Pensamientos en Cuarentena

En este texto la autora esboza su sentir y pensar, durante el proceso de adaptación (o no) al aislamiento social. Reflexiona sobre un presente que nos desafía a adoptar una nueva forma de vida, al tiempo que alerta sobre el peligro de olvidar nuestra interacción con el mundo externo al espacio que habitamos. Olvidar, es, de algún modo, olvidarnos.

Compartir en redes

Nueve días y sus horas, minutos y segundos. Nueve noches y tantos aplausos colectivos, a las nueve, cuando la negrura del cielo resalta las luminarias de los balcones, convertidos en preciadas joyas del confinamiento.

Días que no lo son; solo una línea inacabada de tiempo. Un reinvento de la vida; lo que hasta ahora nunca había sido. Inexpertos de esto, que no es rutina y pudiera serlo, si al final nos adaptamos.

Vida de compras intermitentes, como escapadas culposas. Cada uno de esos momentos gloriosos invita a respirar, a observar lo conocido que ahora es nuevo. Las mismas calles, sin su tránsito enloquecido; las veredas de siempre, sin sus niños ni ancianos.

Hay un afuera de peligro latente, ajeno a la maldad del delincuente o a la intrepidez del conductor descarriado; más feroz, más letal. Es la causa de todo y el final de muchos, o el principio de aquellos que han tomado una pausa para recomenzar. Momento de conciencias escudriñando sus saberes y sentires. Intervalo necesario para reajustar el equilibrio perdido y gran recreo para los Seres no humanos, que acabarán humanizando lo que quede.

Día 20, 30 y el doble o más. Las rutinas transcurren entre paredes que garantizan nuestra permanencia. Estamos distanciados pero conectados, ¡bendito sea WhatsApp! Proyectamos menos futuro mientras nos movemos en el ritmo sin apuro del presente. El despertar, el almuerzo, un trabajo a distancia, la tarea escolar; pequeñas grandes ocupaciones por las que orbitamos en cada jornada. Las salidas dejaron de ser una aventura y perdemos la curiosidad por el afuera.

La memoria de los días previos se diluye y es ocupada por los nuevos recuerdos de esta forma de ser y de estar. Comenzamos a dejar de añorar la vida ajena al microcosmos de las habitaciones.

Es de noche. La brisa intrépida, que no se resguarda, ingresa por la ventana abierta de par en par y me invita a abandonar la escritura. Consecuente, me asomo por entre las rejas que separan del abismo. Entonces, escucho los murmullos arremolinados que trae el airecillo de otoño. Cierro los ojos y veo imágenes que brotan como un río descarriado. Son historias, son paisajes, son el recuerdo y la advertencia oportuna. Abro los ojos, y aún con la mirada hundida en la emoción, tomo la firme decisión de no olvidar… que hay Mundo.

Laura Carina Leone – Ciudad de Buenos Aires.