“Todos somos genios, pero si le pides a un pez que trepe a un árbol pasará su vida sintiéndose estúpido”. Esa frase, de autoría incierta pero de conocimiento popular, podría resumir a la perfección cómo es el trabajo de los docentes de la Escuela de Sordos que funciona dentro del Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, ubicado en Villa del Parque (Avenida Segurola 1949).
El establecimiento forma parte del sistema educativo del Gobierno porteño e imparte los mismos contenidos que la escuela común pero utiliza metodologías pedagógicas adecuadas a las necesidades de los chicos con trastornos de la audición.
Tiene la particularidad de ser la única en la Ciudad con perfil oralista. Es decir, que allí los chicos aprenden a través del lenguaje oral y logran hablar, dejando al sistema de señas, de uso habitual en estos casos, sólo como un complemento.
La Escuela de Sordos brinda atención temprana y educación de nivel inicial y primaria en dos turnos: por la mañana de 8 a 12, horario en el que se les sirve el desayuno, y por la tarde, de 13 a 17, momento en que se les da la merienda. Ambas comidas son supervisadas por nutricionistas.
Al jardín especial asisten niños con trastornos y retrasos tanto en la adquisición del lenguaje como a nivel madurativo. Y a la Escuela de Sordos van niños hipoacúsicos y sin audición.
La Escuela de Sordos busca formar integralmente a los niños, con metodologías pedagógicas adecuadas a sus necesidades educativas especiales.
El establecimiento cuenta además con el Servicio de Pedagogía Asistencial, que brinda atención integral al niño discapacitado, a través de un equipo interdisciplinario con evaluación permanente del paciente - alumno.
“En particular trabajamos todo lo que necesitan para suplantar lo que les falta de la audición; eso significa que nos enfocamos en su resto auditivo”, explica Mariana Biscione, la directora de la escuela. “Nosotras, las maestras, nos ocupamos de que entiendan que este es un lugar donde pueden ser felices y el resultado nos da mucha alegría”.
También hay talleres de apoyo para alumnos que ya están integrados a la escuela común. En ellos, se trabajan los contenidos de la currícula escolar haciendo foco en aspectos del lenguaje: morfología, fonoaudiología, sintaxis y todo lo necesario para el desarrollo del habla.
Lucas tiene 13 años y está en séptimo grado. Le gusta lengua y matemáticas “pero a veces se me complican las divisiones de cinco cifras que me hace Virginia, mi profe”, confiesa.
Las maestras hacen orgulloso hincapié en el distintivo de la escuela porque “les permite a los chicos que egresan, insertarse en una escuela secundaria común”, y por supuesto, al ámbito sociocultural y laboral. “El año que viene voy a ir a la escuela Gabriela Mistral y me gustaría trabajar en computación”, cuenta entusiasmada, Ana (16).
El establecimiento tiene 172 alumnos y un promedio de 6 de ellos por clase. El trabajo es muy personalizado. Fabiana Castellari, psicopedagoga del lugar, explica que "se hace un seguimiento de los chicos”.
Pero no sólo ellos reciben atención. Sus padres y familiares son integrados al proceso educativo terapéutico. Reciben orientación, apoyo y adiestramiento del resto auditivo para continuar con el proceso en casa.