El gran tema de Don Quijote de la Mancha es la ficción, su razón
de ser, y la manera como ella, al infiltrarse en la vida, la va modelando, transformando.
(…).
La ficción es un asunto central de la novela, porque el hidalgo manchego
que es su protagonista ha sido “desquiciado” –también
en su locura hay que ver una alegoría o un símbolo antes que un
diagnóstico clínico- por las fantasías de los libros de
caballerías y, creyendo que el mundo es como lo describen las novelas
de Amadises y Palmerines, se lanza a él en busca de unas aventuras que
vivirá de manera paródica, provocando y padeciendo pequeñas
catástrofes. Él no saca de esas malas experiencias una lección
de realismo. Con la inconmovible fe de los fanáticos, atribuye a malvados
encantadores que sus hazañas tornen siempre a desnaturalizarse y convertirse
en farsas. Al final, termina por salirse con la suya. La ficción va contaminando
lo vivido y la realidad se va gradualmente plegando a las excentricidades y
fantasías de don Quijote. El propio Sancho Panza, a quien en los primeros
capítulos de la historia se nos presenta como un ser terrícola,
materialista y pragmático a más no poder, lo vemos, en la Segunda
Parte, sucumbiendo también a los encantos de la fantasía, y, cuando
ejerce la gobernación de la ínsula Barataria, acomodándose
de buena gana al mundo del embeleco y la ilusión. (…)
Los amigos del pueblo de don Quijote, tan adversos a las novelerías literarias
que hacen una quema inquisitorial de su biblioteca, con el pretexto de curar
a Alonso Quijano de su locura, recurren a la ficción: urden y protagonizan
representaciones para devolver al Caballero de la Triste Figura a la cordura
y al mundo real. Pero, en verdad, consiguen lo contrario: que la ficción
comience a devorar la realidad. El bachiller Sansón Carrasco se disfraza
dos veces de caballero andante, primero bajo el seudónimo del Caballero
de los Espejos, y, tres meses después, en Barcelona, como el Caballero
de la Blanca Luna. La primera vez el embauque resulta contraproducente pues
es el Quijote quien se sale con la suya; la segunda, en cambio, logra su propósito,
derrota a aquél y le hace prometer que renunciará por un año
a las armas y volverá a su aldea, con lo que la historia se encamina
hacia su desenlace. (…)
Ese proceso de ficcionalización de la realidad alcanza su apogeo con
la aparición de los misteriosos duques sin nombre que, a partir del capítulo
XXXI de la Segunda Parte, aceleran y multiplican las mudanzas de los hechos
de la vida diaria en fantasías teatrales y novelescas. Los duques han
leído la primera parte de la historia, al igual que muchos otros personajes,
y cuando encuentran al Quijote y a Sancho Panza, se hallan tan seducidos por
la novela como aquél por los libros de caballerías. Y entonces,
disponen que en su castillo la vida se vuelva ficción, que todo en ella
reproduzca esa irrealidad en la que vive sumido don Quijote. Por muchos capítulos,
la ficción suplantará a la vida, volviéndose ésta
fantasía, sueño realizado, literatura vivida. (…) En el
mundo de los duques, don Quijote deja de ser un excéntrico, está
como en su casa porque todo lo que lo rodea es ficción.
(…) Don Quijote de la Mancha es una novela sobre la ficción en
la que la vida imaginaria está por todas partes, en las peripecias, en
las bocas y hasta en el aire que respiran los personajes.
Mario Vargas Llosa: Una novela para el Siglo XXI
Edición del IV Centenario de DON QUIJOTE DE LA MANCHA.
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA – ASOCIACIÓN DE ACADEMIAS DE LA LENGUA
ESPAÑOLA. 2004. (pp. XV - XVIII).
Los narradores (A esta ventana se remitirá en las páginas siguientes).
(subir)
El lenguaje
El lenguaje del Quijote
Uno de los aspectos más notables del Quijote, el que concita de inmediato
la atención del lector apenas iniciada la aventura de leerlo es, sin
lugar a dudas, el lenguaje. Nos sorprende realmente la manera en que Cervantes
juega con las palabras, con las estructuras lingüísticas, con los
significados, para ir configurando y relacionando de manera muy sutil los distintos
planos del mundo de la ficción. Cuando leemos el Quijote llevados por
el juego del lenguaje no podemos menos que sonreírnos, reírnos
a carcajadas, admirarnos, sentir ternura, sufrir, quedar en suspenso a la espera
de nuevos hechos...
Nos reímos ante la desmesura de las narraciones acerca de las desventuras
del caballero y su escudero; nos llenan de ternura esas descripciones del héroe
apaleado, mal herido; sufrimos con los encantamientos que transforman lo imaginado
en una dura realidad que lo vence una y otra vez.
Esta novela es un conjunto de voces cada una de las cuales representa un mundo.
En ella aparecen todas las voces de su época: las formas de habla de
los letrados, de las clases populares, de los distintos oficios y profesiones,
de las cortes, de los condenados… Y en medio de todas ellas, se hace escuchar
la voz disonante y arcaica de un caballero.
Cervantes construyó una novela moderna al hacer de ella, diríamos,
un microcosmos del plurilingüismo, un mosaico de dialectos que revela la
estructura social de la España de su época. A través de
la trama central y de los múltiples relatos interpolados –la mayoría
de los cuales no forman parte de nuestra selección de capítulos–
vemos surgir, entonces, ante nuestros ojos asombrados, la diversidad lingüística
del español de comienzos del XVII que revela la conformación de
la sociedad de su época.
Las lenguas, o más precisamente los dialectos, que usan los personajes
al hablar nos revelan, con singular vivacidad, cuál es su condición
social, a qué estrato socioeconómico pertenecen, de qué
región provienen, cuáles son sus acervos culturales, cuáles
sus estudios. Estos modos de hablar son casi como la “piel” de los
personajes, perduran en ellos en los distintos momentos en que se presentan
en la obra, constituyen su comportamiento lingüístico habitual;
salvo cuando se ven obligados por los imperativos de la situación comunicativa
en que se encuentran a adoptar un habla, un registro diferente.
Podemos percibir, ya en estos primeros capítulos, que Don Quijote usa
el rebuscado y arcaico estilo caballeresco de los héroes que remeda,
aprendido en las novelas que le han “sorbido el seso”, sólo
en el marco de sus aventuras caballerescas, que vertebran el relato paródico:
“—Non fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno, ca
a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle
a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias
demuestran” (Quijote I, ll).
Como se ve, se caracteriza este modo de hablar por el empleo de f en lugar de h: fuyan, desfacedor, desfecho, ferido; utiliza non en lugar de no: non fuyan, non fuyáis; palabras anticuadas como ca, aína, desaguisado, aqueste…, ya en desuso en los tiempos de la aparición de la novela.
Los lectores contemporáneos de la obra de Cervantes la interpretaron
como una parodia o imitación burlesca de las por entonces célebres
novelas de caballería. Cervantes anuncia en el prólogo de la Primera
Parte que su intención es lograr que “el melancólico se
vuelva a risa, el risueño la acreciente” y, efectivamente, son
muchas las veces en que logra divertir al lector.
La parodia está presente ante todo en la caracterización de los
personajes. El protagonista de un libro de caballerías era siempre joven,
apuesto y fuerte; don Quijote –en cambio- es viejo y desgarbado y monta
un escuálido caballo poco apropiado para empresas guerreras. Su armadura
está fuera de época y en tal lamentable estado que obstaculiza
sus movimientos. En lugar de un rey o un emperador, es un ventero quien lo arma
caballero. El nombre que elige -“Quijote”- es un acierto de comicidad
pues mantiene la raíz del apellido del hidalgo pero la desfigura con
un sufijo que en castellano siempre ha tenido un matiz despreciativo y ridículo.
Los escuderos de las novelas, por su parte, eran respetuosos jóvenes aspirantes y admiradores de la caballería; el elegido por don Quijote no se parece en nada a ellos: es un campesino de mediana edad que jamás ha leído una novela de caballería y por eso no tiene una idea clara de lo que significa ser escudero.
Pero, más allá de la parodia, el humor está presente también
en las acciones y en las palabras de los personajes:
-En cuanto a las acciones, el autor juega muchas veces con el contraste entre
lo que el lector espera que ocurra y lo que sucede efectivamente en la obra.
En verdad, episodios célebres del Quijote, como el de los molinos de
viento, evocan paródicamente el combate contra seres de grandes proporciones
propio de las novelas de caballería. Sin embargo, el efecto humorístico
trasciende la parodia cuando el lector de hoy logra representarse al caballero
en un enfrentamiento desmesurado contra los gigantes engendrados por su imaginación.
-La comicidad en la expresión se manifiesta –por ejemplo- en el contraste entre el habla cotidiana del protagonista con su escudero y su lenguaje arcaico y altisonante cuando se presenta ante nuevos personajes, cuando se dirige a las mujeres con quienes se cruza en el camino, cuando se dispone a comenzar una batalla… en síntesis, cuando se encuentra “en ejercicio de la caballería”. En el caso de Sancho, lo gracioso reside sobre todo en sus esfuerzos por hablar como el caballero, en el abuso de los refranes y en su habitual locuacidad. La duquesa, personaje esencial de la Segunda Parte de la obra, pretende valerse de esta locuacidad de Sancho para enriquecer el escenario de burlas y malentendidos que ella misma ha creado y muchas veces se muestra muerta de risa ante las gracias verbales del escudero; con todo, observa: “De que Sancho el bueno sea gracioso, lo estimo yo en mucho, porque es señal que es discreto; que las gracias y los donaires, señor don Quijote, como vuestra merced bien sabe, no asientan sobre ingenios torpes . . .” (Quijote, II, 30).
El humor brota, por otra parte, en las escenas en que personajes diversos - como la duquesa - se adhieren a la locura del caballero y a la relativa ingenuidad de Sancho. Ella y otros lo hacen con la intención de divertirse o burlarse de situaciones provocadas por la imagen y las razones anacrónicas de don Quijote; los amigos del hidalgo don Alonso, en cambio, siguen el curso de su locura para tratar de curarlo y de hacer que regrese a su pueblo y a su vida hogareña. Se crean entonces escenas francamente cómicas donde el lector ríe, sobre todo, de las divergencias creadas entre las palabras y las acciones de los personajes que están al tanto de la burla y la reacción de los que la ignoran: “Nuestro barbero, que a todo estaba presente, como tenía tan bien conocido el humor de don Quijote, quiso forzar su desatino y llevar adelante la burla para que todos riesen… “ “Para aquellos que la tenían del humor de don Quijote era todo esto materia de grandísima risa; pero para los que le ignoraban les parecía el mayor disparate del mundo… “ (Quijote, I, XLV)
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