"Tal como el bramido del mar precede con mucha anterioridad a la tempestad, esta tormentosa revolución se anuncia por medio de las pasiones nacientes. Una sorda fermentación advierte de la proximidad del peligro. Un cambio en el humor, arrebatos frecuentes, una continua agitación del ánimo, hacen al niño casi indisciplinable. Se vuelve sordo a la voz que le mantenía dócil; es un león enfebrecido. No conoce a su guía y no quiere seguir siendo gobernado".
Jean Jacques Rousseau. Emilio.
"Si una generación llega a ser tal cosa, no lo hace en paz con sus padres".
(1) Entiendo que algo de esto es lo que
pone a rodar Rebelde sin causa, cuando se detiene, desde el comienzo mismo del
film, en el espacio de una comisaría a narrar los conflictos de tres adolescentes
con sus respectivos padres, adultos, mayores, encargados de su educación, de
su cuidado. Más allá de lo más o menos grave de cada caso particular, terreno
en el que no me detendré, hay algo del orden de una desconexión constitutiva
de dos mundos, el del adolescente y el del adulto; un espacio siempre abierto
entre lo que uno "espera" del otro y lo que el otro efectivamente "da", un conflicto
generacional que reconocemos como parte de la historia misma de la humanidad.
Los adultos del film, -me refiero aquí específicamente a los padres de Jim (James
Dean) y de Judy (Natalie Wood)- como corresponde a su oficio, se especializarán
en "no entender" a sus hijos, en prohibir, en poner reglas, en reprochar lo
que observan como constantes "atentados" hacia ellos, ellos que todo lo dan,
que todo lo hicieron y todo lo sacrificaron por sus hijos. Por su parte, los
hijos no querrán "parecerse a sus padres", deberán entonces irse de sus casas,
escaparse, diferenciarse. En el caso del personaje central, Jim, aparece bien
marcada esta "necesidad", ya que el film nos muestra a un padre cobarde, "gallina",
que no puede darle respuestas, dominado por sus "mujeres", en contraposición
a un hijo que le reprochará el lugar en que se posiciona e intentará todo el
tiempo no parecerse a él, lo que le implicará no pocos inconvenientes. El color
rojo de la campera de nuestro protagonista es a lo largo del film el símbolo
mismo de la rebeldía, si recordamos que vestirse es una de las formas de conjugar
el verbo "ser". (2) Por otro lado, James
Dean se convertirá mucho más allá del personaje, -y como consecuencia de su
muerte temprana, producida antes del estreno del film-, en el arquetipo mismo
de la rebeldía juvenil, y en un mito hollywoodense.
Me interesa pensar la idea de "rebeldía" y -más precisamente- discutir la existencia
de una "rebeldía sin causa", frase que desde la aparición de este film parece
haber quedado signada a definir los comportamientos adolescentes.
Podríamos comenzar diciendo que no se es rebelde sin causa: transgredir
es siempre transgredir una ley. Rebelarse, confrontar, perturbar, protestar
siempre se hace "en contra de", y ha sido esto históricamente tarea, función
de los adolescentes. Rafael Gagliano nos recuerda en este sentido que "... los
jóvenes de la década del 60 no fueron los primeros en rebelarse contra la tiranía
y opresiones del mundo adulto de sus padres. En la historia europea occidental
hubo no menos de tres movimientos de rebeldía o revolución por parte de los
jóvenes, todos ellos girando en torno a la primera guerra mundial". (3)
La idea de "rebeldía" puede pensarse por un lado como parte del conflicto que
el psicoanálisis nos ha explicado como esencial en el proceso de estructuración
psíquica del adolescente, allí donde se ubican los "duelos" por los que es necesario
pasar para acceder a la categoría de "adulto". En este sentido, el tan citado
texto de Doltó, La causa de los adolescentes, viene a ubicarse desde el título
mismo, en esta discusión.(4) No hay "sin
causa", según parece.
Por otro lado, la rebeldía parece ser parte necesaria de un proceso histórico
y cultural, algo así como aquello que hace la historia posible. Es desde aquí
que Rafael Gagliano lo explica cuando afirma que "con cada sujeto adolescente
que emerge se discute, qué del orden establecido sobrevivirá o se destruirá",(5)
y nos ofrece una cita al respecto:
"Los adolescentes son los portadores de la renovación cultural, o sea de esos
ciclos de generación y regeneración que vinculan nuestros limitados destinos
individuales con el destino de la especie. Más aún que el nacimiento,
el matrimonio o la muerte, la adolescencia trae consigo el drama más elaborado
del pasaje desde un dominio de la existencia a otro. Es entonces cuando el individuo
pasa de la vida en familia a la existencia cultural". (6)
Retomemos para pensar esta idea de la renovación cultural que parece portar
el concepto de adolescencia, el significado del término generación y veamos
qué de nuestro oficio se juega allí. Puiggrós plantea que generación significa
"acción y efecto de enseñar", "sucesión de descendientes en línea recta", "conjunto
de todos los vivientes coetáneos", y en su definición más conservadora,
"casta, genero, especie". "Generación" designa una agrupación y por lo tanto
su diferencia con quienes no son agrupados, es decir, los de otras generaciones.
Se construye en la sucesión, es efecto de "engendrar" y produce la acción, engendra.
En el acto de engendrar cada generación se perfila tanto la muerte como la continuidad
de sus padres; en el propio acto de engendrar dibujará el propio término y la
propia continuidad. En otras palabras, producirá el tiempo del hombre. (7)
Lo que esta definición nos viene a plantear es que es en el espacio de una trasmisión,
de una enseñanza, donde se constituye la diferencia generacional, el tiempo
del hombre. Hay educación porque hay diferencia generacional, adutos y no-adultos;
o quizás al revés, hay historia, hay tiempo, hay generaciones porque hay educación,
trasmisión de la cultura. Ahora bien, para que esto funcione, la transmisión
siempre porta una falla, una imposibilidad, algo que debe perderse, algo que
falta, paradojas de nuestro oficio.
Toda trasmisión generacional implica siempre, como explica la definición antes propuesta, continuidad y muerte, algo del orden de la repetición, aquello que liga, que garantiza cierta continuidad histórica necesaria; y aquello que diferencia, lo que muestra la imposibilidad del pasaje completo, sin fisuras, de una generación a otra, por ende, lo que asegura que una nueva generación se constituya en tal, se haga lugar, nunca en "paz con sus padres".
Es entonces esta diferencia, el diferir respecto de sus antecesoras lo que marca
la posibilidad de que una generación se constituya en tal. Hacerse cargo de
las herencias es siempre lidiar con ellas. Por eso, el pasaje intergeneracional
que toda transmisión supone sólo puede ser exitoso cuando da paso al contrabando
y a la desobediencia. Dice Debray que así como transmitir no es transferir (una
cosa de un punto a otro), heredar no es recibir, sino seleccionar, reactivar,
refundir. Es reinventar, por lo tanto, alterar. (8)
Ser heredero implica un ejercicio de infidelidad, de rebeldía, de transgresión
a una ley. Sortear en parte el temor, la obediencia, el respeto obligatorio.
Quizás podamos pensar los conflictos generacionales de Rebelde sin Causa si la ubicamos en la época de su aparición, y vemos que se está describiendo a los jóvenes americanos de la posguerra. Si bien el film no nos proporciona datos históricos, podemos entender que allí anida un fuerte pesimismo, un rechazo al modelo de sus mayores y sobre todo un fuerte resabio de destrucción y violencia heredadas, violencia que hacen manifiesta en la forma misma de comportarse, de vivir, siempre al límite, siempre al borde del peligro, de la muerte, siempre el riesgo haciéndose presente.
Podemos incluir también la hipótesis que están cerca los años 60, con los profundos
cambios, principalmente generacionales, que ya se irían percibiendo en la sociedad;
sobre todo en lo referente a la aparición de movimientos juveniles, que manifestarán
su activo rechazo al modelo y a los valores de sistema.
Ahora bien, trasladándonos a nuestros tiempos, encontramos una serie de diagnósticos que desde hace ya varios años, parecen preocupados por una juventud que ha dejado de "rebelarse". Ofrecemos dos de estos diagnósticos, sólo como muestras:
"La cultura juvenil, desde siempre asociada a la ruptura y transgresión, hoy
sólo es una muestra de conformismo, redundancia, repetición y pasividad, aún
cuando se mantenga, como sus coetáneos, centrada en la tríada sexo, drogas y
rocanrol" (Gil Calvo, 1993).
"Sus opiniones nos hablan de prácticas, sentimientos o creencias que en múltiples
aspectos reflejan fastidio, crítica o desasosiego hacia mucho de lo que los
rodea. No son rebeldes movilizados como los hubo en otras épocas. En ellos se
combina el lenguaje del descontento con la ausencia de acción colectiva. Los
jóvenes no están al margen de la fragmentación general de los lazos de solidaridad.
Cuando manifiestan insatisfacción o descreimiento en porcentajes muy altos,
no lo hacen frente a instituciones o pautas de conducta sólidas ante las cuales
insurgen. En una situación de cambio social en la que se desestructuran muchas
de las certezas de los adultos, los jóvenes difícilmente podrían construir identidades
colectivas marcadas por la protesta generacional" (Emilio Tenti Fanfani y Ricardo
Sidicaro, 1998).
¿Cómo se operó este pasaje, este quiebre entre un modo de ser adolescente rebelde "sin causa" y este otro que nos ofrecen estos textos? Varias podrían ser las respuestas aquí. Creo que deberíamos recordar primeramente, que en nuestro país la rebeldía se pagó con la persecución y la muerte, la rebeldía tiene el nombre de la derrota.
Pero por otro lado, y yendo más allá de la rebeldía militante, de lo que se
trata es de que pareciera que lo que ha cambiado es el estatuto mismo de la transgresión.
La rebeldía siempre tuvo sentido en tanto existía un límite que franquear. Caído
ese límite, no tiene mucho sentido decirse "rebelde".
Con relación a cómo se manifiesta esta problemática en la escuela, Estanislao
Antelo argumenta que el ocaso de las prácticas disciplinarias ha desplazado
la dupla prohibido-permitido, y ha producido la "ampliación del campo de lo
posible". Todo puede ser posible en el interior de las escuelas. Asistimos actualmente
al desconcierto provocado por el borramiento de las ideas de límite,
referentes, modelos. La paradoja es que, al revés de lo esperado, "si Dios o
Sarmiento han muerto, nada está permitido. Si todo es posible, nada es posible".
El arte de la transgresión, parece, se aprendía en una escuela disciplinaria,
caracterizada por el agobio de los adultos, y un sin fin de prohibiciones. La
vieja dupla prohibido-permitido hoy deja lugar a formas inéditas de autocontrol
con sus correspondientes patologías y paradojas de la libertad, en que resulta
muy complejo situar el peso de las transgresiones. (9)
Entonces, "la supuesta ausencia de rebeldía debería ser pensada, más que como
no transgresión a una ley, como la ausencia misma de orden y sentido. El orden,
el sentido, la posibilidad misma de distinguir un límite, una norma, una ley,
es algo que una sociedad adulta construye lentamente". (10)
Quizás haya entonces que volver a pensar cómo se instituye una ley que organice, que estructure los espacios intergeneracionales, entendiendo que es necesario que no se ausenten de ellos el conflicto, la discontinuidad, y la rebeldía, sin los cuales se hace difícil pensar el progreso de la historia.