Al tercer grupo de valores de la biodiversidad pertenece la biofilia, palabra usada por Wilson para referirse a la "vinculación natural innata de los seres humanos con otros seres vivos". Para Wilson, la biofilia no es un sentimiento, sino un instinto. Nuestros antepasados remotos, cazadores y recolectores estuvieron en contacto íntimo con la naturaleza. Aunque muchos de nosotros pasamos la mayor parte de nuestras vidas en un paisaje de cemento, vidrio y metal, hay quienes piensan que seguimos sintiendo el llamado de lo salvaje cuando elegimos dónde ir de vacaciones o dónde comprar una casa de fin de semana (los que tienen la posibilidad de hacerlo, claro).
Ciertos estudios psicológicos demuestran que, puestos a elegir, los habitantes de las ciudades prefieren los paisajes campestres. Seamos o no conscientes de ello, formamos parte de la naturaleza. Por eso tenemos el deber moral de protegerla ya que, y en esto sí somos únicos, ninguna otra especie puede tomar conciencia de lo que está pasando. A pesar de esto, y aunque es evidente que nuestra supervivencia está íntimamente ligada a la del resto de las especies, en vez de proteger la biodiversidad, existen ciertos grupos humanos que se empeñan en destruirla.