Periódico Plural

mariano

editorialYa ha pasado la etapa de encantamiento romántico en que afirmábamos –no sin cierto tono de catastrófica autocrítica– que la aparición de nuevas tecnologías dejaba atónita e inmóvil a la escuela, incapaz de «adecuarse» a los nuevos tiempos.

Hoy por hoy, el debate que se asume con compromiso en los diversos foros educativos en materia de Nuevas Tecnologías se centra en el modo en que estas pueden capitalizarse para ampliar las oportunidades de aprendizaje de los alumnos.

Por añadidura, afortunadamente, ya nos hemos dado cuenta de que las máquinas no son de por sí buenas ni malas, sino solo oportunidades que pueden aprovecharse de diferentes maneras. Desde nuestro lugar de educadores, la pregunta oportuna es la siguiente: ¿cómo logar que estos recursos sirvan a la función social de la escuela, a su proyecto comunitario de distribución y de construcción compartida de este preciado bien público que es el conocimiento?

Las Nuevas Tecnologías funcionan, sin embargo, como amplia caja de resonancia de cuestiones pedagógicas y didácticas que tienen su origen en viejos debates que las preceden. ¿Cuán permeables permitimos que sean las paredes de la escuela a la realidad social? ¿Cómo conjugamos las tradiciones más rígidas del saber «escolarizado» con el hecho contundente de que el conocimiento está disponible todo el tiempo y en todos lados? ¿Qué Niño se concibe como sujeto de la educación, y en qué ideal de Hombre se inspira la enseñanza? Y no menos importante: ¿Por qué esta última pregunta suena hoy extrañamente anacrónica si hace apenas unas décadas era un frecuente punto de partida en reuniones institucionales?

Como siempre ha sucedido, el «progreso» en sus diferentes versiones revoluciona nuestros sentidos y pone en nosotros promesas y advertencias, expectativas y temores. Y por eso hoy, mientras estamos instalando conexiones a Internet en todas las escuelas de la ciudad, creo oportuno sugerir una reflexión sobre estas cuestiones. La disponibilidad de recursos informáticos es, en sí misma, algo bueno porque abre posibilidades. Pero recordemos que son las tecnologías las que deben servir a la misión de la escuela, y no esta adecuarse a la «era» que las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) representan. Es preciso aprovechar las tecnologías desde un enfoque sensible a su dimensión social, para que en la práctica potencien –y no banalicen ni encubran ni tergiversen– las oportunidades de nuestros alumnos de aprender.

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