El lenguaje del Quijote

Uno de los aspectos más notables del Quijote, el que concita de inmediato la atención del lector apenas iniciada la aventura de leerlo es, sin lugar a dudas, el lenguaje. Nos sorprende realmente la manera en que Cervantes juega con las palabras, con las estructuras lingüísticas, con los significados, para ir configurando y relacionando de manera muy sutil los distintos planos del mundo de la ficción. Cuando leemos el Quijote llevados por el juego del lenguaje no podemos menos que sonreírnos, reírnos a carcajadas, admirarnos, sentir ternura, sufrir, quedar en suspenso a la espera de nuevos hechos...
Nos reímos ante la desmesura de las narraciones acerca de las desventuras del caballero y su escudero; nos llenan de ternura esas descripciones del héroe apaleado, mal herido; sufrimos con los encantamientos que transforman lo imaginado en una dura realidad que lo vence una y otra vez.

Esta novela es un conjunto de voces cada una de las cuales representa un mundo. En ella aparecen todas las voces de su época: las formas de habla de los letrados, de las clases populares, de los distintos oficios y profesiones, de las cortes, de los condenados… Y en medio de todas ellas, se hace escuchar la voz disonante y arcaica de un caballero.
Cervantes construyó una novela moderna al hacer de ella, diríamos, un microcosmos del plurilingüismo, un mosaico de dialectos que revela la estructura social de la España de su época. A través de la trama central y de los múltiples relatos interpolados –la mayoría de los cuales no forman parte de nuestra selección de capítulos– vemos surgir, entonces, ante nuestros ojos asombrados, la diversidad lingüística del español de comienzos del XVII que revela la conformación de la sociedad de su época.

Las lenguas, o más precisamente los dialectos, que usan los personajes al hablar nos revelan, con singular vivacidad, cuál es su condición social, a qué estrato socioeconómico pertenecen, de qué región provienen, cuáles son sus acervos culturales, cuáles sus estudios. Estos modos de hablar son casi como la “piel” de los personajes, perduran en ellos en los distintos momentos en que se presentan en la obra, constituyen su comportamiento lingüístico habitual; salvo cuando se ven obligados por los imperativos de la situación comunicativa en que se encuentran a adoptar un habla, un registro diferente.
Podemos percibir, ya en estos primeros capítulos, que Don Quijote usa el rebuscado y arcaico estilo caballeresco de los héroes que remeda, aprendido en las novelas que le han “sorbido el seso”, sólo en el marco de sus aventuras caballerescas, que vertebran el relato paródico: “—Non fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno, ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran” (Quijote I, ll).

Como se ve, se caracteriza este modo de hablar por el empleo de f en lugar de h: fuyan, desfacedor, desfecho, ferido; utiliza non en lugar de no: non fuyan, non fuyáis; palabras anticuadas como ca, aína, desaguisado, aqueste…, ya en desuso en los tiempos de la aparición de la novela.

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