A veces los bisnietos adolescentes de Hermógenes me ayudaban divertidos y yo los alentaba a mirar y tomar fotos con mis cámaras, que eran algo desconocido y atractivo para ellos. Observaban con curiosidad, me ayudaban, se reían, se concentraban, y también jugaban tomándose fotos entre ellos y conmigo, siempre ante la atenta mirada de su abuela Fortunata que no se perdía nada de lo que allí sucedía.
Para esos días ya me encontraba fotografiando algunas urnas y cruces fuera del oratorio.
Sentir el oratorio con todas sus cruces, urnas, santos, santas, la Virgen María y ver la urna dedicada a ella, era sentir a Hermógenes Cayo con su devoción, su amor, su refugio y su fe, plasmados allí, en su arte.