En el verano de 2007, un grupo de comunicadores y gestores culturales comenzó a reunirse para trabajar en el armado de un proyecto inédito, bajo convocatoria de la por entonces titular de la Dirección General de Juventud del Gobierno de la Ciudad, la magister en comunicación y cultura Shila Vilker. Los lineamientos generales apuntaban al armado de un estudio de grabación gratuito como eje de un centro de actividades de capacitaciones y asesoramientos brindados por profesionales del sector a jóvenes que quisieran experimentar tanto recreativa como laboralmente con la música.
Pero detrás de esa excusa conceptual también se fundaba el deseo de que eso que aún no era llamado Estudio Urbano funcionara como un espacio de contención y vinculación para jóvenes de diferentes procedencias, formaciones y gustos, equiparados a partir del lenguaje común de la música. En torno de ella se diseñó un espacio de experimentación artística, contención social e interacción proyectual entre jóvenes de diferentes situaciones económicas y culturales.
Aquel equipo de la Dirección de Juventud, organizado internamente por el desde entonces coordinador general de Estudio Urbano, Leandro Marques, enfrentó la tarea tanto de diseñar el contenido concreto como las dinámicas internas, el armado mismo del estudio de grabación, que contó con la colaboración de los especialistas Ramón Gallo y Carlos "Indio" Gauvron, y la planificación de todas las actividades. Además de la búsqueda de un edificio para su puesta en funcionamiento, y uno que estuviera emplazado en algún barrio del sur de la Ciudad, por la búsqueda de un anclaje territorial. Se lo consiguió en Parque Chacabuco, zona estratégica por la accesibilidad, la ubicación en el centro del sur de la Ciudad, la integración de clases y orígenes.
Luego de gestiones y reuniones, el músico Pedro Aznar se comprometió como director y padrino artístico de Estudio Urbano: a él se le adjudica la semilla de esa idea integral de que más allá de ser un centro de capacitación musical se debía intentar alcanzar otras artes y disciplinas en los talleres. La idea era que cada curso funcionara como una ventana a un oficio dentro de la industria. Pero sin intención de replicar el modelo escolar donde se reciben ciertos contenidos, se evalúa su aplicación y se la califica. Para Estudio Urbano, el programa es juntar a profesionales de cada uno de esos ámbitos con jóvenes curiosos que estén en el esfuerzo de encontrar su camino y su participación en el ámbito musical. Desde la primera camada de docentes, que incluyó a Aznar, a Marques, al periodista y músico Gustavo Álvarez Núñez, a la cantante María Rosa Yorio, al pionero Pipo Lernoud y al periodista Alfredo Rosso, hasta la del último ciclo, los cursos y el estudio de grabación están en manos de un plantel de experiencia y calidez humana.
A menos de cuatro meses de la primera reunión, en mayo de 2007, Estudio Urbano abrió sus puertas. Desde que la obra en el edificio estuvo avanzada y se colgó el cartel, muchos jóvenes del barrio se acercaron a averiguar de qué se trataba. Luego de un concierto íntimo y fundacional de Aznar en un aula, con el que quedó inaugurado el espacio, en su primer semestre Estudio Urbano dio cursos gratuitos y expandió sus convocatorias a bandas y solistas. Alrededor de 320 personas recibieron capacitaciones en ese primer cuatrimestre. Hubo un ciclo de charlas con músicos de la talla de como Juanchi Baleirón, Willy Crook o Javier Malosetti. Y la primera grabación, cerca de fin de año, le tocó a Tovien.
Semanas después, la gestión porteña cambió de manos con el pasaje de la jefatura de gobierno de Jorge Telerman –bajo cuyo mandato y por voluntad de Shila Vilker había surgido esta iniciativa– a Mauricio Macri. De inmediato, la Dirección de Juventud del Ministerio de Desarrollo Social porteño pasó a ser una Secretaría y cambió su enfoque; y Estudio Urbano pasó a la órbita de la Dirección de Música, del Ministerio de Cultura de la ciudad, aunque con la misma política de acompañamiento a los músicos y estudiantes interesados en encontrar una vocación u oficio dentro del universo musical.
De manera evidente, estas iniciativas también tenían que ver con la búsqueda, por parte de una escena y de una generación, de una respuesta no lineal tanto a la desintegración de los lazos sociales de contención en el crítico período 2001-2003 como así también a los coletazos para la industria de la masacre de Cromañón, a finales de 2004. “Estudio Urbano ha sido tanto un centro formador de músicos como un espacio de contención social que usa la música como excusa”, explica Marques.
De hecho, funcionó además como un punto de trabajo para todo el grupo que él encabezaba: jóvenes a los que, para el comienzo del ciclo 2008, se les había sumado otra camada de docentes y trabajadores. También nuevos proyectos, como el programa de radio Bandas al aire, los viernes a la medianoche en La Once Diez Radio de la Ciudad AM 1110, que en diez años dio micrófono a más de 400 proyectos musicales. La idea era que el paso de una banda por el estudio de grabación no fuera solo eso, buscando el modo de insertarla en una maquinaria que la integrara y difundiera. En paralelo, hubo cambios en la gestión política y situaciones personales provocaron el alejamiento de Aznar.
Luego de haber encarado hasta entonces convocatorias más espontáneas para el uso del estudio, con sistemas de listas de espera o turnos, la repercusión de las prestaciones que Estudio Urbano estaba ofreciendo a la comunidad de la música emergente implicó un mayor compromiso, incluso como requerimiento a las bandas, que seguían estando formadas casi excluyentemente por músicos vecinos del barrio. Además muy jóvenes, en coincidencia a la política de la Dirección de Juventud de considerar bajo ese rótulo a las personas de entre 16 y 29 años.
En el epicentro había un estudio con tecnología casi futurista para esa época, en especial por tratarse de un espacio de gestión pública y de uso gratuito para la comunidad. Pero costó ponerlo operativo: problemas de diseño y edilicios demoraron todo, a tal punto que había bandas de la zona que todas las semanas pasaban a consultar si ya estaba disponible. Más de un centenar de artistas de la zona, bandas de amigos de colegios cercanos, músicos independientes o callejeros, y hasta quienes jamás lo habían pensado, se anotaron en esos primeros meses para grabar al menos una canción. Tan grande fue la aplicación que con esa convocatoria se cubrió toda la agenda de grabaciones de 2008.
El estudio quedó terminado y toda su capacidad técnica y la experiencia de sus operadores, así como la responsabilidad de los músicos, empezaron a redundar en grabaciones de calidad. También tuvo que ver la gran cuota de amor y respeto con la que se hace todo en Estudio Urbano. No obstante, desde siempre se han acercado a Estudio Urbano camadas no sólo de cantantes, bajistas y percusionistas, sino también de periodistas, fotógrafos, diseñadores, agentes, gestores y community managers, cuando aún no se había vuelto común ese título. Entonces, por un lado había jóvenes interesados en capacitarse que finalmente se enteraban de algún show o de un disco grabado en el estudio, y del otro venían músicos que al salir de la sesión de grabación se inscribían para estudiar herramientas que les sirvieran, a la vez, para su banda o trabajo particular.
Ese año, el primer compilado EU! Fábrica de música exhibió esa integración. Publicados desde entonces, estos álbumes no sólo presentan buenas canciones producidas en las márgenes de la industria tradicional sino que también exponen los primeros pasos de alumnos, futuros trabajadores profesionales de la música que en algunos casos se convirtieron en fotógrafos de la escena rockera, encontraron su lugar diseñando afiches para bandas amigas o personalizando instrumentos, o ganaron regularidad como cronistas musicales. En estos discos todo está hecho por alumnos: la tapa, las fotos, los textos internos. Por eso son el modo más inmediato y práctico de explicar de qué se trata Estudio Urbano.
A lo largo de 2009, algunos cambios a nivel ministerial y en la Dirección de Música discontinuaron lo programado. Sin embargo, con esfuerzo los cursos continuaron y el equipo de Estudio Urbano consolidó sus intenciones en un año traumático, estrenando además un concurso de bandas que sigue premiando con la grabación de un disco completo en su sede y con sus técnicos; así como con gestiones de industria como el programa Dale Rec, que acercaba bandas nuevas a uno de los sectores que más traccionaron esta industria, aunque ya para la época enfrentados a dilemas monumentales: el de los sellos discográficos.
En 2010, un nuevo sistema de cursos arancelados pero con tarifa social llevó a que, en el primer día de inscripciones, la cola de interesados diera vuelta a la esquina y llegara hasta la otra mitad de cuadra. Sumado eso a nuevos cambios en el gabinete, esta vez positivos para el proyecto, hicieron del pase de década un momento fundamental para Estudio Urbano, que en paralelo ganaba presencia tanto en medios tradicionales como en los nuevos soportes digitales. En paralelo, los primeros festivales de bandas, en Mataderos, o iniciativas como Proyecto Disco o Dale Rec acercaron a más público, estudiantes, técnicos, docentes y músicos, ya no sólo locales, a la experiencia integral de este espacio.
La década en curso es escenario de una etapa definitoria para Estudio Urbano. En 2010 el rol de los sellos tradicionales estaba en duda, a cinco años de aquel verano fatal de clausuras para la cultura tras Cromañón la escena se reescribía con nuevos lugares y condiciones, los discos pasaron a ser un artículo entre de lujo y obsoleto y arreció un nuevo momento de transición para la industria de la música, en particular en Argentina, y sobre todo en su área metropolitana de Buenos Aires, con la consumación de un intenso movimiento de bandas luego definido como “el indie”.
Si hasta entonces Estudio Urbano había tomado la forma de un servicio público a la comunidad, a partir de entonces a sus miembros (staff, docentes, músicos y alumnos) se les reveló cierto protagonismo en acciones políticas que acompañaron la refundación de una escena musical independiente que, en paralelo, ganaba con el ímpetu de la UMI y la FAMI, y consolidaba su voluntad e identidad en grandes manifestaciones de músicos autoconvocados. La Ley Nacional de la Música y la entonces vigente Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fueron, de algún modo, marcos de referencia y facilitadores.
Puertas adentro, todo lo que se pudiera hacer, desde 2010, si iba a significarles visibilidad o practicidad a los artistas, entonces se hacía. Los ciclos y festivales se consolidaron en una masa de iniciativas que ya tenía por completo incorporados los cursos y las grabaciones. Pero fueron esos toques en vivo, con todo el sentido que tenían como nueva etapa en el camino de músicos que ya se habían capacitado y habían podido grabar su música, los que dieron el salto final de identidad y calidad. Con ellos, Estudio Urbano salía a recorrer la ciudad con su propuesta de divulgación de lo nuevo.
Casi de inmediato, a partir de las ideas y experiencias de recién llegados a la familia, como la gestora y comunicadora Celia Coido o el músico, técnico y productor Luciano Campodónico, todo cristalizó en una idea magna: los festivales Conectar. Con el objetivo de contar qué es Estudio Urbano en una semana de actividades (en algunas ediciones han sido hasta 20 días), consisten en la realización de charlas, talleres y mesas debate con partícipes activos de las industrias culturales, además de conciertos de las bandas involucradas. El cambio es evidente cuando se registra que en la edición debut se hicieron primero los cursos, para que en ellos los interesados se enterasen de los conciertos; en tanto que actualmente son los shows la carta de presentación para el ingreso a las aulas de Estudio Urbano.
De algún modo, fue tanto en el cuarto de profesores como en los talleres y el ciclo de formación y debate de los Conectar que todos estos asuntos fueron tomando forma al calor de discusiones siempre elásticas. Estudio Urbano fue convirtiéndose, semana a semana, en un espacio desde el cuál pensar lo que pasa en la industria y dialogar con ella. Así fue que la oferta dejó de ser la de una puerta de acceso a un trabajo dentro del sector para ser el comienzo de una relación transformadora con y para la música. Una relación que inevitablemente, por predestinación del contexto económico y técnico pero también por la salud de la cultura, se fue volviendo cada vez más integral. Hoy, el mismo alumno viene en la búsqueda de herramientas integrales y muy diversas para encarar o cuanto menos empezar a comprender todos los matices del trabajo en torno de la producción de música. Fue como si aquella idea original de contribuir a la vocación de un joven consolidara luego, y más profundamente, en la configuración de un saber integrado que agrega el hecho social.
Es que la mitad de la matrícula de Estudio Urbano son músicos pero otros tantos optan por la fotografía, el diseño, la producción, tareas técnicas o de gestión. Así las aulas ganaron identidad, además de por la especificidad de los saberes, como punto de encuentro entre muchos jóvenes con ideas, ímpetu y ganas de hacer. Varios, además, se quedaron aquí, sumando otras capacitaciones, e incluso brindándolas. Hay alumnos de los primeros años que han sido luego responsables de otros cursos y talleres. Y eso también redunda en que los contenidos que se ofrecen en Estudio Urbano no parten del plan de correlatividad de una carrera universitaria sino del dinamismo propio de los intereses juveniles y de las particularidades de este arte y esta industria.
Una de las transformaciones más grandes desde lo simbólico fue el pasaje de la figura del músico de una idea de bohemia y dejadez, pasiva, a otra proactiva, de puro movimiento y colaboración. Entre otras cosas, este compromiso ampliado y el consiguiente cambio de autopercepción de los músicos, también a partir de encontrar cada vez más ejemplos de bandas emergentes que se vuelven sustentables, ayudó a otras instancias (familiares y escolares, incluso a parejas) a comprender que eso de querer ser músico (o fotógrafo o videasta o diseñador de afiches para bandas) es una alternativa laboral posible.
En ese contexto y sin proponérselo como misión, Estudio Urbano terminó de algún modo siendo un instrumento de aval para esos jóvenes, músicos o no, que encontraron capacitación y certificación desde una institución del Estado, integrada por profesionales del rubro. Leandro Marques, coordinador general de Estudio Urbano, compara a los concurrentes de los primeros años con los actuales e ilustra esta transición: “Al comienzo hacíamos frecuentemente la pregunta sobre quién de la banda o su entorno se ocupaba de los asuntos que no eran musicales. Las respuestas habituales eran ‘Mi novia se da mañana en diseño’ o ‘Un amigo tiene una cámara digital’. En las últimas convocatorias, las bandas ya tienen lazos tendidos, algunas tienen hasta stage, equipos completos de trabajo. Entienden que hacer canciones sigue siendo lo más importante pero no dejan de lado que tienen que tender redes, saber relacionarse con todo el universo de actores que complementa lo musical. Es un cambio rotundo”.
Actualmente, Estudio Urbano está sostenido por un equipo de personas que cree fervientemente en que el trabajo de capacitación cultural y profesional es indispensable, y que se propone hacerlo con la mayor claridad, regularidad y prolijidad. “Toda la gente que viene, como alumno o profesor, es bien recibida”, destaca Javier Asioli. Y Marques concluye: “Este trabajo es gratificante porque nos permite transformar algo, cambiarles la historia a algunos jóvenes. Que mínimamente sientan que pueden ser músicos es nuestro objetivo. No vas a ser una estrella de rock después de pasar por Estudio Urbano, pero es porque además no queremos más estrellas de rock”.