—Par Dios, señora –dijo Sancho–,
que ese escrúpulo viene con parto derecho; pero dígale vuesa merced
que hable claro, o como quisiere, que yo conozco que dice verdad; que, si yo
fuera discreto, días ha que había de haber dejado a mi amo. Pero
esta fue mi suerte y esta mi mal andanza; no puedo más, seguirle tengo,
somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérole bien, es agradecido,
diome sus pollinos, y, sobre todo, yo soy fiel, y, así, es imposible
que nos pueda apartar otro suceso que
el de la pala y azadón. Y si vuestra altanería no quisiere
que se me dé el prometido gobierno, de menos me hizo Dios, y podría
ser que el no dármele redundase en pro de mi conciencia; que, maguera
tonto, se me entiende aquel refrán
de por su mal le nacieron alas a la hormiga; y aun podría ser que se
fuese más aína Sancho
escudero al cielo que no Sancho gobernador. Tan buen pan hacen aquí como
en Francia, y de noche todos los gatos son pardos, y asaz de desdichada es la
persona que a las dos de la tarde no se ha desayunado; y no hay estomago que
sea un palmo mayor que otro, el cual se puede llenar, como suele decirse, de
paja y de heno, y las avecitas del campo tienen a Dios por su proveedor y despensero;
y más calientan cuatro varas de paño de Cuenca que otras cuatro
de limiste de Segovia; y al dejar
este mundo y meternos la tierra adentro, por tan estrecha senda va el príncipe
como el jornalero, y no ocupa más pies de tierra el cuerpo del papa que
el del sacristán, aunque sea más alto el uno que el otro; que
al entrar en el hoyo todos nos ajustamos y encogemos, o nos hacen ajustar y
encoger, mal que nos pese, y a buenas noches; y torno a decir que si vuestra
señoría no me quisiere dar la ínsula por tonto, yo sabré
no dárseme nada por discreto; y yo he oído decir que detrás
de la cruz está el diablo, y que no es oro todo lo que reluce; y que
de entre los bueyes, arados y coyundas sacaron al labrador Bamba para ser rey
de España, y de entre los brocados, pasatiempos y riquezas sacaron a
Rodrigo para ser comido de culebras, si es que las trovas de los romances antiguos
no mienten. [...]
—Ya sabe el buen Sancho que lo que una vez promete un caballero procura
cumplirlo, aunque le cueste la vida. El duque, mi señor y marido, aunque
no es de los andantes, no por eso deja de ser caballero, y, así, cumplirá
la palabra de la prometida ínsula, a pesar de la invidia y de la malicia
del mundo. Esté Sancho de buen ánimo; que cuando menos lo piense
se verá sentado en la silla de su ínsula y en la de su estado
y empuñará su gobierno, que con otro de brocado de tres altos
lo deseche. Lo que yo le encargo es que mire cómo gobierna sus vasallos,
advirtiendo que todos son leales y bien nacidos.
—Eso de gobernarlos bien –respondió Sancho–, no hay
para qué encargármelo, porque yo soy caritativo de mío
y tengo compasión de los pobres, y a quien cuece y amasa no le hurtes
hogaza; y para mi santiguada que no me han de echar dado falso; soy perro viejo
y entiendo todo tus, tus, y sé despabilarme a sus tiempos, y no consiento
que me anden musarañas
ante los ojos, porque sé dónde me aprieta el zapato; dígolo,
porque los buenos tendrán conmigo mano
y concavidad y los malos, ni pie ni
entrada. Y paréceme a mí que en esto de los gobiernos todo
es comenzar, y podría ser que a quince días de gobernador me comiese
las manos tras el oficio y supiese más dél que de la labor del
campo en que me he criado.
[...]
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