Periódico Plural

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Silvia Portas

Es licenciada en Psicología (UBA). Es diplomada de posgrados en Salud comunitaria, Educación popular, Bioética y otros. Desde 1991, es coordinadora general de la Comisión para la Prevención del SIDA del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, que este año cumple 20 años de trabajo en las escuelas porteñas.

Fue evaluadora de proyectos para el Fondo Global contra el Sida, Tuberculosis y Malaria. Coordinó los proyectos educativos «De Rumores y de Amores» (Secr. de Educación, Salud –GCBA– y UNICEF) destinado a promover la salud sexual de los jóvenes, y del tema «Jóvenes comunicando a Jóvenes» (Secr. de Educación, UNESCO). Es docente en cursos destinados a profesionales y a educadores.

¿Cómo surge el Programa?
A principios de 1989, nos enteramos de que un alumno que se había mandado a hacer los análisis podría tener el VIH (virus de inmunodeficiencia humana). En ese momento, se hacían en la Academia de Medicina y demoraban casi seis meses en la entrega de resultados. Entonces, se habló con las autoridades, y se capacitó gente ante la eventualidad de que surgieran otros casos. A mitad de año, se supo que el alumno era «VIH positivo». Luego, se empezó a trabajar con los docentes de la escuela, con los padres de los alumnos, con el chico y con su familia. Este fue el primer caso en primaria; antes había habido chicos hemofílicos o transfundidos tratados por las maestras domiciliarias porque no estaban en condiciones físicas de ir a la escuela común. A partir de entonces, se decidió armar un equipo que trabajara no solo lo que tenía que ver con la discriminación, sino con la prevención de nuevas infecciones: finalmente, derivó en la formación de un programa.

¿Cómo reaccionó la comunidad educativa?
Hubo una reacción bastante violenta de los vecinos del barrio y de los papás de los compañeros que hoy –20 años después– parece insólita y desmedida, pero en ese momento, era algo que no era conocido por todos. En marzo del año siguiente, se avisó a la escuela que el chico iba a asistir, y que aquellos que no estaban de acuerdo podían cambiar a sus hijos de escuela, cosa que finalmente no pasó. Además, no se podía garantizar que, en otra escuela, no hubiera otros chicos con el VIH.

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En 1989; ¿con qué información contaban?
En el 89, la experiencia escolar era escasa; la experiencia que había era de adultos, o eran experiencias muy negativas, como en el País Vasco, donde habían escolarizado a un chico por la fuerza: el resultado fue que el chico iba a la escuela, pero el resto de los compañeros, no. Tampoco había «ley» todavía; la ley es de 1990 y se reglamentó en 1991. Por eso, es muy meritorio por parte de las escuelas de la ciudad que, ya en 1989, se haya decidido garantizar el derecho a la educación y al trabajo en educación de las personas que viven con el VIH.

¿Con qué prejuicios se encontraban?
En general, con mucho temor; aquella reacción que hoy nos sorprende tenía que ver con eso y con un momento histórico muy particular. Con el tiempo, el hecho de tener un marco legal permitió una referencia muy grande. Además hubo mucho trabajo –en comunidad– de las organizaciones de la sociedad civil. Incluso, el hecho de que durante 20 años la escuela haya abierto sus puertas y haya podido escolarizar «sin problemas» tiene una vuelta sobre la misma escuela. La escuela educa más allá de los muros de la institución: si los docentes no tienen problema, si los alumnos pueden ir sin problemas..., entonces, para la sociedad en general, no habrá tanto problema.

¿A quién se dirige el programa?
El programa tiene un área de capacitación –en forma conjunta con el CePA– donde los destinatarios son los docentes. Y tenemos una parte de extensión y difusión, donde a los docentes se les ofrecen actividades complementarias a su tarea para que puedan ampliar y profundizar. Finalmente, los destinatarios son los jóvenes. Según la situación epidemiológica que nos da el Ministerio de Salud, durante los últimos años, los infectados son personas con escuela primaria incompleta o personas que han cursado solo los primeros años de la secundaria. Es decir, claramente tiene que ver con el acceso a la escolaridad. Por eso, lo dirigimos al último año de primaria, al 3.er año de la escuela secundaria –suele ser un «cuello de botella»; muchos chicos abandonan– y al último año de la secundaria. Y tratamos de cubrir todas las escuelas nocturnas de adultos y de jóvenes.

¿Qué otros servicios ofrece el programa?
Capacitación, acompañamiento y apoyo a los docentes cuando tratan el tema. Hubo mucho recambio en el sistema educativo y hay que actualizar: los primeros años los docentes pensaban «esta es una enfermedad nueva». Los nuevos docentes más jóvenes ya no la piensan así; para ellos es como todas las demás, existía cuando nacieron. Luego acompañamos en caso de que haya una familia, un alumno o un padre que conviva con el VIH. Después, tenemos un centro de documentación y referencia bibliográfica para la prevención y una línea telefónica. Trabajamos con escuelas que tienen proyectos de educación sexual, y muchas veces, los chicos tienen preguntas que no se les ocurren en el momento y las pueden hacer por teléfono en forma anónima.

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¿En qué consiste el acompañamiento?
Tiende a bajar situaciones de agresión, discriminación o de exclusión. Acompañamos a la familia en la escolaridad –a pedido de la escuela o de la familia– tratando de garantizar el derecho al acceso a la educación de las personas que viven con el VIH y respetando la confidencialidad que exige la ley. A veces, se dificulta porque la persona necesita comentar y apoyarse en otro; entonces, tratamos de trabajar por fuera del ámbito escolar. Esto implica que no es necesario «ir a contar a la escuela», sino que se nos pueda contar a nosotros que, incluso, podemos tener más recursos sin necesidad de que la persona devele su intimidad. Somos un equipo interdisciplinario –hay psicólogos, una trabajadora social, una licenciada en Ciencias de la Educación– y trabajamos en forma coordinada con el Ministerio de Salud.

¿Hay estadísticas de la población existente?
No, porque nosotros desalentamos la denuncia desde el primer momento, porque la estadística la hace Salud. Además, nadie en el ámbito del sistema escolar necesita saber que el otro vive con el VIH. La experiencia acumulada en todos estos años arroja que no hubo un solo caso de transmisión en el ámbito educativo. Por eso, nada impide que una persona que vive con el VIH pueda escolarizarse o trabajar, eso es lo que sí tratamos de garantizar en estos 20 años.

¿Qué prejuicios encuentran aun hoy?
Hoy es muy difícil que una persona se manifieste abiertamente en contra de que un chico que vive con el VIH venga a la escuela; todo es más políticamente correcto. Y aparecen grietas por las que surge el estigma, no manifiestamente, pero se cuela. No siempre las situaciones de escolarización son fáciles.

¿Cuáles son las principales consultas que reciben?
En general, son a posteriori; es gente preocupada que hizo algo que sabe que requería un cuidado y lo obvió. Suelen preguntar mucho dónde se pueden realizar el testeo: hay muchos lugares para hacerlo gratuitamente. El Hospital Ramos Mejía ofrece testeo en el horario de 8.00 a 20.00, por ejemplo. A los jóvenes, lo que más les interesa, por supuesto, son los cuidados en las relaciones sexuales. Y nos llaman muchos adultos también; lo que concuerda con la situación epidemiológica que en los últimos años indica un crecimiento en los mayores de 50 años, aquellos que no estaban muy acostumbrados a usar preservativo en sus años de juventud y ahora se encuentran con una «nueva realidad». En cambio, para los jóvenes, el uso del preservativo está mucho más familiarizado.

¿Próximos objetivos...?
Seguir trabajando, para garantizar la escolaridad y para disminuir las nuevas infecciones. En la Ciudad, debería bajar a cero la transmisión vertical (de madre infectada a su bebé). Hay posibilidad de impedir que el bebé se infecte, gracias a un tratamiento médico durante el último trimestre del embarazo; esa terapéutica es gratuita. Pero aun hoy... hay mamás que no realizan los controles durante el embarazo, y creo que desde la educación, se puede influir mucho.

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