Me maravillé nuevamente al ver pintado con absoluta simpleza y prolijidad, de la mano de Hermógenes, el Oratorio de una de sus sobrinas. La dueña me trajo de su casa de adobe y paja, los pequeños tesoros construidos por Hermógenes: las tallas de vaquitas, los crucifijos pequeños, las cajitas para guardar las estampitas y sus urnas personales.
Me asombró que me entregara todo con confianza, sin conocerme y con mucha alegría y sonrisas. Aún más ternura me produjo ver el cuidado de aquellas ovejitas talladas que guardó en una caja pequeña y llevó a su casa.
Hacia el atardecer, como cada día, emprendía el regreso a Abra Pampa desde Miraflores de la Candelaria, y no me resistía. Aunque soplaran vientos helados detenía el auto porque los paisajes de cielos naranjas y rosas intensos en contraluz con los cerros a lo lejos me empujaban a salir y vivir el esplendor de aquella porción del mundo, de la naturaleza expresándose en su eterna belleza atemporal cíclica. Un pensamiento que se repetía en mí era ¿qué sentiría Hermógenes al vivir bajo ese cielo bello en conjunción con ese lugar extremadamente inhóspito?.