Mayo 2020

Columnas de opinión del Procurador General

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Los sentidos del distanciamiento

Superamos ya los dos meses de vigencia de este período de aislamiento social, preventivo y obligatorio. El Covid-19 continúa afectando al mundo entero en una situación que no conoce de precedentes. Hablamos y consumimos información sobre esta pandemia que parece dominar nuestra vida y conversaciones, pero no sabemos bien como seguirá la emergencia, ni mucho menos cuando cesará.

La incertidumbre y la sensación de vulnerabilidad son dos notas salientes en el estado de ánimo colectivo. Añoramos algunas características de nuestra vida previa a esta etapa que estamos atravesando mientras nos vamos preparando para la llamada “nueva normalidad” que comienza a delinearse. Gradualmente deseamos ir saliendo de esta extendida cuarentena pero es claro que deben medirse adecuadamente los riesgos que ello implica en la propagación y contención de los efectos del virus para que las salidas no terminen en un frustrante retroceso.

Mientras permanecemos en los hogares (es el mejor sitio para transcurrir estos momentos) y tenemos limitado el exterior, podemos aprovechar esta excepcional circunstancia no tan solo para intensificar el encuentro familiar sino también, como lo apuntábamos en la columna del pasado mes de marzo, para procurar crecer en el desarrollo de nuestra vida interior, de muy diversas maneras.

En algún momento, más tarde o más temprano, saldremos de nuestras casas para volver a encontrarnos con nuestros afectos. Retomaremos progresivamente nuestras actividades y la relación presencial con nuestros amigos, vecinos, compañeros de trabajo y de estudio, y con quienes compartíamos hace pocos meses intereses y afinidades. En cualquier caso tenemos ya la certeza de que prevalecerá la regla del distanciamiento.

Convengamos que el empleo de dicho término puede generar inicialmente algún resquemor o contradicción, porque parece oponerse a la cercanía a la que siempre consideramos virtud. Sin embargo, está claro que durante estos días y por un tiempo en adelante, mantener una prudente separación física en la vía pública y en los sitios de encuentro constituye la esperada conducta de respeto y solidaridad hacia el otro. Es el distanciamiento bueno.

Pero es preciso precavernos de que esta sana y prudente recomendación no nos conduzca a la indiferencia y lejanía con nuestros semejantes. A la distancia corporal debemos contraponer la cercanía de los afectos, que implica estrechar vínculos, preocuparse por el prójimo, generar nuevas amistades y reforzar las ya existentes. También no caer en la estigmatización hacia los infectados (todos probablemente nos enfermaremos hasta que aparezca la vacuna) y compadecernos con la situación y sufrimiento de los más débiles y vulnerables. Podemos llegar a sentirnos fatigados mental y emocionalmente, o casi al borde del hartazgo, pero debemos luchar por mantener el equilibrio que supone, entre otras cosas, advertir que muchos otros se encuentran en una situación más comprometida que la nuestra y que podemos seguramente hacer algo para ayudarlos.

Si es verdad que por un tiempo no nos daremos abrazos ni estrecharemos las manos, es preciso que compensemos la lejanía corporal con una mayor cercanía y unión de los corazones.

Los saludo con mi mayor afecto y cordialidad