Periódico Plural

Leandro Avalos
Ángela Pradelli nació en Buenos Aires en 1959. Es profesora de Literatura y escritora. Publicó Las cosas ocultas (1996), Amigas mías (2002), Turdera (2003), El lugar del padre (2004), Libro de lectura, crónica de una docente argentina (2006) y relatos que figuran en diversas antologías. Ha recibido numerosos premios.

En el año 2003, empecé a viajar en «combi» para ir a Buenos Aires y para volver desde allí. En uno de los primeros viajes, yo volvía hacia Adrogué y alcancé a tomar una que estaba saliendo. Me senté en el único asiento libre y enseguida noté que pasaba algo distinto. Cuando llegamos al Puente Pueyrredón, lo entendí: eran pasajeros que viajaban siempre juntos, y ese día había faltado alguien, y me dejaron subir a mí.

Ahora bien, ellos tenían una lógica de comunicación de la que yo estaba afuera, mensajes que venían desde la mañana continuaban en ese momento. Siempre me gustaron los escenarios pequeños para narrar. Por lo doméstico y también porque son muy potentes (las cocinas, los pasillos de terapia intensiva...). Hay allí una circulación de historias que suelen ser muy pesadas. Por alguna razón, esos espacios concentrados generan mucha intimidad: personas que acaban de conocerse se cuentan historias que les costaría contarlas a un familiar.

Había empezado a escribir Combi, cuando surgió la idea de El lugar del padre, y me desvié para escribirla. Es una novela con muy pocos personajes y con una atmósfera muy íntima, así que volver a Combi –novela más social y con muchos personajes– me ponía en un plano bien diferente. Tantos personajes y tantas historias... lo íntimo en diálogo con lo social, el adentro con el afuera. Cuando retomé la escritura de Combi, me llamó la atención que varias personas se acercaron para contarme sus historias porque querían ser personajes de mi novela.

berazachussetts
Concreté reuniones porque necesitaba información: entrevisté a una maga y a un antropólogo, entre otros. Me sorprendió que la mayoría de los entrevistados, cuando yo pretendía tranquilizarlos diciéndoles que no iban a aparecer con su nombre y su apellido, se mostraban decepcionados.

También fue curioso que hubo gente –incluso pasajeros reales de las combis– que se acercó porque creía ser un personaje de la novela y quería serlo o porque consideraba que su historia era digna de ser contada. Respecto a los personajes, tras avanzar unos pocos capítulos, decidí concretar una idea que me venía dando vueltas en la cabeza: incorporé un personaje de cada una de mis tres novelas anteriores.

Me gustó ese enfoque para ver cómo se manejaban ahora, en un nuevo lugar, rodeados de otra gente. El único personaje que aparece con su nombre verdadero es el fotógrafo Pepe Mateos. Los demás nombres son ficticios porque de esas otras personas recibí información interesante e imprescindible, pero iban a hacer un viaje en el que yo les iba a hacer decir cosas – o asumir posturas– que quizá no les gustaran. No sabía si esas personas iban a pensar bien o mal de la policía o de las movilizaciones, y eso me hubiera impedido escribir libremente.