Periódico Plural

editorial
mariano

 

Se acerca el cierre de otro ciclo lectivo, y con este, el habitual momento de balances, reflexiones y de preguntas para pulir los proyectos que anticipan el próximo año. Y entre las áreas en que se ha trabajado, la que atañe a los programas dedicados al arte ha sido una de las que vale hoy la pena destacar, especialmente, porque se ha mostrado como un eficaz vehículo para políticas de inclusión y de participación.

Tratar la inclusión a través del arte equivale a multiplicar lo bueno y a «igualar para arriba», porque a la vez que se ofrecen experiencias artísticas de altísima calidad a sectores de la sociedad que de otro modo no accederían a vivirlas, quienes las protagonizan se vuelven multiplicadores. Las orquestas de nuestros alumnos ofrecen conciertos en ciclos musicales solidarios, recitales en estadios y discos grabados junto a músicos prestigiosos; los adolescentes ven crecer sus proyectos de bandas; los docentes participan de actividades corales y se presentan en funciones multitudinarias; siempre, con salas llenas.

Pero la parte de ese «a sala llena» que realmente importa es la que trasluce un contenido social. Por un lado, porque el conjunto de programas artísticos inclusivos de la ciudad abarca a miles y miles de alumnos, en un movimiento sobre cuyas dimensiones, calidad e inversión, es muy difícil hallar precedentes en el contexto porteño. Por otro lado, porque los destinatarios son chicos y chicas de escuelas públicas que viven con orgullo el afán de ser escuela pública: de crecer, aprender y crear en la escuela pública, y de volver a creer en una escuela que sea el lugar indiscutible e indiscutido para todos los chicos de la ciudad. Y la música, el cine, el tango, la ópera han sido aliados en estas acciones.

Esto no significa que no haya aún mucho por hacer. No quisiera transmitir una idea de exitismo irreflexivo, pero sí creo imprescindible hacer un llamamiento a recuperar la confianza en la escuela del Estado, que es la de todos. Si los que proclaman la defensa de la educación pública –desde la academia, la militancia o desde la gestión– siguen íntimamente convencidos de que las escuelas públicas son «escuelas para pobres», solo podrán actuar en consecuencia con esa idea.

Hoy queremos volver a la escuela pública, podemos hacerlo y estamos mucho más cerca de elegirla como lugar de encuentro donde los chicos crezcan y de hacerla de excelencia como alguna vez lo fue. Para lograrlo, se necesita optimismo, confianza y coraje. Contamos con docentes comprometidos y capacitados para este fin y sabemos que el futuro de los chicos está en la escuela pública. Pero hace falta que todos los sectores sociales inscriban con confianza a sus chicos en las escuelas públicas, que se comprometan con su escolaridad y participen a conciencia. Hace falta que se reconozcan y se sostengan las políticas educativas en marcha –son muchas y favorables– que demuestran dar buenos resultados, que se mejoren las que ameritan revisión y que se propongan acciones desde la crítica constructiva. Y desde esa impronta, invitamos a todos y a todas a acercar sus impresiones, ideas, sugerencias y proyectos para el año que viene.

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