LA JUBILACIÓN

La jubilación, el merecido descanso remunerado, conquista indudable de un derecho por parte de quienes han dedicado al trabajo gran parte de su vida, se vuelve en realidad, para muchos, un momento difícil, un trago amargo, una verdadera ruptura.

Jubilación y vejez se han convertido en términos sinónimos, significan lo mismo. Jubilarse no es otra cosa que traspasar la puerta de entrada de la vejez. O dicho de otro modo: la vejez comienza, oficialmente, el día en que uno se jubila es decir, el día en que pasa a ser considerado improductivo, innecesario, inútil. A partir de ese momento todo cambia: el nivel económico, el status social, las relaciones familiares y sociales.

La pérdida del puesto del trabajo supone, de forma automática, una disminución de ingresos y un aumento del aislamiento social. Equivale a una muerte social, y lo es, para quienes no consiguen integrarse de otra forma en el grupo.

El jubilado siente que su imagen es negativa en el conjunto de la sociedad, porque no aportan nada. Es una existencia en declive. Tiene pasado pero no futuro. Esto es lo peor para muchas personas mayores: es la mala imagen social. Imagen que se deriva de ser considerado como alguien que ha dejado de contribuir, de aportar.

La ruptura con el mundo laboral, significa en muchos casos, pasar a un estado de pasividad completa. Cuando una persona no trabaja es considerada económicamente pasiva, pero, por extensión, se considera que lo es también socialmente. Es decir, que el jubilado no es otra cosa que un ser pasivo que recibe bienes y servicios de la sociedad, sin aportar nada a cambio.

Este es en gran medida, en nuestra sociedad, todo un problema

La jubilación lo trastoca todo. Cambia los horarios, los quehaceres, las costumbres. Se pasa de no tener apenas tiempo libre, a tenerlo todo. De no estar en casa más que por la noche, a estar el día entero. En muchos casos, con el trabajo se pierden también los amigos, los compañeros, pues todas las relaciones sociales se limitaban al mundo de la empresa. Descienden los ingresos y cambia, cuando no se pierde del todo, el puesto que se ocupa en la sociedad.

La persona que antes se sentía útil, considerada, valorada, tras la jubilación casi no se encuentra a sí misma. Tiene que replantearse toda su vida, organizarse de nuevo el tiempo, ajustarse a una situación económica difícil y establecer unas nuevas relaciones familiares. Y todo ello desde una posición de inferioridad, en un momento en el que su autoestima, el valor que se concede uno así mismo, está en su nivel más abajo.

Hay estadísticas que demuestran que un alto porcentaje de jubilados se aburre. Y son muchos lo que, desorientados, no saben qué hacer, ni cómo ocupar su tiempo. Sienten que estorban en casa y en todas partes (Courtier- Camus- Sarkar, 1990).

Sobre este tema el Dr. Santiago Pszemiarower en 1991 hizo famosa su frase: “Jubilarse del trabajo no es jubilarse de la vida”.

 

Lic. Graciela Izaguirre