio de nuestra cultura, donde consideramos
que la educación es el proceso por el cual se accede a esa cultura en
todas sus dimensiones, ya sea desde el acceso al conocimiento como desde la
construcción de la ciudadanía, el reconocimiento de las instituciones,
los derechos de los otros, las normas de convivencia, etc.
Sin embargo, la situación planteada en esta película muestra cómo esa concepción de educación es histórica, en tanto por parte del reconocimiento de la familia de instituciones externas a ella, a las que se les delega el poder de educar. Quizá la extranjeridad presente en esta película nos sea útil para extrañar nuestro modo de entender la delegación que la familia hace en el Estado, en nuestra cultura.
Las escenas que quiero recuperar del film son aquéllas donde la trabajadora social, enviada por el Estado, conversa y discute con el padre de las niñas acerca de la necesidad de que puedan salir de la casa. Para la trabajadora social, que las niñas salgan y estén con otros niños es parte del cuidado que los padres deben darle. Para el padre, cuidarlas es mantenerlas encerradas. Los sucesos que se desarrollan alrededor de la llave que abre y cierra la puerta de la casa son dignos de atención. En un momento, la trabajadora social encierra a los padres para evitar que encierren a las niñas. Por otra parte, cuando el Estado quita a las niñas de la tutela de los padres por unos días, las lleva a una institución de cuidado de la infancia, institución que sabemos que, como los orfanatos, los hospitales y las escuelas, constituyen literales espacios de encierro.
El reconocimiento de la autoridad y la legitimidad del Estado para educar, hacerse
cargo o cuidar a los ciudadanos (que resulta extraño para el padre de
estas niñas) puede ubicarse en el tácito acuerdo o alianza que
la familia y el Estado celebran, por el cual la familia delega en un espacio
extra-familiar cierta porción de educación. La posibilidad del
desplazamiento de la tutela de los hijos desde los padres a estas instituciones
parte del principio de que la familia sola no puede ofrecerle al niño
todo lo que éste necesita para su educación. (3)
¿Cómo es que se produce esta alianza? ¿Dónde se
cose, entre quiénes y cómo? La alianza entre el Estado y la familia
es posible porque la construcción del orden estatal se da en paralelo
a la construcción del orden familiar. En el trabajo La policía
de las familias, (4) Jaques Donzelot
señala al siglo XVII como el momento donde, en occidente, se da una reorganización
de los comportamientos educativos en torno a dos polos, y con estrategias diferentes.
Por un lado, la revalorización de la familia burguesa y su disciplinamiento
a través de la alianza entre el saber médico-higienista y la madre,
que sustrae a los hijos de la tutela de domésticos, ayos, nodrizas, o
personas externas al núcleo familiar sanguíneo. En segundo lugar,
nos encontramos con un Estado preocupado por la pobreza en términos de
economía social, preocupado por los costos sociales de su reproducción,
y por la conversión, del modo más barato posible, de su fuerza
en energía productiva.
En relación a la alianza médico-madre, el establecimiento de criterios de salud en el cabal sentido del término, y su normativización (lactancia materna, estrechez en la relación madre-hijo, etc.) apunta también al establecimiento de principios educativos regulados fuera de la disciplina religiosa y el hábito de internado. El médico construye el control de la madre, su mirada, e instala allí el horizonte escolar. Porque la madre puede cuidar a su hijo, debe ponerlo al cuidado de quien pueda darle mejores conocimientos.
Con relación al Estado, su preocupación puede observarse en el establecimiento de diversas políticas, como las educativas, las de asistencia social, las dirigidas a los jóvenes delincuentes, etc. En nombre del orden social y en el del funcionamiento de sus instituciones, el Estado interviene en la producción de una subjetividad, en la definición y formación, a través de sus instituciones, de un ciudadano. En el esfuerzo del Estado de ser tal, de ser reconocido, obedecido, autorizado, legítimo, el mismo Estado participa en el establecimiento de un modo de ser familia. El Estado se constituye de manera tal que en su poder incluye la moralización y el cuidado del otro. Y la familia se da así misma un estatuto tal, fundamentalmente a partir del discurso médico y sanitario, por el cual no puede ser lo que es sin la existencia de un Otro como el Estado y la escuela.
Volviendo al film, en el título y en algunas escenas claves de la película,
las niñas y la madre se enfrentan de modo particular a una inasible manzana.
Muchas preguntas se abren aquí alrededor del sentido que esas manzanas
otorgan al relato y habilitan a otras claves de lectura.