Es octubre de 1987. Fidel Verón (55) está en una fila de más de cinco cuadras de longitud. Espera a ser llamado para una entrevista laboral en la empresa de higiene urbana Cliba. Ve cómo muchos hombres que estaban adelante y detrás de él se van retirando. Él, en cambio, persiste en su lugar y sigue avanzando. Luego de varias horas de espera, le dicen que vuelva otro día, que las entrevistas continuarían en otro momento. Verón se vuelve a presentar y a esperar varias horas de fila. Esta vez llega a las oficinas, le dicen que solamente quedan puestos como barrendero. Se alegra. Siempre había querido ser uno. “Desde chico que veía desde una de las ventanas de mi casa a los trabajadores de la limpieza de mi barrio y me llamaba mucho la atención su labor”, cuenta sin saber muy bien por qué la causa de esa fascinación. “Simplemente veía ahí mi destino”, agrega.
A sus 19 años ya recorría las calles de la Ciudad con su escobillón, su rastrillo y su cesto. Fue pasando por diferentes barrios. Los que más recuerda con cariño son Flores, Balvanera y el de su recorrido actual: Recoleta. A sus 25 tuvo a su primer hijo, Emmanuel, con quien hoy comparte el oficio. Junto con su carrera profesional, Fidel fue construyendo su familia. Paso a paso, cuadra a cuadra, barrida a barrida, casi sin darse cuenta, hace 38 años que realiza su labor como barrendero.
Hace 38 años que Fidel Verón realiza su labor como barrendero de la Ciudad.
FOTO: JUAN MANUEL LAURENS/GCBA
Así como Fidel veía desde su casa a aquellos trabajadores que inspiraron su destino, Emmanuel vio a su padre y desde 2016 se dedica al mismo oficio. “Poder compartir este trabajo con él no tiene precio”, confiesa el joven de 30 años, quien añade: “Es un orgullo verlo trabajar a mi papá y observar todo el esfuerzo que implica esta labor lo vuelve más grande”.
A su vez, Fidel cuenta lo que siente al encontrarse con su hijo: “Me emociona, me pone feliz y cuando lo veo llegar a la Base, me siento muy orgulloso”. Ambos comparten esa palabra: orgullo. Y también pasan tiempo juntos en la Base, el lugar en el que se reúnen los trabajadores de la higiene urbana antes o después de su recorrido y al que consideran una segunda casa. Allí encuentran el apoyo y la escucha de sus compañeros, quienes se han vuelto también una familia.
Desde 2016 que Fidel y Emmanuel Verón comparten el oficio.
FOTO: JUAN MANUEL LAURENS/GCBA
Además, Fidel y Emmanuel manejan una complicidad que ningún compañero de trabajo podrá igualar. “Si llueve mucho, cuidate, no te hagas el pibe”, le suelta Emmanuel los días de tormenta. “Nos vemos cuando salimos”, le recuerda Fidel a su hijo si hay algún plan familiar después de la labor.
El barrendero es una pieza clave en una ciudad como la de Buenos Aires por la que circulan más de seis millones de personas a diario y recibe millones de turistas de todo el mundo. Además, es uno de los pilares fundamentales para cumplimentar uno de los grandes desafíos que se propuso el jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri, para su actual gestión. Y no sólo eso. También son parte de la identidad de cada barrio. “Me considero como un vecino más”, explica Fidel, quien no solamente se encarga de la limpieza de cada calzada, sino que muchas veces funciona como persona de confianza para los vecinos. “Algunos me cuentan sus problemas, sus angustias, sus tristezas y también sus alegrías”. Él encuentra en esas escenas cotidianas lo que para él es el plus de su labor. “Lo más lindo es conocer a la gente y sus historias”, expresa.
“Lo más lindo es conocer a la gente y sus historias”. (Fidel Verón)
FOTO: JUAN MANUEL LAURENS/GCBA
Por otra parte, esa relación con la gente del barrio genera un ida y vuelta muy ameno: “El vínculo con los vecinos es perfecto. Se siente siempre el apoyo y la predisposición para con nosotros. En verano, con las altas temperaturas, siempre se acercan con bebidas frescas”, recuerda agradecido Emmanuel. Actualmente hay 2.700 barrenderos, quienes se encargan de limpiar a diario las más 27.000 calles de las 15 comunas porteñas.
Con respecto al servicio, que está a cargo del Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana, hay calles que se limpian con más frecuencia que otras, dependiendo de la transitabilidad de la misma. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se ocupa del barrido de la calzada, mientras que la misma tarea en la vereda es responsabilidad del frentista. En general, los trabajos se distribuyen de la siguiente manera: de lunes a sábados, durante la mañana se realiza el barrido de todas las cuadras, al menos una vez por día. A veces, durante la tarde, y en ocasiones durante la noche, se refuerzan los sectores de alto tránsito peatonal como son las zonas turísticas, los centros de trasbordo, centros comerciales o gastronómicos.
Actualmente hay 2.700 barrenderos, quienes se encargan de limpiar a diario las más 27.000 calles de las 15 comunas porteñas.
FOTO: JUAN MANUEL LAURENS/GCBA
Ignacio Baistrocchi, ministro de Espacio Público e Higiene Urbana del GCBA, expresó: "Es importante que los vecinos acompañen su compromiso manteniendo los frentes de sus casas en condiciones, embolsando lo que juntan de sus veredas y dejando las bolsas de basura cerradas dentro de los contenedores; siempre de domingo a viernes entre las 19 y las 21, para mejorar en conjunto la gestión del sistema de higiene y tener una Ciudad más limpia y ordenada".
Por otra parte, durante el otoño y las grandes tormentas se refuerza el barrido manual y mecánico, haciendo especial hincapié en la limpieza de los sumideros y los conductos para retirar las hojas y residuos que se hayan acumulado allí e impidan el escurrimiento del agua. De esta manera, y gracias a estos trabajos, se evita que se obstruya la red pluvial y se generen posibles anegamientos en el territorio porteño. “Lo más difícil del trabajo empieza con la llegada del otoño, que es cuando se acumula una gran cantidad de hojas en la calle”, comenta en relación. “Esto nos lleva solamente un poco más de tiempo, ya que siempre estamos con la predisposición necesaria para que quede todo limpio para los vecinos”, concluye.
Fidel y Emmanuel Verón se van instruyendo el uno al otro mientras desarrollan esta tarea fundamental para el funcionamiento y la calidad de vida en la Ciudad. Fidel, con sus 38 años de experiencia, va dejándole sus enseñanzas de vida y trabajo a Emmanuel. Y al mismo tiempo, Emmanuel le transmite la tranquilidad que a veces a su padre le hace falta. “Emmanuel aprende de mí algunas cosas, pero uno también aprende de los hijos”, confiesa Fidel y lo mira a su hijo como si todavía fuese un niño.