EL JUEGO Y LA VIDA El juego es una forma de enfrentarse con aquello que la vida nos presenta. “El adulto que aún es capaz de comportarse como un niño que juega, habrá aprendido a enfrentar todas las contingencias de la vida y a defenderse contra la excesiva presión que produce la exigencia de mantener un elevado rendimiento” (Hildegard Hetzer, l978). En el juego se adoptan actitudes que de algún modo nos muestran y muestran a los otros, cómo somos, cuál es nuestra historia y de qué somos capaces en situaciones límites. Cuanto mayor ha sido y es nuestra disposición a jugar, mejor responderemos a las diversas situaciones de la vida cotidiana, con profundidad, habilidad, creatividad y ética. De niños, jugar es el contenido principal de la vida. Si de pequeños no jugamos, “algo pasa”. El juego fecundo que se desarrolla en la niñez es la mejor base para una adultez sana, exitosa y plena. Jugando nos conocemos a nosotros mismos y a los demás. Se adquieren conocimientos y habilidades. Se descubre la alegría “de hacer”, de conocer algo nuevo, de poner a prueba nuestras posibilidades de cambiar el mundo que nos rodea, de desarrollar nuestra capacidad de asombro. El juego libre, no organizado, no metódico, permite descubrir al “objeto lúdico” (personas, juguetes, piedras, ramas, etc.) por un lado y nuestro potencial para interactuar con él. El juego dirigido apunta a una nueva dimensión; tienen un objetivo claro; hay normas, reglamentos. Antes de jugar sabemos qué se puede y qué no. Aparece la noción de Ética. Respeto a consignas, a la coordinación, a la subordinación al grupo y sentido de cooperación son sus soportes. Aquí aparece en escena nuestro carácter, nuestra manera de ser. Nos mostramos cómo somos ante situaciones de riesgo, presión o límite. A lo largo de su vida el ser humano no debe abandonar la sana práctica de juego. De no hacerlo, algo en su personalidad se encuentra atrofiado. Aún “de grandes” debemos seguir jugando. Tal vez, para no sentir que parezcamos ridículos, al juego lo llamamos entretenimiento, hobby o aprovechamiento del tiempo libre. Debemos tomar a todas las situaciones de la vida como “juego”, con su verdadero sentido formativo: lograr un objetivo a través de reglas y disfrutando de lograrlo. Hetzer nos dice que “... en el juego se halla la raíz de aquello que posibilita al hombre una existencia superior, no pragmática, y la alegría que produce la vida basada en una actividad libre.” Para Schiller, entre todos los estados del ser humano , el juego, y sólo el juego, lo convierte en hombre pleno. Quien se dirige a las cosas jugando será cautivado por ellas de una manera muy peculiar. Nuestra entrega será total y tal vez, descubramos, con feliz asombro, una faceta que se nos estaba atrofiando. Muchas veces, estas experiencias tienen un efecto relajador; se liberan nuestras tensiones, nos sentimos renovados. Jugando, ya adultos, volvemos a los hechos primitivos de nuestra vida en toda su amplitud y profundidad. En el juego no es la meta fundamental, única, ganar o llegar al objetivo. Importa el proceso, el “mientras tanto”. Si jugamos libres, descargando, desafiando y desafiándonos, disfrutando, tal vez no haya sido lo más importante “no ganar”. Otras cosas han pasado en nosotros. Debemos pensar , los que ya dejamos la infancia, que debemos reconocer el valor del juego en nuestras vidas. Tomarlo como un medio para liberar las tensiones que producen las preocupaciones de la vida diaria. Juegos motrices, recreativos, deportivos, intelectuales; todo vale, si nos hace bien, si nos permite gozar, compartir, “crecer” , ser y estar mejor. Ya adultos, sabremos qué tipo de juego necesitamos practicar para seguir siendo libres, sanos, abiertos al mundo. Saber “elegir” lo mejor para nosotros es haber logrado la madurez. Es sentir que no hemos vivido en vano. Lic. Graciela Izaguirre |