Como muchos artistas, inició su carrera en la publicidad, realizando ilustraciones y storyboards para la agencia Gil & Bertollini. Allí conoció a Oscar Grillo y a Oscar Blotta padre, quien lo contactaría con su hijo Oscar y con Andrés Cascioli, el mítico director de la revista Satiricón y, más tarde, de la revista Humor.
A partir del tercer número de Satiricón comenzó a colaborar con ilustraciones, adentrándose por primera vez en un tipo de dibujo ajeno a la publicidad. Sin formación específica, se convirtió en caricaturista de un día para otro. También incursionó en el humor gráfico con las tiras El Marqués de Sade (con guion de Oscar Blotta) y La Pochi, ligera pa’ los mandados (con guion de Rolando Hanglin). Cuando Satiricón fue clausurada por orden de Isabel Perón, trabajó en publicaciones como Mengano, Ratón de Occidente y Chaupinela, hasta que finalmente desembarcó en la Revista Humor.
En los años 70 y 80, estas revistas eran un hervidero de vida cultural, con una mirada alternativa y cuestionadora del establishment. Los más grandes humoristas, intelectuales y dibujantes interactuaban potenciando el arte de cada uno.
A pesar de no tener experiencia previa en caricatura, la agudeza humorística de sus dibujos y la fuerza de sus tapas convirtieron a las revistas en best sellers. Al inicio de su carrera, confiaba en su destreza para el dibujo, pero no tanto en su habilidad para el color. Por eso, muchas de sus tapas icónicas fueron coloreadas por Andrés Cascioli o Carlos Nine. Con el tiempo, su confianza creció y se animó a llenar de color sus obras.
Su falta de formación lo llevó a usar materiales poco convencionales. A menudo dibujaba con lo que tenía a mano y con lo que le resultaba cómodo. Usó mucho las biromes rojas y azules, e incluso las biromes policromáticas de ocho colores.