El Oratorio de Hermógenes Cayo
La inmensidad de la Puna, el clima tórrido y los niños que caminaban hacia la escuela en Miraflores de la Candelaria marcaron mi camino hacia el Oratorio de Hermógenes. Fue un viaje lleno de emociones, desde el encuentro con su familia hasta el inicio del registro fotográfico de su obra.
“Partí al día siguiente muy temprano en mi auto por un camino de ripio. No había nadie por allí, lo que me permitía admirar en medio de mi gran asombro lo que se desplegaba rodeándome: la Puna, con su cielo pintado, su planicie desértica, el sol abrasador al mediodía…
Y de pronto, en esa inmensidad silenciosa y soleada caminaban niños, jugando contentos hacia la escuela del paraje Miraflores de la Candelaria. Por supuesto los invité a venir conmigo y ellos me guiaron hasta su escuela. Sus caritas límpidas y sus ojos puros quedaron grabados para siempre en mi mente.
Cada vez que volvía a verlos observaba aquellos ojos, las sonrisas pícaras, la avidez por la lectura y por izar la bandera, sus recreos de intensas carreras y juegos, con un gran cielo soleado por techo en el patio… sus maestras cálidas cuidándolos … era otra realidad en aquel paraje…
Llegué al Oratorio ubicado en Miraflores de la Candelaria, paraje que, por ser un lugar apartado de un pueblo con iglesia, alberga un ámbito en el cual se encuentran las imágenes religiosas y cuyo uso es el de oración familiar y la devoción religiosa.
Mirar y esperar. Nadie me conocía. Era difícil ver llegar a alguien de lejos en medio de esa Puna imposible de abarcar con la mirada, aunque sí con el espíritu.
Así comenzó toda esta aventura prácticamente inesperada que despertó mi admiración, amor y espiritualidad por Hermógenes y toda su obra realizada varias décadas atrás.
En el Oratorio me acerqué a su hijo ya mayor y a su esposa. Enseguida fui aceptada por ellos y por las personas que rodeaban a esas obras. ¡Tanta dulzura, tanta apertura!
A veces creo que algo mágico, espiritual, sucedió porque todas las puertas se fueron abriendo a mi paso como dirigiéndome de manera invisible a las obras y oratorios de la zona.
La cuñada de este santero, Fortunata, a cargo del Oratorio, me fue dirigiendo, abriendo y trayendo de lugares secretamente guardados, objetos, pañuelos bordados por él dándome explicaciones acerca de ellos … ¡Tan increíblemente llena de amor esa gran mujer, en aquel paraje rodeada de sus nietos y su esposo, guardiana estoica de ese lugar y de todas las obras que allí habitaban!
El Oratorio estaba intacto, limpio, ordenado. Me contaron que todo había quedado como Hermógenes lo había dejado.
Fotografiar…
Entré para observar primero todo lo que allí habitaba, qué luz tendría para fotografiar, y de qué espacio disponía para colocar mi equipamiento. El Oratorio era muy reducido, solo para dos personas. La mayor parte estaba ocupada por sus urnas, vírgenes, cristos y cruces, asimismo por su reclinatorio y su candelabro.
En esos cálculos de fotógrafa estaba mi mente cuando el silencio que allí reinaba me hizo entrar en otro estado sensorial. Me fue invadiendo una paz que me acompañaría en mi tarea de fotografiar todo aquello a lo que Hermógenes había dado vida con su Fe y sus manos. En los días que trabajé, me sentí protegida, acompañada, feliz. Era un ámbito sagrado e íntimo.
No sacaba de lugar lo que tenía que fotografiar, trabajaba hasta que la luz natural dejaba de entrar por una única pequeña ventana. Le pedí permiso a su guardiana Fortunata para sacar del Oratorio cada urna y fotografiarla. Lo que le solicitaba nunca me fue negado."