Hace algunos años trabajaba en la Sociedad Protectora de Animales de un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Desde allí, intentábamos salvar algunos de los muchos perros que llegaban en malas condiciones. Una mañana, desde la Intendencia, nos avisaron que debíamos ir al hospital comunal a buscar a dos posibles huéspedes que habían sido vistos por el intendente en una de sus visitas y que debido a medidas higiénicas, no podían estar allí. La ardua tarea me toco a mí.
Hacia allí fui dispuesta a llevármelos y encontrarles un nuevo hogar, previo paso por el refugio de la protectora del pueblo. Apenas entré al gran edificio, divisé un bollito de pelos blancos y negros, enroscado en un rincón. Me quedé allí observándolo. Dormitaba. Algunos de los médicos y enfermeras, al pasar, se detenían a acariciarlo o le decían alguna palabra cariñosa que él recibía levantando la cabeza o con un simple movimiento de cola. En ese momento, por alguna razón, pensé que no me resultaría tan fácil sacarlo de allí. Me acerqué a un mostrador adonde había una mujer y señalé al animal en cuestión. “Ah, Corbatita, sí, vive aquí. No se quiere mover. Hemos intentado llevarlo, pero no hay caso” me dijo amablemente. Mirándola fijo y sin demasiadas ganas, le comuniqué que eran órdenes de la intendencia de sacar los perros del hospital y que tendría que llevármelo. Fue entonces cuando me contó su historia: “Corbatita llegó con el viejo Méndez, quien murió a los tres días, pero él lo sigue esperando, no se va a mover”.
Bien, me dije, preguntemos por el segundo animal en cuestión. Formulé mi pregunta. Ya con recelo y pocas ganas de dar tantas explicaciones, la mujer me contestó que estaba en el patio, pues acompañaba a un niño que había sufrido un accidente y hacía su rehabilitación. Me explicó que tanto los médicos como las enfermeras, consideraban que la presencia del perro colaboraba con la recuperación del niño, para el cual su amigo de cuatro patas era imprescindible. “A veces tenemos que esconderlo” terminó confesándome.
No nos interesa aquí como terminó esta historia, que les aseguro tuvo un final feliz y justo para todos. Pero lo cierto es que salí de allí con lágrimas en los ojos…. El hospital entero había cerrado un círculo para proteger a estos animales, conmovidos por su lealtad. En su simpleza habían despertado los mejores sentimientos en todo ese grupo humano que aceptaba la lección y los protegía, comportándose con la misma lealtad hacia ellos.
Creo que el mejor homenaje que podemos hacer en el Día del Animal es reflexionar acerca de nuestras propias actitudes hacia los animales. Ya lo decía Mahatma Gandhi: “Un país puede juzgarse por la forma en que trata a sus animales”.