En su escritura, Larreta buscó siempre una perfección imposible. Mártir del estilo, lo prueban los cientos de borradores, las diferentes versiones de La gloria de don Ramiro, las pruebas de galera acribilladas de correcciones. Entre los párrafos irrumpen también figuras, rostros de personajes u objetos, que demuestran que Larreta era ante todo un escritor visual.
En una época donde en España y en América se miraba hacia el pasado buscando las esencias originarias, la novela de Larreta, publicada en 1908, pareció tocar un nervio especial: su protagonista venía del viejo mundo al nuevo para ser redimido; y lo hizo con un estilo arcaico y moderno a la vez, Modernista, que era la estética predominante surgida de la sensibilidad del nicaragüense Rubén Darío.
El museo cuenta con manuscritos de toda la obra larretiana donados por sus descendientes, desde textos primerizos e inéditos como el ensayo que preparaba un joven Enrique sobre los pintores españoles del renacimiento, y que relegó para dedicarse a La Gloria de don Ramiro, o los borradores de la novela limeña que abandonó al comprender que, antes de su llegada a América, su protagonista debía tener un pasado español, llegando hasta sus últimos borradores, trazados con mano temblorosa hacia el final de sus días.