Sumo
"Se dice que los jóvenes y adolescentes están abúlicos, apáticos, desinteresados,
desmotivados, dormidos, irrespetuosos, indiferentes, distraídos, no tienen límites,
están en otra, todo les da lo mismo, están aburridos, no participan, no tienen
valores". (1) Estanislao Antelo repara
en lo negativo de los calificativos que hoy nombran a la juventud. Estos argumentos
-nos dice- comparan un ser joven hoy en la Argentina que nada tendría que ver
con los jóvenes de "antes". Esos que pareciera sí sabían cómo ser jóvenes. "Habría
ya una forma de ser joven, con la cual medir a las distintas generaciones de
jóvenes que se suceden. Y a partir de ahí se desprenden los diagnósticos. En
este caso, los disgustos, los malestares, las preocupaciones. Ningún alimento
es tan pesado para un profesor como el de los lugares comunes. El remedio para
las contraseñas que la opinión diseña es la desconfianza. Cuando todos estamos
de acuerdo tan rápidamente en el nombre de lo que está mal, debemos desconfiar".
Desconfiar -nos dice Antelo- de los diagnósticos, de las evidencias, de eso que veo a diario. Pensar en contra de uno mismo. No parece algo fácil. Pero es factible hacer el intento.
Dos películas nos sirven para poner a prueba esta recomendación: Sábado, un film del año 2001, y Los jóvenes viejos, realizada en 1962.
Casi cuarenta años separan estas dos realizaciones cinematográficas. Cuarenta años después, ¿los jóvenes son otros? ¿son otras las preocupaciones adultas que se plantean? ¿Es otro el diagnóstico?
Sábado nos habla de esa jornada en la vida de seis jóvenes. Jóvenes de clase media, media alta, profesionales algunos y de los otros poco sabemos.
El sábado suele ser un día sujeto al azar. Sin obligaciones, sin tener que trabajar o estudiar, sin nada predeterminado para hacer. En este marco aleatorio cualquier cosa puede suceder, las condiciones probabilísticas que preocupan a algunos de estos jóvenes se mezclan y a veces hasta "chocan" produciendo encuentros casuales entre ellos, que aun cuando parecen prometedores no logran producir ningún "efecto especial". Los diálogos entre los jóvenes son retóricos, elípticos, sin sentido, y se caracterizan por una enorme pobreza argumentativa.
Es interesante observar la mirada que sobre los jóvenes hace este largometraje. Intenta mostrarlos suspicaces, desaprensivos e indiferentes, pero el resultado es una falsa inteligencia. Veo jóvenes aburridos y tristes, que no saben qué hacer, ni dónde ir; que no tienen pasión, ni miedo, ni amor.
Si nos remontamos cuarenta años atrás, en el film Los jóvenes viejos observamos a tres jóvenes de clase media que enfrentan un fin de semana sin grandes expectativas. Cansados de Buenos Aires, deciden viajar al mar. Ellos se nombran a sí mismos como aburridos. Dicen estar cansados de hacer concesiones y que por ser una generación en transición, no tendrían posibilidades de decir ni de hacer cosas. Sus diálogos plantean como ideal la rebeldía y el hacer cosas importantes, pero siguen sosteniendo como emblemas la buena posición, el dinero, la seguridad y la virginidad femenina. Se sienten imposibilitados de ir más allá de lo que de ellos se espera y por esto se nombran como cobardes.
Nuevamente nos encontramos con jóvenes aburridos y tristes, sin ideales, sin pasión, sin miedo, sin amor.
Gruner, en su texto "El sitio de la mirada", (2)
sostiene que hay una política de la mirada, que así como Althusser afirma que
no hay lecturas inocentes tampoco hay formas "puras" de la mirada. El dice que
"... para situarse, sartreanamente, ante un mundo que aspira a una abyecta transparencia
visual, es necesario empezar por confesar de qué maneras de mirar somos culpables".
(3)
¿De qué "mirada" son responsables (ya no culpables) estos films? ¿Podemos pensar que hoy se adscribe a una mirada similar cuando de los jóvenes se trata? ¿Es ésta mirada nueva, o es un mal tan viejo como años tiene la diferencia generacional?
Obviamente los siglos cambian, las culturas cambian y las miradas también. Jóvenes hubo siempre, pero aún irreverentes e invencibles, algo perdidos y poco preocupados por el futuro, llenos de vida y desmentidores de su muerte, se les suponía capaces de beber la sabiduría que el cáliz de la experiencia les daba.
¿Hay alguna experiencia en aquel sábado? ¿Marcó alguna diferencia en la vida de aquellos jóvenes ese viaje a Mar del Plata?
Desconfiemos...
Cuarenta años atrás la abulia se hace presente de la mano de la imposibilidad.
Privados de voluntad para romper los cánones de los años 50, estos jóvenes ya
son viejos. Sin embargo, pensando en contra de toda la evidencia que los muestra
abatidos o entregados, ellos no dejan de hablar de esta imposibilidad y los
años son testigos de que los jóvenes de esa generación (abuelos de muchos de
los jóvenes de la generación de Sábado) permitieron que se generen diferencias
entre ellos y los que los sucedieron, enfrentando su disconformidad, soportando
los cambios; aun cuando hoy se quejen de la abulia de sus propios nietos.
Estanislao Antelo repara en un comentario de Witold Gombrowicz: "Frente a la
juventud, los adultos son cobardes, serviles, sin energías, y sus juicios carecen
de peso (...) El hombre maduro siente que su estilo ha envejecido, todos lo
sentimos. Desarmados frente a la juventud, los intelectuales buscan profundos
problemas en ella para filosofar después. Pero justamente es palabrería de intelectuales
que quieren brillar sobre el tema de la juventud, la que le ha dado esta forma
a la crisis. La juventud está en contra de esquemas preestablecidos, pero ya
se les están preparando otros esquemas igualmente caducos".
Estas crisis de abulia, desinterés, desmotivación, etc. diagnosticadas en los
jóvenes, no son un mal actual. Otras miradas retrataron y diagnosticaron, con
similares adjetivos de imperfección, a los jóvenes de otras épocas. Este mismo
prurito caracterizó a un adulto como Hesíodo, quien 720 años A.C. decía: "No
tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma
el poder mañana, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente
horrible". O a un Sócrates -ya mayor- quien replicaba: "nuestra juventud adora
el lujo, es mal educada, falta de autoridad y no tiene el menor respeto por
los más viejos. Nuestros hijos hoy son verdaderos tiranos. Ellos no se levantan
cuando una persona mayor entra, responden a sus pares y son simplemente malos".
Desconfiar entonces implica reparar en la mirada adulta, en el lugar en que
ésta se posiciona, juzga y sanciona. Sujetos a la evaluación adulta,
los jóvenes deberían dar cuenta de dónde están, qué hacen, cómo lo hacen y para
qué. Sin embargo el desfasaje generacional es constante, nunca están donde se
los espera y por esta razón se los juzga poco inteligentes, superficiales y
faltos de valores. El sitio de la mirada adulta deberá cuestionar su propia
imposibilidad, la imposibilidad de un cierre, la hendidura propia del cambio
que supone el traspaso de una generación a otra. Soportar la incertidumbre,
lo incierto del devenir, trabajar sobre lo que se transmite y hereda. Algunos
sugieren acompañar, educar, o simplemente estar. Las posibilidades son varias.
Lo que no es posible hacer, es desentenderse de que como adultos algo tenemos
que ver con lo que los jóvenes son.