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No matarás
Sugerencias para una lectura desde la problemática de la violencia
Por Silvia Serra


"El caos y el desorden reinaban en Polonia a mediados de los años 80, en todos lados, prácticamente en la vida de todos y cada uno de nosotros. Un clima de tensión, un sentimiento de desesperanza y el miedo a que todo pudiera ser aún peor eran moneda corriente. Para esa época yo ya había empezado a viajar un poco al exterior y observaba una cierta incertidumbre en el mundo en general. No estoy hablando en términos políticos, sino sobre la vida común, de todos los días. Sentía una indiferencia mutua detrás de las sonrisas más atentas y tuve la agobiante impresión, cada vez más frecuente, de que estaba en presencia de gente que no sabía realmente porqué vivía." (1) Así describe Krzysztof Kieslowski el contexto donde empezó a pensar la obra Decálogo, una serie de diez trabajos para televisión de una hora de duración, basada en los diez mandamientos, de la cual No matarás es parte.
No matarás transcurre en una Varsovia gris, vacía, pobre y triste. Allí, un joven de 19 o 20 años, sin perspectivas, sin futuro, arrastrando una condena familiar del pasado, actúa sin medir las consecuencias de sus actos. El film cuenta una terrible y a la vez familiar situación: cómo este joven asesina a un taxista brutalmente, por lo que es encarcelado y se le da la condena máxima: la pena de muerte. Sin demasiadas señales que justifiquen o expliquen esta acción, La pelicula puede ser leída desde la irracionalidad de la violencia presente en nuestras sociedades, y a la vez desde la racional y violenta solución que algunas sociedades poseen para estos actos de violencia.
En nuestros días, en nuestras cotidianas vidas, los medios de comunicación nos enfrentan continuamente con hechos y situaciones violentas: asesinatos, violaciones, crímenes, situaciones que violentan nuestras condiciones de existencia. La posibilidad de individualizar a los responsables de esos hechos violentos nos permite "operar" sobre ellos, aislarlos. Sea con el propósito del castigo o de la reeducación, se despliega una serie de instituciones y controversias acerca de cuál es el mejor modo de lidiar con esos violentos. Son comunes las discusiones acerca de los mecanismos que debemos poseer como sociedad para penalizar esos hechos, y es común escuchar condenas más violentas que los hechos mismos.
El debate sobre la pena de muerte participa de estas "soluciones" y constituye su límite: la solución del problema por la eliminación del violento promete la no reproducción de otro hecho violento, al menos de manos de ese sujeto, y se presenta como una "advertencia" con suficiente poder como para que otros violentos estén atentos a las posibles consecuencias de sus actos.
En el film de Kieslowski, nos enfrentamos a las paradojas de nuestro orden social, donde la violación de la premisa NO MATARAS es castigada con otra muerte, más racional quizá pero tan inexplicable y brutal como la primera: la pena de muerte. En este punto cabría preguntarnos a quién va dirigido el título del film. Pero también nos enfrentamos a algo más que la pena de muerte. Nos enfrentamos a modos de vivir, de habitar la existencia, de otorgar sentidos, o de sostener la pregunta del sin sentido. Las palabras de su director ubican al film en una época, en un tiempo y espacio, pero a la vez nos enfrentan a preguntas existenciales que exceden respuestas coyunturales. "Durante la ley marcial me di cuenta de que la política no es importante realmente. De algún modo, por supuesto, define dónde estamos y qué podemos y qué no podemos hacer, pero no soluciona cuestiones humanas de fondo. La política no está en condiciones de responder a ninguna de las preguntas esenciales, fundamentales del ser humano. De hecho, no importa si uno vive en un país comunista o en uno capitalista cuando se trata de temas de fondo. ¿Cuál es el verdadero sentido de la vida? ¿Para qué levantarse por la mañana? La política no responde esas preguntas." (2)
El mandamiento, mandato, o principio "no matarás" opera como límite sobre la acción de la violencia de un sujeto, es mandato al respeto del curso de la vida de otro. La violencia presente en la eliminación de otro sujeto puede pensarse más allá del dolor o del sufrimiento al que se lo somete para darle muerte. Es una especie de violencia presente en la decisión sobre la vida de otro. Dar la muerte -o quitar la vida- representa un acto de violencia donde se juega la negación de un futuro, chance, posibilidad o interrogación sobre lo que la vida de ese otro puede ser. Así como para un condenado a muerte no hay "lección" o "correctivo" posible, cuando se quita la vida del modo que sea se interrumpe de modo arbitrario un curso, se cierra un camino, se "fuerza" un destino.
Pero, ¿qué es matar? Ambroise Bierce propone una sugestiva definición: "Crear una vacante sin designar un sucesor". (3) Las "vacantes" se producen de algún modo en la vida, podríamos decir que son parte de la vida misma. Pero es la "designación de un sucesor" la que asegura la continuidad de la vida, de la especie. Sabemos que la "designación de un sucesor" no se agota en la opción de dejar vivir, sino, muy por el contrario, la posibilidad de la sucesión es más compleja aún, ya que necesita de la ligazón de ese sucesor con una cultura. Acerca de las vicisitudes de la transmisión necesaria para que la historia continúe, transmisión que en nuestra cultura posee el nombre de educación, ya nos hemos ocupado (consultar, por ejemplo, la ficha de la película Padre padrone). Me interesa señalar, en todo caso, que si matar puede pensarse como la interrupción de una sucesión, deberíamos ampliar la idea de matar a todos aquellos procesos o actos que atentan contra la idea de devenir humano, contra el discurrir de una generación tras otra, contra la inscripción necesaria para que la historia continúe. No matarás, en la serie de no interrumpirás, no cercenarás, no inhabilitarás funcionaría así como mandato que puede formularse como dejarás vivir, es una especie de llamado a la no intervención sobre la vida de tu semejante.
Ahora bien, observemos la siguiente definición de G. Wyneken: "La cuestión de si es permitido matar ha llegado a ser al fin para el hombre un caso de conciencia. Si por una palabra mágica se pudiera transformar a un hombre en un animal o en otro hombre ¿no sería esto también semejante o muy parecido al matar? ¿Y lo que la educación quiere no es algo parecido a tal transformación? ¿Educar no significa transformar a su antojo a un hombre en otro, convertir a un hombre en una nueva imagen anímica? Suponiendo que esto sea posible, ¿educar no es ética y principalmente tan problemático como matar?" (4)

¿Hay algo del orden de la muerte presente en la educación? ¿Puede la idea de educar emparentarse con la de matar? La extrañeza que pueden producirnos estas preguntas no inhabilitan la presencia de otra paradoja. La educación constituye un acto de violencia sobre otro, en cuanto que para poder formarlo (5) o transformarlo, algo de lo que ese ser es debe reprimirse, callarse, aquietarse, amansarse. Para que la educación sea capaz de producir sujetos, identidades, subjetividades, debe intervenir sobre el curso de la existencia de otro.
Esta violencia propia del acto de educar muchas veces adquiere formas específicas e individualizables: sanciones disciplinarias, imposición de silencio, retos, controles. A veces se presenta de modo más indirecto: la humillación, la suspensión del pensamiento propio en función de prestar oído al del maestro. Pero más allá de las formas que adquiere históricamente es constitutiva de la educación en cuanto que está presente en la acción que se ejerce sobre otro para dejar en su ser alguna marca, por otro lado, absolutamente necesaria.
Tal como lo plantea Derrida: "A vivir, por definición no se aprende. No por uno mismo, de la vida por obra de la vida. Solamente del otro y por obra de la muerte." (6)
En cuanto que ese otro que enseña, que me pasa la cultura, que me designa como sucesor, quiere algo de mí, establece unos fines para su educación, otorga una dirección a su accionar, constriñe mi futuro ser, violenta mi naturaleza para otorgarme el ser. ¿Es allí donde aparace algo del orden de la muerte? En esos fines que la educación establece volvemos a encontrar la paradoja que liga a educar y matar. En palabras de E. Antelo: "Enseñar es terminar. Pero es un paradójico terminar, ya que se busca un fin pero no un final. Si se pasa, se da y se enseña, es porque se supone que eso que llamamos hombre es un unfinished animal, esto es, un animal sin terminar. Pero terminar un hombre es acabar con él." (7)
Que la educación participe de la idea de la muerte, sea como metáfora o realidad, sea como aquello que tiene que morir en un sujeto para que lo nuevo pueda tener lugar, no significa que sea pena de muerte o condena. La condena a muerte puede ser pensada como la negación a que el otro pueda hacer algo con una educación, que la educación pueda hacer algo con él. La pena de muerte aparece cuando se da por supuesta la idea de que nada puede hacerse del otro.
¿No matarás, no educarás? Renunciar a educar es justamente no dejar un sucesor. ¿No matarás, educarás? Quizá sea en la frágil frontera que separa la vida de la muerte donde la educación tome lugar.

[1] Krzysztof Kieslowski (2000): "La política no es una solución". Página12, 06-07-00. Puede consultarse el escrito completo electrónicamente en www.pagina12.com.ar Subir
[2] Op. cit. Subir
[3] Bierce, Ambrose (s/f): Diccionario del diablo. Leviatán, Buenos Aires. Subir
[4] Wyneken, Gustav (1968): "Las antinomias centrales de la pedagogía". En Luzuriaga, Lorenzo: Ideas pedagógicas del siglo XX. Losada, Buenos Aires. Subir
[5] Educar como sinónimo de dar forma o formar está presente, entre otras, en la idea de Formación Docente. Subir
[6] Derrida, Jacques (1995): Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional. Trotta, Madrid. Subir
[7] Antelo, Estanislao (2000): Instrucciones para ser profesor. Pedagogía para aspirantes. Santillana, Buenos Aires. (negritas y cursivas en el original) Subir

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