Periódico Plural

editorial
mariano

La tradición es objeto habitual de tributos opuestos. Por un lado, se la resguarda como recipiente de la ultura; y por otro lado, se la desafía, al considerarla un molde rígido que se interpone entre las personas y sus proyectos de innovación, creativos, originales. a escuela, por su parte, inmersa en el sistema de creencias sobre el que reposa esta oposición, la recrea a su modo. Los invito a compartir algunas reflexiones al respecto.

Es cierto que la tradición tiene una función conservadora. Pero no es únicamente eso, y no solo admite además ser recipiente de contenidos «ortodoxos». Las reivindicaciones de los pueblos originarios, por ejemplo, se apoyan en la existencia de tradiciones cuyo valor demanda ser reconocido y jerarquizado. Y los valores de la diversidad en general, a la vez que desafían las tradiciones rígidas que asocian la «normalidad» a un color de piel, a una lengua, a una creencia, a una orientación sexual, funcionan también como fuerzas que pugnan por imponer otras perspectivas que aspiran a devenir tradicionales.

En otras palabras: toda tradición es un artilugio al servicio de unas relaciones sociales, políticas, culturales. Y en las escuelas, las tradiciones consisten, como lo viene demostrando la investigación pedagógica, en una serie de «dispositivos», de formas de actuar, de ordenar los tiempos y los espacios, de procesar los conflictos, y de aceptar o rechazar lo que se presenta como nuevo. En las escuelas, las tradiciones se asocian a rituales, a ideologías y a resultados concretos. Pero también son parte de la tecnología pedagógica que permite conservar lo genuino, lo esencial, lo imprescindible para todos, ante la imposición más o menos mercantilizada de una cultura superficial del consumo.

El actual elogio de la novedad y la innovación, entonces, es atractivo, pero peligroso si no pasa por el filtro de la racionalidad profesional de los educadores. Lo nuevo y lo viejo seducen como oposición para decidir, pero se trata de una dicotomía que no está a la altura de otras más importantes, como las que destacan el grado de sensatez, de solidez de criterio, de justicia distributiva, de sensibilidad social de todo asunto, ya sea que lo percibamos como nuevo o como viejo.

El Día de la Tradición, entonces, es una excusa para traer al aula –además de los consabidos arquetipos del gaucho, el tango o el asado– la discusión sobre nuestras valoraciones, sobre cómo construimos experiencia y sobre los modos más adecuados de sostener nuestras escuelas inclusivas, abiertas y activamente comprometidas con la enseñanza.

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