Domingo 03 de Noviembre de 2024

Cómo es el trabajo de Javier Suárez, el jardinero mayor del oasis porteño más secreto

Desde hace 9 años es el encargado de cuidar el patrimonio vivo del jardín hispanoislámico del Museo Larreta, en pleno barrio de Belgrano. “Vivo oculto en un paraíso”, confiesa.

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Hay pinturas en las que el autor aparece como un protagonista de su propia obra. Así surge Javier Suárez con su boina y sus lentes redondos a lo John Lennon de entre los arbustos y las plantas que conforman el paisaje del jardín hispanoislámico del Museo de Arte Español Enrique Larreta (Juramento 2291), que él mismo cuida todos los días. Hace 9 años que trabaja en el lugar y desde 2022 es el jardinero mayor del espacio verde más secreto de la Ciudad. Habita con calma la biodiversidad que lo rodea y acompaña. Mientras la observa como si fuese la primera vez, confiesa: “Se puede decir que yo vivo oculto en un paraíso. Es eso lo que más me atrae y llama la atención, poder realizar mi oficio en estrecha armonía con la naturaleza”.

En 2015 Suárez entró siendo la mano derecha de Antonio Sturla, el histórico jardinero del Museo Larreta, quien tras jubilarse le cedió su puesto. De él aprendió los secretos de cada rincón, el ABC de los jardines hispanoislámicos y a cuidar el patrimonio verde que habita ese espacio: 108 árboles, 88 géneros diferentes de herbáceas, un número similar de arbustos y 6 tipos de palmeras, según el último censo realizado en 2019. “Los jardines de este estilo se conforman por cuadrículas geométricas que enmarcan un pedazo de selva virgen. Entonces ese pedazo de selva virgen es el desafío del jardinero: llevar a cabo a un equilibrio entre lo prístino y lo tan tocado por el hombre y asimilar el espíritu de cada espacio verde”, comenta.

"Lo que más me atrae y llama la atención, poder realizar mi oficio en estrecha armonía con la naturaleza”. (Javier Suárez)

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FOTO: MAURO ALFIERI/ GCBA

El jardín está inspirado en los construidos por los árabes en el sur de España y tiene tres características distintivas: una incluye su gran frondosidad, la biodiversidad de especies que hospeda y su modestia. Otra característica es su laberinto, sus caminos angostos, contorneados por setos de boj, unos arbustos que van conformando ese delgado camino que hace que haya un estrecho contacto entre la planta y el visitante. Por último, es intramuros porque siempre se consideraron a los jardines hispanoislámicos como privados. Es sólo para el disfrute del dueño de casa.

“Aquello que lo vuelve único a este jardín es el gusto por la soledad, una frase media filosófica, pero que viene en relación con este estilo de jardines porque el objetivo era justamente que el disfrute sea solamente para una persona”, explica Suárez, quien en varias ocasiones queda como el único habitante del lugar.

Mientras camina por los estrechos laberintos, él no se pierde, sino que parece encontrarse a cada paso con una intimidad y una espiritualidad profunda a la que exclusivamente él pareciera llegar. “La mejor estación del jardín es la primavera, pero también el invierno, el otoño y el verano porque en cada estación hay una flor distinta y renace nuestra esperanza”, reflexiona durante su paseo.

El jardín está inspirado en los construidos por los árabes en el sur de España.

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FOTO: MAURO ALFIERI/ GCBA

Esa conexión íntima con la naturaleza no es casualidad. Suárez viene de un pueblo que se llama General Campos, en Entre Ríos, donde su cotidianeidad implicaba pisar el pasto descalzo, recorrer los campos y descubrir la tierra que lo rodeaba de tanta biodiversidad. Así fue su infancia. Luego comenzó el secundario en una escuela agrotécnica en un pueblo cercano, Colonia La Perla. Allí tuvo sus primeras materias de huerta y jardinería, lombricompuesto, vivero y cuando llegó a Buenos Aires, a los 15 años, ingresó a la Escuela Técnica de Jardinería Cristóbal María Hicken. “Eso fue para mí un descubrimiento. Yo ya tenía un amor por la naturaleza, por las plantas, por los jardines, entonces fue potenciar todo eso que anhelaba”, cuenta. Y añade: “Desde chico ya pensaba que este iba a ser mi trabajo”.

Un trabajo que a sus 28 años lo tiene liderando un equipo integrado también por Hernán Rodríguez, su ayudante, y Matías Gianandrea, el “jefe de compost”, que se encarga de alimentar las tres composteras. Todos los días dan una vuelta por los casi seis mil metros cuadrados que ocupa el jardín y van viendo dónde hay disonancias, es decir, algo que suena mal –cuenta-. Por eso resulta tan importante la armonía, como si cada flor, cada árbol y cada fruto estuviesen interpretando una melodía. Allí donde hay una hoja de palmera donde no debería estar, Suárez interviene como un director de orquesta. Lo mismo si se extendió una maleza o si algún arbusto de los que conforman los laberintos se fue de porte. Desmalezar, podar y limpiar son tareas de todos los días. “Seguimos manteniendo ese espíritu de un jardín que es medieval”, remarca al respecto.

"Aquello que lo vuelve único a este jardín es el gusto por la soledad". (Javier Suárez)

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FOTO: MAURO ALFIERI/ GCBA

Más allá de esta rutina, Suárez siempre le encuentra el lado poético y luminoso a su labor: “Lo más lindo es que yo lo puedo disfrutar esos días en que el jardín está cerrado al público y puedo entrar a las eras - áreas delimitadas por setos- a contemplar, a ver el juego de luces y sombras y los colores de las flores, los insectos, porque me encantan los insectos, y me pongo a sacar fotos y a ver situaciones naturales que son espontáneas y efímeras. La jardinería para mí lo es todo”.

A su vez, esa relación tan particular que tiene con su lugar de trabajo no es egoísta, sino que la comparte en cada visita guiada que brinda dentro del museo. El cuarto jueves de cada mes, a las 12 en punto, Suárez deja por un rato las tijeras para podar y se encarga de hacer una visita guiada para todos los que quieran conocer en profundidad la historia del jardín. “Desde el punto de vista legal, no es un jardín histórico, pero lo tratamos como tal”, señala.

El jardín ocupa casi seis mil metros cuadrados.

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FOTO: MAURO ALFIERI/ GCBA

Este espacio fue algo con lo que soñaron el escritor, académico y diplomático Enrique Larreta y su esposa, Josefina, después de volver de su luna de miel en el sur de España, por el 1900. Estuvieron diez días en Granada y Enrique quedó fascinado con esa cultura tan distinta a la suya. A la vuelta, le propuso a Josefina replicar un trozo de esos hermosos jardines en su casa y de allí su origen. Con respecto a esta faceta de su trabajo, el técnico en jardinería dice: “Yo creo que en particular lo que tiene ser el jardinero mayor de este lugar es principalmente mantenerlo visitable, porque es un jardín público, es uno de los mayores exponentes y el más visitado de la Argentina. También es importante tener la capacidad de estar presente para aquellos visitantes que ingresan y que se tienen que llevar algo”.

El espacio exterior de la gran casona, que tiene exposiciones permanentes de arte español y otras rotativas, está compuesto por 13 eras y en su interior alberga diversos sectores: un pórtico, un área llamada La Fuente de las Ranas, el Patio de Dereojo, la pérgola, la Plaza del Ombú y el Patio del Naranjo. Todos esos rincones son tratados y habitados de manera especial por Suárez, quien entiende la necesidad de la paciencia y la contemplación, esenciales para su cuidado.

Es un jardín público, es uno de los mayores exponentes y es el más visitado de la Argentina.

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FOTO: MAURO ALFIERI/ GCBA

Una cuestión que rompe con el estilo de vida de la gran ciudad que se expande del otro lado de los muros del jardín, a tan solo dos cuadras de la intersección de las avenidas Cabildo y Juramento, en pleno barrio de Belgrano. “Veo el caos que hay afuera, la cantidad de gente, de autos, el ruido y digo pucha, salí, hice media cuadra y recién estaba dentro de un jardín enorme y nadie sabe a veces que hay acá un jardín enorme”, narra. A lo que suma: “Hay muchos vecinos que de pronto no sabían que existía este lugar, que es una excepción. Un oasis dentro de la Ciudad, sí, pero también una excepción y que invita a ser descubierto”.

Suárez se despide, pero sigue enmarcado en su obra, que también es la de otros jardineros y visitantes que han pasado por el jardín tiempos atrás. La vegetación lo abraza, lo recubre, lo oculta. Los cinco sentidos quedan deleitados. Los colores, luces y sombras reconfortan la vista; las plantas aromáticas y el perfume de las flores animan el olfato; el susurro del agua y del viento componen junto con el canto de las aves y el aleteo de los insectos una canción; las texturas de las hojas y cortezas se prestan al tacto; y el gusto se alimenta con el sabor de los nísperos, el membrillo y las naranjas. Los caminos decorados con olambrillas, los muros, las fuentes y las galerías adornadas de elaborados azulejos completan el paisaje. Cada elemento sabe que al otro día volverá aquél hombre, sin importar la lluvia, el frío, el sol o el calor agobiante. Y lo esperan, como se espera a aquella persona que te cuida.

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