“Hallen en ti más
compasión las lágrimas del pobre, pero no más
justicia que las informaciones del rico. Procura descubrir la
verdad por entre las promesas y dádivas del rico como entre
los sollozos e importunidades del pobre (...) Cuando te sucediere
juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta
las mientes de la injuria y ponlos en la verdad del caso. No te
ciegue la pasión propia en la causa ajena (...) Cuando
pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor
de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso
que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia,
no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.(...)
Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues
le basta al desdichado la pena del suplicio sin la añadidura
de las malas razones. Al culpado que cayere debajo de tu juridición
considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones
de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de
tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele
piadoso y clemente; porque aunque los atributos de Dios todos
son iguales, más resplandece y campea, a nuestro ver, el
de la misericordia que el de la justicia” (Cap. XLII, Segunda
parte)
“(...) y si sufriere que des librea a tus criados, dásela
honesta y provechosa más que vistosa y bizarra, y repártela
entre tus criados y los pobres; quiero decir que si has de vestir
seis pajes, viste tres y otros tres pobres, así tendrás
pajes para el cielo y para el suelo (...)”(Cap. XLIII, Segunda
parte).
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