Periódico Plural

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Olga Ferri. Comenzó su carrera en la compañía de baile del Teatro Colón a los 18 años. En 1968, en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, obtuvo el título de Regisseur de Ópera. Ha bailado en la Argentina y en el mundo junto a notables figuras, entre ellas Rudolf Nureyev. Fue Directora de Danza del Teatro Colón hasta 2008. Desde 1971, se dedica a la enseñanza y sigue formando a destacados bailarines. Ha recibido numerosas distinciones, entre ellas: Gran Premio de Honor Fondo Nacional de las Artes (1977), Premio María Ruanova, otorgado por el Consejo Argentino de la Danza (1996). En 2008 fue declarada Ciudadana Ilustre de Buenos Aires, por su trayectoria y por la difusión del ballet argentino en el mundo. Teatro Colón hasta 2008. Desde 1971, se dedica a la enseñanza y sigue formando a destacados bailarines. Ha recibido numerosas distinciones, entre ellas: Gran Premio de Honor Fondo Nacional de las Artes (1977), Premio María Ruanova, otorgado por el Consejo Argentino de la Danza (1996). En 2008 fue declarada Ciudadana Ilustre de Buenos Aires, por su trayectoria y por la difusión del ballet argentino en el mundo.

¿Cuándo llegó al Colón?

El Teatro Colón prácticamente es mi casa: entré desde muy chica, pasaba todo el día ahí, comía, vivía ahí adentro, incluso ahí conocí a mi marido.

¿Qué le gusta transmitir como docente?

Creo que a mis alumnas les transmito mucho; me siento reflejada, tenía los mismos problemas de ansiedad: ellas quieren bailar antes de estudiar baile. Sin embargo, a mí me fascinaba estudiar; mi maestra, Esmée Bulnes, fue una gran docente, estoy muy agradecida por todo lo que me dio.

¿Qué diferencias encuentra hoy respecto a cuando usted estudiaba?

Las técnicas se enriquecieron; desagraciadamente, ahora hay más destreza técnica y menos sensibilidad artística. Pero mis alumnas y mi estudio son como «jardinería humana»: cada chica necesita algo especial, un tutor, un nutriente... Cada una es diferente y tiene su personalidad. El día de mañana, se forma una hermosa planta, con una hermosa flor y va a una exposición y gana un primer premio. Ese es el resultado que obtengo de mis alumnas.

¿Cómo organiza la diversidad de edades y niveles de su curso?

Es muy difícil; yo preparo las clases, no las improviso. Utilizo tres niveles y llevo un libro donde voy escribiendo para recordar porque no podría acordarme de todos. Por ejemplo, los lunes vengo una hora más temprano, las cito para que vengan y preparo la clase para los tres niveles. Así, la clase rinde más. Entonces, el lunes les doy los pasos, el miércoles los voy puliendo y, para el viernes, los tienen que saber bien. Es un sistema de trabajo que no falla, así lo hice siempre.

En sus clases, ¿cuánto hay de planificación y cuánto de pasión?

Entre planificación y pasión, la balanza está pareja. Tiene que ser de esa manera. El maestro tiene que transmitir esa pasión y hacerle trabajar la imaginación al chico, sobre todo con los más chiquitos; por ejemplo, enseñarle un movimiento de brazos como si quisiera dar flores a alguien.

¿Cómo ve a la danza?

Hoy algunos padres prefieren que sus hijos aprendan «el baile del caño» en vez de aprender a bailar clásico. Se nota la falta de educación en la forma de hablar; falta de respeto frente a su cuerpo, y el baile no es eso, lo denigra. Es más difícil agarrarse de una barra y trabajar.

¿Cuál es su vínculo con los padres?

Muy bueno. Me dan plena libertad, en general no me insisten –es frecuente que muchos crean que tienen a Anna Pavlova en su casa–, pero no me presionan para que sus hijos se saquen un diez en el Colón. Es una relación de mucho respeto.

¿Y con sus alumnos?

Es un vínculo muy especial que se establece entre ellos y yo, como si habláramos un idioma diferente que los demás no pueden entender. Pero yo no cierro la puerta de mis clases; los padres tienen siempre las puertas abiertas: es interesante que otros puedan ver. A veces, de tanto venir a observar, pueden apreciar mejor un espectáculo de ballet, porque aprenden al verme corregir.

¿Cuál es su objetivo como maestra?

Me gusta formar artistas y lindos seres humanos. Una bailarina cuando baila en el escenario se desnuda completamente. Yo veo bailar y me doy cuenta de cómo es en su interior como persona y como ser humano. Eso se nota enseguida. Yo quiero que sean todos compañeros y se estimulen entre ellos; cuando uno hace algo bueno, hay que aplaudirlo. El compañerismo me da muy buenos resultados. No hay tanta competencia como en otros ámbitos. En general, vienen chicas que quieren bailar en serio; la que viene para que todos la miren y la halaguen no encaja en el grupo y abandona.

Además de enseñar, ¿se inclina por crear?

No me dediqué a la creación porque tengo mucho respeto por los creadores. Siempre me gustó ser maestra. En vez de crear coreografías, me gusta más reponerlas exactamente como el coreógrafo quería. Ahora hay un sistema que permite escribir las coreografías a un costado de las partituras: es fabuloso. También hay videos, pero no es lo mismo, porque uno copia del video lo que otro hace; y no es bueno copiar porque el que lo hace no tiene personalidad. Es más apasionante ver la creación de un coreógrafo, madurarla, hacerla, y que haya alguien que corrija.

¿Siente que todavía aprende?

Siempre se aprende. Tengo videos de maestros que dan clases en otras partes del mundo y sé cuándo puedo hacer algo parecido y cuándo no porque no es bueno. Ver las nuevas versiones de ballets es fascinante; no para copiar, sino para enriquecerse.

¿Qué consejo les daría a los docentes?

Uno tiene que tener una gran vocación para la docencia. No sirve ponerse un estudio con el objetivo de ganar dinero porque después se ven los resultados. Cuando pasa el tiempo, y las alumnas tienen mucho éxito, la satisfacción es enorme, es como si prolongaran mi vida: ellas son como mis hijas.

¿Y a las nuevas bailarinas...?

Les pido que sean más humildes porque la soberbia se ve en el escenario; tanto en hombres como en mujeres. Algunas chicas, por ejemplo, sienten que se aburren. Yo tuve la ventaja de que no había ni video ni nada, entonces para poder bailar tenía que estudiar. Ahora las chicas ven bailar y quieren bailar ellas también inmediatamente, no quieren estudiar. Es un arma de doble filo. Yo no tenía dinero para ver ballet en el Teatro Colón, pero quería bailar, así que mi madre me llevó a estudiar. Tuvo la suerte de ser escuchada... Sí, mi mamá y, sobre todo, mi papá –a él le gustaba mucho el teatro– fueron un gran estímulo. Antes ser bailarina se asociaba con ser bataclana –esto se ve ahora en televisión–, y no es nada lindo, pero por suerte mis padres no me cuestionaron.