Los valores ecológicos de la biodiversidad permiten la continuidad de la vida. Todos los seres vivos participan de una manera u otra en los ciclos de elementos vitales como el agua, el carbono, el oxígeno, el nitrógeno, el azufre y el fósforo. La existencia de estos ciclos evita el agotamiento de los recursos.
Los microbios descomponen los organismos muertos, liberando sustancias simples que las plantas pueden captar fácilmente. Ciertos hongos posen la rara capacidad de tomar el nitrógeno de la atmósfera y unirlo a otros elementos, convirtiéndolo en formas químicas que pueden ser incorporadas por las plantas. Otros hongos viven en contacto con las raíces de las plantas superiores y les proporcionan minerales esenciales para sobrevivir.
A lo largo de su existencia, un solo árbol de la selva lluviosa toma del suelo millones de litros de agua, utiliza una pequeña fracción para subsistir y transpira el resto a la atmósfera. De esta manera, la selva lluviosa contribuye a la existencia del fenómeno atmosférico que le da nombre y que hace posible su altísimo nivel de biodiversidad.
Mediante la fotosíntesis, las plantas fabrican azúcar (proceso que las convierte en el primer eslabón de todas las cadenas alimentarias) y liberan a la atmósfera el oxígeno que las mantiene con vida a ellas y a todos los demás seres del planeta que respiran este gas. También funcionan como filtros que retienen sustancias tóxicas presentes en el ambiente.