Periódico Plural

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Autor: Federico Levín

Nació en Rosario en 1982. Publicó las novelas Historias higiénicas (Grupo Editor Latinoamericano, 2000) e Igor (Gárgola Ediciones, 2007) y el poema Los Pacoquis (Editorial Funesiana, 2007), entre otros libros. Forma parte del grupo de narradores El quinteto de la muerte.

Ceviche empezó con una pregunta ajena: «¿Escribirías un policial?». Hasta ese momento, mis textos habían nacido de una pregunta propia, íntima. Me gustan los desafíos, así que rearmé la pregunta: «¿Qué policial escribiría?». Las únicas consignas eran que debía transcurrir en Buenos Aires y centrarse en un personaje que pudiera continuar investigando en futuras novelas. Me puse a pensar qué clase de policial podría escribir, cómo debería ser el personaje, y cuál el tono... para disfrutar la escritura en un género que me era un poco ajeno.

El lugar, la época y el personaje surgieron casi al mismo tiempo: ahora, la actualidad; y acá, el Abasto. El paisaje del Abasto es capaz de crear historias: con solo describir cómo están dispuestas las cosas, todo se vuelve narrativo. Pensé en las comunidades extranjeras, y eso me llevó a la comida. Me encanta comer, experimentar con sabores y con olores. Mi personaje tenía que ser un apasionado de la comida: de esa manera, se iba a acercar a los misterios de otras comunidades. Surge un personaje solitario, un tipo muy quieto que conoce el mundo probando los platos que se sirven en el Abasto. Pero esto lo lleva a meterse en problemas porque no se trata de un puro gusto por el comer. Tiene que haber algo más, una relación más ambigua y desesperada.
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Así, apareció Héctor Vizcarra, «El Sapo». Ahí empecé a escribir, a dejarme llevar. El Sapo es un obeso que se fanatiza con la comida peruana, especialmente con el ceviche (‘plato de pescado crudo macerado con limón’). Recorre la zona visitando los restaurantes y registrando sus impresiones en un cuaderno. Después de un accidente (suele suceder), la historia se pone a andar. Hay un muerto... tal vez un asesinato, en el momento exacto en que El Sapo mastica el ceviche perfecto. El misterio y el hambre lo hacen perderse entre los laberintos de la comunidad peruana, guiado únicamente por el olor y por el sabor.

El Sapo ama, pero está enfermo de algo (como todos): ama la comida, pero la necesita con voracidad. Al seguirlo, fui descansando en sus certezas y avanzando con su vehemencia. Quería que la novela generara intriga y hambre; pensar, escribiendo y sintiendo con mi cuerpo, en dónde se juntan las ganas de comer y las ganas de saber; el apetito y la curiosidad. Pero de esa curiosidad corrosiva, la que no te deja volver atrás.

Y al mismo tiempo, quería poner en juego algo del miedo: cómo la violencia nace en el mismo hecho de tener miedo, cómo ese miedo puede ser generado por la pura diferencia. Así la comida me sirvió como nexo para acercarme, junto a El Sapo, a un mundo distinto, con reglas propias que pueden llegar a parecer temibles de tan ajenas. Y fue un acercamiento con amor, con ese amor enfermo y desesperado, el de los obesos y los enamorados.

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