De la familia Asparagaceae, es una especie endémica de Madeira, Canarias, Cabo Verde y el Anti-Atlas marroquí. Las subpoblaciones silvestres de “sangre de drago” como se lo conoce, han estado en declive durante mucho tiempo. La especie está presente en cinco de las siete islas de Canarias y la población total se reduce a unos pocos cientos de árboles. En Madeira y Porto Santo, en el pasado fue un componente importante de la vegetación en las zonas más áridas, pero actualmente se reduce a dos individuos en la naturaleza. En estado natural suele sobrevivir en lugares inaccesibles, como andenes recónditos y repisas de risco verticales. En general prefiere las zonas que reciben la influencia húmeda de los alisios y otros lugares con humedad, y se desarrolla preferentemente entre los 100 y los 700 m de altitud. Es declarada vulnerable por IUCN.
Es una planta de porte arbóreo aunque sin leño que puede alcanzar más de 20 m de altura. Se caracteriza por sus raíces áreas, que a veces llegan a fusionarse con el grueso y erecto tronco por su parte basal, y su ramificación dicotómica, que solo tiene lugar tras el proceso de floración. Por ello, los dragos sin ramificar no han alcanzado la madurez sexual, mientras que los ejemplares viejos suelen tener una copa muy ramificada, en forma de abanico. La corteza muestra una mezcla de tonalidades rojizas, grises e incluso plateadas, y es casi lisa. De hojas simples, hasta de 60 cm de longitud, planas, afiladas, coriáceas, flexibles, de color verde blanquecino y con forma de espada. Aparecen agrupadas en penachos muy compactos al final del tronco o las ramas, a los que se unen a través de una especie de vaina de color anaranjado. Durante el verano, brotan grandes inflorescencias muy ramosas y con muchas flores que atraen a las abejas por su néctar y polen. Las flores son hermafroditas, de color blanco cremoso, a veces con matices rosados. Los frutos son bayas carnosas, esféricas, hasta de 1,5 cm de diámetro y de color anaranjado al madurar. Albergan 1 o 2 semillas.
La savia de esta planta enrojece en contacto con el aire, de allí su nombre vulgar “sangre de drago”. Fue muy popular entre los aborígenes canarios, que la aprovecharon con fines curativos, en la momificación de cadáveres, para impermeabilizar bolsos o mochilas y como tinte capilar. Las hojas y raíces se usaron en cestería, cordelería o para confeccionar redes de pesca. Además, en Gran Canaria y Tenerife se fabricaron ataúdes con su corteza y yacijas funerarias con sus hojas, lo que atestigua la importancia simbólica de esta especie para la población del archipiélago. Las propiedades tintóreas y farmacológicas del drago hicieron que esta especie fuese conocida en la Roma Imperial, hace ya prácticamente 2000 años. Así, Plinio, en su Historia Natural, hace referencia a esta savia y comenta que procede de las Islas Afortunadas. En Tenerife, el drago de Icod de los Vinos es considerado como el más antiguo del archipiélago, con más 800 años de vida; mide más de 16 metros de altura y posee una base de unos 20 metros de circunferencia.
El nombre del género Dracaena procede del griego drakaina, que significa dragona o serpiente, más exactamente la expresión ‘sangre de dragón’ que recibía su savia. Cuenta la mitología que Ladón, el dragón milenario muerto por Atlas y que vigilaba el Jardín de las Hespérides, sigue vivo en sus hijos: los árboles llamados dragos. Según la leyenda, la sangre que manaba de las heridas mortales del dragón cayó sobre las Islas Canarias (tierras en las que se ubicaba al Jardín de las Hespérides), y de cada gota creció un drago. Estos árboles tienen un grueso tronco del cual surge, de pronto, un racimo de ramas retorcidas que parecen las cien cabezas de Ladón.
En el área de monocotiledóneas del jardín puede conocerlo.