Inés Enjo Es supervisora escolar del área «Ciegos», la primera en América Latina que, siendo ciega, ejerce ese cargo. Egresada del Instituto Superior del Profesorado en Educación Especial y de la Escuela Normal Superior N.º 7 José María Torres. |
Fue maestra de grado y maestra especial de Estenografía y Braille en la EEE Gral. Manuel Belgrano; en la EEE para Disminuidos Visuales N.º 35 José Manuel Estrada, y en la EEE N.º 33 Santa Cecilia, donde también fue vicedirectora. Es directora titular de la EEE para Formación Laboral N.º 37 Francisco Gatti. Entre otras distinciones, recibió la «Declaración de Beneplácito del Honorable Senado de la Nación» en 1997.
¿Cómo realizó el recorrido de la educación
común a la especial? ¿Cómo llega
específicamente a la educación para
ciegos?
Estudié en la Escuela Normal Superior N.º 7 José
María Torres en la década de los setenta, cuando
era una institución muy exigente. La base de mi
formación y de mi carrera está allí, en esa escuela
del barrio de Almagro. Cuando terminé y quise
seguir estudiando, me decidí por el Profesorado
de Nivel Inicial en el Sara Eccleston. Me encontré
con que había muchas docentes inscriptas, y no
pude ingresar; así que casi por casualidad, elegí
como segunda opción el Profesorado de Discapacitados
Visuales. Y así fue como llegué a estudiar
para ejercer la docencia en una Escuela de Ciegos.
Dios sabe lo que hace, porque eso fue lo que me
permitió seguir ejerciendo años más tarde cuando
fui perdiendo la vista.
Institucionalmente, ¿fue difícil ejercer
cuando perdió la vista? |
En ese momento, ¿alguien la estimulaba a
seguir enseñando en la escuela?
Sí, por suerte la Directora de ese momento me
apoyó mucho. Yo estaba en la Escuela Especial
N.º 33 Santa Cecilia. Luchó mucho para que yo siguiera,
porque desde la estructura de autoridades
educativas «de arriba» la presionaban para que me
sacara. Un día, por ejemplo, mandaron a alguien a
observar mi clase, sin avisarme. Yo creí que era un
practicante o un profesor que quería evaluar realmente
mi trabajo pero, en verdad, era alguien que
venía a labrar un acta para dejar sentado que yo
no podía desempeñarme como docente. Aunque
estaba aterrada, di mi clase como siempre. Cuando
terminé, esa persona se acercó y me dijo: «La
verdad es que no voy a poder dormir tranquila si
miento sobre su trabajo; en el acta, voy a poner
que está todo perfecto».
¿Rindió muchos «exámenes» de ese tipo?
Sí; muchas veces, los padres de mis alumnos tenían
resistencias a que una docente ciega les enseñara
a sus hijos. Pero yo los entendía: es difícil
ser padre; y mucho más, de un chico discapacitado.
Un padre no espera ser padre de un chico ciego;
sobre todo, cuando ellos mismos ven y simplemente no entienden por qué. A veces, necesitan
«responsabilizar» a alguien: «...mi hijo no aprende
porque la docente es ciega y no le sabe enseñar».
Es una forma de poner en el otro el sentimiento de
fracaso y de aliviarse de tanto dolor. Pero también
hubo muchos padres agradecidos que, hasta hoy,
me saludan y me reconocen en la calle.
¿Cómo continuó su carrera? |
La otra opción era una escuela de disminuidos visuales, que me gustaba mucho porque implicaba trabajar con alumnos chicos y no con adultos. En verdad, me preocupé por sus padres y sentí que, en muchos casos, ellos iban a pensar que con una Directora ciega, ese sería «el futuro de sus hijos». Por eso, me pareció mejor elegir la escuela de ciegos directamente. Allí, los alumnos me recibieron muy bien, y el resultado fue alentador: los chicos y los padres sentían que yo a pesar de ser ciega, había llegado a ser Directora de una institución escolar, ellos sentían «que yo podía».
Cuando asumió como Directora, ¿cuáles
fueron los desafíos?
Fueron muchos; yo venía de trabajar 28 años con
niños y de encontrarme con adultos y, además,
con la orientación de formación laboral, para mí
era muy distinto. Me puse a estudiar mucho, me
preparé especialmente, porque yo era la única docente
ciega de esa escuela, y eso era «correr con
desventajas». Yo tenía que poder demostrar que
sabía hacer mi trabajo y ser lo suficientemente independiente,
firme y eficiente.
¿Cuál es la receta para lograr ser todo eso?
¡No hay recetas, creo! O al menos... yo no la tengo.
Lo que te puedo asegurar es que tengo muy buen
humor, y eso ayuda mucho. Intento dejar la mochila
con mis problemas afuera, porque la que traen
mis alumnos ya es lo suficientemente pesada.
¿Recuerda especialmente a algún maestro?¿Por qué?
Un compañero en la Escuela Santa Cecilia, Carlos
Silveyra. Él fue el único a quien me animé a
decirle que me estaba quedando ciega. Entonces
él me acompañaba hasta la parada de colectivo,
pacientemente. Un día me trajo un bastón. Me pidió
que lo usara y me aclaró que no era el bastón
blanco típico de los ciegos. El que me había traído él era plateado, para que yo me fuera acostumbrando
de a poco.