"El caos y el desorden reinaban en Polonia a mediados de los
años 80, en todos lados, prácticamente en la vida de todos y cada uno de nosotros.
Un clima de tensión, un sentimiento de desesperanza y el miedo a que todo pudiera
ser aún peor eran moneda corriente. Para esa época yo ya había
empezado a viajar un poco al exterior y observaba una cierta incertidumbre en
el mundo en general. No estoy hablando en términos políticos,
sino sobre la vida común, de todos los días. Sentía una
indiferencia mutua detrás de las sonrisas más atentas y tuve la
agobiante impresión, cada vez más frecuente, de que estaba en
presencia de gente que no sabía realmente porqué vivía."
(1) Así describe Krzysztof Kieslowski
el contexto donde empezó a pensar la obra Decálogo, una
serie de diez trabajos para televisión de una hora de duración,
basada en los diez mandamientos, de la cual No matarás es parte.
No matarás transcurre en una Varsovia gris, vacía, pobre
y triste. Allí, un joven de 19 o 20 años, sin perspectivas, sin
futuro, arrastrando una condena familiar del pasado, actúa sin medir
las consecuencias de sus actos. El film cuenta una terrible y a la vez familiar
situación: cómo este joven asesina a un taxista brutalmente, por
lo que es encarcelado y se le da la condena máxima: la pena de muerte.
Sin demasiadas señales que justifiquen o expliquen esta acción,
La pelicula puede ser leída desde la irracionalidad de
la violencia presente en nuestras sociedades, y a la vez desde la racional y
violenta solución que algunas sociedades poseen para estos actos de violencia.
En nuestros días, en nuestras cotidianas vidas, los medios de comunicación
nos enfrentan continuamente con hechos y situaciones violentas: asesinatos,
violaciones, crímenes, situaciones que violentan nuestras condiciones
de existencia. La posibilidad de individualizar a los responsables de esos hechos
violentos nos permite "operar" sobre ellos, aislarlos. Sea con el propósito
del castigo o de la reeducación, se despliega una serie de instituciones
y controversias acerca de cuál es el mejor modo de lidiar con esos violentos.
Son comunes las discusiones acerca de los mecanismos que debemos poseer como
sociedad para penalizar esos hechos, y es común escuchar condenas más
violentas que los hechos mismos.
El debate sobre la pena de muerte participa de estas "soluciones" y constituye su límite: la solución del problema por la eliminación del violento promete la no reproducción de otro hecho violento, al menos de manos de ese sujeto, y se presenta como una "advertencia" con suficiente poder como para que otros violentos estén atentos a las posibles consecuencias de sus actos.
En el film de Kieslowski, nos enfrentamos a las paradojas de nuestro orden social,
donde la violación de la premisa NO MATARAS es castigada con otra muerte,
más racional quizá pero tan inexplicable y brutal como la primera:
la pena de muerte. En este punto cabría preguntarnos a quién va
dirigido el título del film. Pero también nos enfrentamos a algo
más que la pena de muerte. Nos enfrentamos a modos de vivir, de habitar
la existencia, de otorgar sentidos, o de sostener la pregunta del sin sentido.
Las palabras de su director ubican al film en una época, en un tiempo
y espacio, pero a la vez nos enfrentan a preguntas existenciales que exceden
respuestas coyunturales. "Durante la ley marcial me di cuenta de que la política
no es importante realmente. De algún modo, por supuesto, define dónde
estamos y qué podemos y qué no podemos hacer, pero no soluciona
cuestiones humanas de fondo. La política no está en condiciones
de responder a ninguna de las preguntas esenciales, fundamentales del ser humano.
De hecho, no importa si uno vive en un país comunista o en uno capitalista
cuando se trata de temas de fondo. ¿Cuál es el verdadero sentido
de la vida? ¿Para qué levantarse por la mañana? La política
no responde esas preguntas." (2)
El mandamiento, mandato, o principio "no matarás" opera como
límite sobre la acción de la violencia de un sujeto, es mandato
al respeto del curso de la vida de otro. La violencia presente en la eliminación
de otro sujeto puede pensarse más allá del dolor o del sufrimiento
al que se lo somete para darle muerte. Es una especie de violencia presente
en la decisión sobre la vida de otro. Dar la muerte -o quitar la vida-
representa un acto de violencia donde se juega la negación de un futuro,
chance, posibilidad o interrogación sobre lo que la vida de ese otro
puede ser. Así como para un condenado a muerte no hay "lección"
o "correctivo" posible, cuando se quita la vida del modo que sea se interrumpe
de modo arbitrario un curso, se cierra un camino, se "fuerza" un destino.
Pero, ¿qué es matar? Ambroise Bierce propone una sugestiva definición:
"Crear una vacante sin designar un sucesor". (3)
Las "vacantes" se producen de algún modo en la vida, podríamos
decir que son parte de la vida misma. Pero es la "designación de un sucesor"
la que asegura la continuidad de la vida, de la especie. Sabemos que la "designación
de un sucesor" no se agota en la opción de dejar vivir, sino, muy por
el contrario, la posibilidad de la sucesión es más compleja aún,
ya que necesita de la ligazón de ese sucesor con una cultura. Acerca
de las vicisitudes de la transmisión necesaria para que la historia continúe,
transmisión que en nuestra cultura posee el nombre de educación,
ya nos hemos ocupado (consultar, por ejemplo, la ficha de la película
Padre padrone). Me interesa señalar, en
todo caso, que si matar puede pensarse como la interrupción de una sucesión,
deberíamos ampliar la idea de matar a todos aquellos procesos o actos
que atentan contra la idea de devenir humano, contra el discurrir de una generación
tras otra, contra la inscripción necesaria para que la historia continúe.
No matarás, en la serie de no interrumpirás, no cercenarás,
no inhabilitarás funcionaría así como mandato que puede formularse como dejarás vivir, es una especie de llamado
a la no intervención sobre la vida de tu semejante.
Ahora bien, observemos la siguiente definición de G. Wyneken: "La cuestión
de si es permitido matar ha llegado a ser al fin para el hombre un caso de conciencia.
Si por una palabra mágica se pudiera transformar a un hombre en un animal
o en otro hombre ¿no sería esto también semejante o muy
parecido al matar? ¿Y lo que la educación quiere no es algo parecido
a tal transformación? ¿Educar no significa transformar a su antojo
a un hombre en otro, convertir a un hombre en una nueva imagen anímica?
Suponiendo que esto sea posible, ¿educar no es ética y principalmente
tan problemático como matar?" (4)
¿Hay algo del orden de la muerte presente en la educación?
¿Puede la idea de educar emparentarse con la de matar? La extrañeza
que pueden producirnos estas preguntas no inhabilitan la presencia de otra paradoja.
La educación constituye un acto de violencia sobre otro, en cuanto que
para poder formarlo (5) o transformarlo,
algo de lo que ese ser es debe reprimirse, callarse, aquietarse, amansarse.
Para que la educación sea capaz de producir sujetos, identidades, subjetividades,
debe intervenir sobre el curso de la existencia de otro.
Esta violencia propia del acto de educar muchas veces adquiere formas específicas
e individualizables: sanciones disciplinarias, imposición de silencio,
retos, controles. A veces se presenta de modo más indirecto: la humillación,
la suspensión del pensamiento propio en función de prestar oído
al del maestro. Pero más allá de las formas que adquiere históricamente
es constitutiva de la educación en cuanto que está presente en
la acción que se ejerce sobre otro para dejar en su ser alguna marca,
por otro lado, absolutamente necesaria.
Tal como lo plantea Derrida: "A vivir, por definición no se aprende. No por uno mismo, de la vida por obra de la vida. Solamente del otro y por obra de la muerte." (6)
En cuanto que ese otro que enseña, que me pasa la cultura, que me designa
como sucesor, quiere algo de mí, establece unos fines para su educación,
otorga una dirección a su accionar, constriñe mi futuro ser, violenta
mi naturaleza para otorgarme el ser. ¿Es allí donde
aparace algo del orden de la muerte? En esos fines que la educación establece
volvemos a encontrar la paradoja que liga a educar y matar. En palabras de E.
Antelo: "Enseñar es terminar. Pero es un paradójico
terminar, ya que se busca un fin pero no un final. Si se pasa, se da y se enseña,
es porque se supone que eso que llamamos hombre es un unfinished animal,
esto es, un animal sin terminar. Pero terminar un hombre es acabar con él."
(7)
Que la educación participe de la idea de la muerte, sea como metáfora
o realidad, sea como aquello que tiene que morir en un sujeto para que lo nuevo
pueda tener lugar, no significa que sea pena de muerte o condena.
La condena a muerte puede ser pensada como la negación a que el otro
pueda hacer algo con una educación, que la educación pueda hacer
algo con él. La pena de muerte aparece cuando se da por supuesta la idea
de que nada puede hacerse del otro.
¿No matarás, no educarás? Renunciar a educar es justamente no dejar un sucesor. ¿No matarás, educarás? Quizá sea en la frágil frontera que separa la vida de la muerte donde la educación tome lugar.