Periódico Plural

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editorial

Los últimos años han sido testigos de la consolidación de lo que se ha dado en llamar una cultura de la evaluación. Desde esta perspectiva, se pone el énfasis en el hecho de que, para todo desempeño realizado a partir de objetivos –ya sea de parte del alumno, del docente, del gestor o del funcionario estatal–, se amerita un análisis, una rendición de cuentas y una valoración para la mejora.

Esto sucede justo cuando la evaluación venía siendo objeto de fuertes críticas - a veces justificadas - relativas al modo en que puede dar lugar a la aplicación de «etiquetas» sobre los estudiantes. De hecho, si recordamos nuestra escolaridad, podemos notar que se refieren a la evaluación la mayoría de los recuerdos, anécdotas y sensaciones. En estas imágenes, las prácticas evaluativas suelen aparecer como un atributo de rigor, de autoridad, o también de crueldad y de despotismo por parte de quienes fueron nuestros maestros y profesores.

En otros ámbitos, sin embargo, donde la evaluación no se asocia exclusivamente a la acreditación ni a la promoción, sino que se desarrolla como una práctica de reflexión sistemática para la mejora de la enseñanza y para el impulso al aprendizaje, se muestra que se trata de una práctica imprescindible. Un simple ejemplo es el siguiente: el Nivel Inicial evalúa bajo estas premisas; tal vez, ese sea uno de los aspectos en los que claramente la pedagogía de todos los niveles debería «jardinizarse», como vengo sosteniendo y discutiendo con colegas desde hace varios años.

En cualquier caso, el ejercicio de evaluar demanda poder mirar nuestra realidad más allá de la mirada cotidiana y atendiendo al dato que en ella reposa: sabiendo que la evaluación es siempre mucho más que un simple dato, pero de ningún modo es menos que el dato. Evaluar nos interpela en nuestra responsabilidad de educadores porque nos impone la obligación de valorar. Para eso necesitamos tener presente una sólida escala de valores y verdades, no solo como principio de ética, sino como referente para evaluar a nuestros alumnos.

Por último, evaluar con responsabilidad es incluir, ya que a falta de una evaluación justa y sensible a las desigualdades de origen de los alumnos –la sociología crítica ha demostrado esto ya holgadamente–, el propio sistema se encarga de imponer sus filtros, y los menos favorecidos por el reparto de bienes materiales y simbólicos terminan siéndolo también de calificaciones escolares. La cultura de la evaluación tiene que ver, entonces, con la responsabilidad, con el compromiso y con la conciencia de todos nosotros de que, ante todo –sean cuales sean los debates o los conflictos de contexto–, hay que seguir haciendo los deberes.

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