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Ignacio García Vidal Es de nacionalidad española. Es licenciado en Historia y Ciencias de la Música por la Universidad de Salamanca y es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Pontificia de Salamanca. Está terminando su tesis doctoral centrada en la investigación de la pedagogía de la Dirección Musical. |
En 2001, asumió el cargo de Director Artístico y Titular de la Joven Orquesta Sinfónica «Ciudad de Salamanca». A los 24 años, debutó en América del Sur al frente de la Orquesta Filarmónica de Montevideo, en Uruguay. Invitado por el Centro Cultural de España en Argentina, brindó cursos de Dirección Musical a profesores de las Orquestas Infantiles y Juveniles dependientes de la Dirección de Inclusión Escolar del Ministerio de Educación. Fue declarado «Huésped de Honor» de la Ciudad de Buenos Aires.
¿Cómo comienza tu vínculo con la música?
Empecé como cualquier niño de las orquestas
infantiles de aquí en la comunidad valenciana de
España. Estudié flauta, luego me recibí de licenciado
en Musicología, y hace diez años que trabajo
como director de orquesta, en las principales
orquestas de España, en Portugal, en Alemania,
y hace unos años trabajo en Uruguay con la Orquesta
José Artigas. Paralelamente, desarrollo mi
actividad como pedagogo.
¿Por qué el interés por la enseñanza?
Me resulta muy necesaria la pedagogía, es un
apoyo. Para enseñar, hay que saber... y para poder enseñar bien, hay que saber mucho. Eso me obliga
a mantener la actividad de reflexión, de estudio,
de lectura, de curiosidad permanente. La música
es mi lenguaje, pero al final lo que hay es una serie
de intercambios de experiencias entre seres
humanos; la música es la excusa.
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La música... ¿es un lenguaje universal? |
Entonces, la lengua no es un impedimento
para dirigir una orquesta...
Sí, claro. Justamente este curso de dirección musical
es para ver cómo los gestos, las manos, la técnica de la dirección, todo, funciona igual en
Japón que en la Argentina; y es posible porque
nosotros podemos dirigir con nuestras manos.
¿Qué más hace falta para dirigir?
Dirigir es un 50% de recursos técnicos y un 50% de
recursos humanos y, dentro de esos recursos humanos, hay grandes dosis de psicología, de saber tratar
al otro. Una orquesta no tiene 16 violines, «tiene
16 violinistas», y hay que saberlos tratar. El porcentaje
humano es casi tan importante como el técnico
porque se trata también de saber motivar, de saber
llegar al que está haciendo música con uno. Ese
50% es tu autenticidad; tienes tus defectos y tus
virtudes, pero son los tuyos. Los conocimientos de
la técnica de la dirección es lo que sí puedo transmitir en los cursos. De hecho, lo hicimos con un
gran resultado, con 25 alumnos que son, a su vez,
profesores del proyecto de «Orquestas infantiles y juveniles»; ellos lo van a aplicar en sus orquestas;
con lo cual el hecho de que yo esté aquí va a llegar a
muchísima gente... y eso es muy gratificante.
¿En qué consisten los cursos de Dirección?
En cada curso hay dos partes. Una, en la que estudiamos
teórica y técnicamente la dirección. Se trabaja muy duro, pero no tendría sentido sin la
otra parte que es el lujo: tuvimos como Orquesta de
prácticas a la Orquesta de Villa Lugano. Entonces,
lo que se aprende a nivel teórico inmediatamente
se ve en la práctica real con una orquesta. Es más,
el concierto fue dirigido por los alumnos –el único
concierto del año dirigido por 12 directores–, donde
cada uno dirige un fragmento para que veamos
cómo cada director es capaz de invertir lo que ha
aprendido en hacerse entender por una orquesta.
Unos días antes, muchos de los alumnos nunca habían
estudiado nada de Dirección, no sabían cuándo
un director dirigía bien o mal. Ahora ellos tienen
los recursos como para evaluarlo. En definitiva,
más allá de que se llame «Curso de Dirección», son
músicos que se están enriqueciendo.
Debido a tu edad, ¿te tocó enfrentarte
con prejuicios? |
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Cuando tenía 20, ya lo sabía y me he preparado en eso. Ese mensaje quiero transmitir a los jóvenes: hay que tener fe en lo que se hace. Tenemos que creer y debemos marcarnos sueños y retos porque si no, nunca llegaremos a nada. No solo hacemos música, sino que «queremos» hacer música, y el hecho de querer es más importante que el de hacer; tener un sueño es mucho más importante que realizarlo; lo importante no es la meta, es el camino.
Y ¿cuál es tu sueño?: ¿dirigir alguna
orquesta en particular?
No realmente, no. Prefiero seguir como estoy... en
esta línea de trabajar con el aspecto humano. Es decir,
dirigir la Filarmónica de Berlín debe de ser bárbaro,
pero dirigir a la Orquesta de Villa Lugano, también.
No hay una gran diferencia: me interesa lo que
se puede lograr juntos. Obviamente que la Filarmónica
de Berlín sonará extraordinaria, y dirigirla debe
de ser una experiencia artística fantástica, pero a
mí también me interesa lo otro, lo humano. Mi sueño
es ver la cara de los alumnos cuando aprenden,
los ojos que brillan de los chicos mientras los dirijo.
Si eso dejase de funcionar, seguramente me plantearía
qué estoy haciendo y lo dejaría.
¿Qué tiene que tener en cuenta alguien que quiera dedicarse a la dirección?
Primero que le guste, la dirección es muy vocacional, tiene una dosis de esfuerzo y de trabajo muy importante. Además, es muy individual; yo viajo solo todo el tiempo. Esto, hay que tenerlo muy claro porque hay que ser muy fuerte en ese sentido. Por sobre todo, que tenga fe; luego, que ponga las herramientas. Si realmente le gusta, que estudie bien y con buenos maestros porque adquiriendo una buena técnica y poniendo toda la energía que es necesaria, uno puede tener todo para ser un gran director. Y no tener prisa, hay que dejar que cada cosa suceda a su tiempo.
A nivel profesional, ¿en qué momento, creés que empezaron a mirarte con otros ojos?
Es cierto que desde un tiempo a esta parte dejaron de nombrarme como «una joven promesa», y ahora soy «un gran director», pero es muy curioso porque ese momento no se lo marca uno. Así como no tengo grandes sueños, mi carrera tampoco se ha desarrollado por hitos concretos, sino que hay un camino, y eso es lo que me define como músico y como persona. Yo tenía dos opciones, o me quedo desarrollando toda mi carrera en Europa o también hacía esta incursión en América del Sur. Hace dos o tres años, que invierto mis vacaciones en venir aquí porque quiero: me enriquece como ser humano y, además, me siento útil. Estoy particularmente feliz de trabajar en Sudamérica. La lejanía física de la gran tradición centroeuropea musical se suple con unas dosis de frescura, de sentido común, de inteligencia, de capacidad de adaptación, muy importante, y de pronto el Mozart que se toca en Buenos Aires suena mucho mejor que el de Austria. Es decir, ahí sí la música rompe todas las fronteras, y la frescura que detecto acá en Sudamérica me hace sentir muy vivo; la capacidad de recepción de la gente me llena mucho.
¿Cual es tu relación con la crítica?
El crítico es el músico que está conmigo arriba del escenario. Ese es el que tiene derecho a criticar, positiva o negativamente. Es decir, lo que pasa arriba del escenario durante un concierto, solo lo sabemos los que estamos ahí arriba; es mucho más íntimo de lo que parece. Es como si alguien opinara sobre tu relación con tu pareja. A veces, lo veo como algo alejado de mi realidad: cuando escriben sobre mí, pienso «no pasó esto», y de pronto para alguien en Alemania, soy pasional, y no es real, de pronto no soy yo. Es muy extraño, siento que hablan de «una figura que se llama Ignacio García Vidal» pero que no soy yo; ellos evalúan un momento muy puntual, una hora y cuarenta minutos que ha durado un concierto, mientras que lo compartido con los músicos ha sido mucho más que eso, ensayos, estudios y muchas cosas, y por supuesto mi carrera de veinte años. Que alguien diga quién soy en una hora y cuarenta minutos no me llega mucho. El mejor crítico es el músico, es el que afronta el reto de compartir los conciertos.