Junio 2022

Columnas de opinión del Procurador General

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Malvinas, un objetivo permanente e irrenunciable

Durante este año recordamos muy especialmente el 40° aniversario del conflicto bélico en las Islas Malvinas. Se trata no tan solo de mantener viva la llama encendida de esta causa que une a todos los argentinos, sino también de rendir el más alto y cálido homenaje a nuestros héroes de guerra.

Por muchos motivos, Malvinas es una espina clavada en nuestra alma colectiva. Sabemos de las indudables y fundadas razones históricas, geográficas y jurídicas que avalan los derechos argentinos para reivindicar la soberanía territorial sobre las islas. También de las disposiciones de la Organización de Naciones Unidas, en particular la Resolución N° 2.065 del año 1965, que reconocen la existencia de un conflicto de soberanía que se encuadra en una situación colonial, invitando a las partes (el Reino Unido de Gran Bretaña y la República Argentina) a resolver la cuestión teniendo en cuenta los intereses de los habitantes de las islas.

Pese a ello, está claro que el Reino Unido no ha evidenciado disposición alguna para avanzar en este sentido en la solución de la disputa, mucho más todavía luego del resultado del conflicto armado del año 1982. No nos proponemos en estas líneas reflexionar sobre los episodios ocurridos cuatro décadas atrás, pero resulta evidente que la guerra ha significado, al menos hasta aquí, un retroceso manifiesto en el largo proceso de recuperación de los archipiélagos australes para la soberanía nacional.

Como bien lo establece la Constitución Nacional en su disposición transitoria primera al ratificar los legítimos e imprescriptibles derechos soberanos sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes por ser parte del territorio nacional, la recuperación de dichos territorios constituye un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino.

El cumplimiento de esta manda constitucional requiere la adopción de una verdadera política de Estado, lo que no siempre ha ocurrido a lo largo de estos últimos cuarenta años. Ello exige de consensos relevantes, de una adecuada y fina lectura de la política internacional, de capacidad diplomática y una elevada cuota de perseverancia y paciencia y, en última instancia también, de convertirnos en un país confiable para la comunidad internacional, lo que nos brindará una mejor chance de contar con el poder necesario para lograr los acuerdos que nos posibiliten en el futuro alcanzar este preciado logro.

La ejecución de estas políticas de Estado debe estar acompañada por toda la sociedad, que debe vibrar y mantener encendido el fervor por la causa de Malvinas, más allá de las dificultades y de muchos otros graves problemas que padecemos. No hemos tenido en general durante estos cuarenta años un buen balance sobre el significado de la guerra. El reproche que puedan merecer las decisiones políticas que nos llevaron al conflicto armado (incluyendo también muchas aspectos de la estrategia y táctica militar que fueron severamente cuestionados por las propias fuerzas armadas y tuvieron en su momento duras sanciones) nunca debe soslayar el gran reconocimiento que se debe a la enorme proporción de actos de grandeza y valentía que llevaron a cabo los militares y soldados que actuaron durante los combates en cumplimiento del sagrado deber de estar dispuesto a dar la vida en defensa de la Patria. A los veteranos de guerra de Malvinas que viven entre nosotros les debemos rendir un homenaje permanente de gratitud por su entrega, que es preciso manifestar en todos los sentidos posibles.

Tuve hace diecisiete años la inmensa dicha y orgullo de realizar durante tres días una conmovedora visita a las Islas Malvinas, que fue sin dudas el viaje más profundo y comprometedor de todos los que pude haber realizado, cuya crónica quedó reflejada en un artículo publicado en el diario La Nación (https://www.lanacion.com.ar/opinion/malvinas-la-razon-y-la-emocion-nid696979/).

De entre todas las impresiones recogidas en aquella oportunidad, tal como finaliza dicha nota, ninguna es tan fuerte y estremecedora como la que se siente entre las tumbas de nuestros muertos en el cementerio de Darwin. Nuestro imperativo moral es procurar construir un país en serio que alcance un crecimiento sostenido y un desarrollo integral, siguiendo para ello el ejemplo de entrega y amor a la Patria que desplegaron quienes allí descansan. Ese debe ser, en el fondo, nuestro más sentido y merecido homenaje.

Les hago llegar mi más cordial saludo