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Adiós a las fiestas populares

Este apartado ofrece una visión global y sintética de una etapa de transformaciones graduales que se consolidan hacia fines del siglo XX y cristalizan definitivamente hacia 1910 con la celebración del primer Centenario de la Revolución de Mayo, cuyo tratamiento merece, sin duda, un capítulo especial.

El carácter espontáneo y popular de las fiestas mayas se conservó durante cierto tiempo. Todavía a comienzos de la década de 1880 se seguían organizando los mismos juegos con participación masiva y entusiasta de la población. Según fuentes de la época, la diversión continuaba siendo un aspecto central de la fiesta sea con el juego del palo enjabonado, la carrera de sortijas, los juegos de azar, fuegos artificiales o con espectáculos circenses y de payasos. Para esos tiempos, en la plaza Once de Septiembre59 había un circo y se hacía la corrida de cerdos con la cola pelada y enjabonada, había cucañas, calesitas, acróbatas y bandas de música. Buenos Aires tenía iluminación a gas y ferrocarril, pero las fiestas mayas conservaban todavía su carácter tradicional y pueblerino.

A lo largo de la década de 1880, las formas de conmemorar las fechas patrias comienzan a cambiar significativamente. Los cambios están relacionados con las transformaciones que experimentó la Argentina. Se habían producido acontecimientos decisivos para la conformación del Estado nacional, como la llamada “Campaña al Desierto” en 1879 y la federalización de la ciudad de Buenos Aires. Estaban llegando al puerto de Buenos Aires nutridos contingentes de extranjeros dispuestos a establecerse en el país. Un gobierno nacional triunfante organizaba entonces la celebración en una Buenos Aires que se había convertido en la capital del Estado Nación. La ciudad había crecido considerablemente y el aporte de los extranjeros impactaba en las costumbres y las identidades de los habitantes.

Las fiestas patrias se tornaron solemnes. Los actos centrales tenían lugar en la ciudad de Buenos Aires, flamante capital del nuevo estado nacional, y se replicaban en las capitales de las provincias, y en otras ciudades y pueblos del país. Desde entonces, al presidente de la Nación, acompañado de otras autoridades nacionales, encabezaba la conmemoración.

Además de la tradicional misa con Tedeum, desfilaba por las calles del centro el Ejército Nacional saludando a las autoridades ubicadas en un palco oficial, y adquiría una relevancia nueva el discurso del presidente de la Nación. En las plazas del centro, la población dejó de ser protagonista y pasó a ser mera espectadora. La diversión y las actividades populares se desplazaron hacia los barrios y pueblos suburbanos, donde se mantuvieron por más tiempo.

La Argentina se insertaba con éxito en el mundo como un gran exportador de materias primas y alimentos. Las nuevas formas de la conmemoración se relacionan con la imagen que desde la presidencia de Roca en adelante, los gobiernos de la nación querían ofrecer hacia el exterior: la de un país moderno y ordenado, dispuesto y preparado para emprender el rumbo del progreso.

Una señal de alarma: la indiferencia

Diferentes autores60 comentan que, durante la década de 1880, los diarios comenzaron a reflejar la falta de entusiasmo popular por las fiestas patrias. Los periodistas consideraban alarmante la indiferencia de la población y recordaban con nostalgia la alegría y el fervor de la fiesta en tiempos pasados.

Al mismo tiempo, las diferentes comunidades de extranjeros organizaban sus propios festejos para conmemorar sucesos de su historia y homenajear a sus propios héroes. Las fiestas de los italianos eran las más imponentes, con coros de niños de las escuelas italianas, con música a cargo de bandas de los bomberos, bailes y entretenimientos. Los extranjeros por entonces superaban con creces la mitad de la población de la ciudad y su presencia desafiaba la pretendida homogeneidad de la nación. Además de sus fiestas, las distintas comunidades tenían también sus escuelas, sus diarios y sus asociaciones.

En este contexto, las fiestas cívicas cambiaron. En la Plaza de Mayo, con la presencia de las autoridades y los desfiles militares, el Estado hegemonizó los festejos dándoles un contenido nacionalista. Fue, posiblemente, su forma de responder a la cada vez mayor presencia de inmigrantes que impactaba fuertemente en la cultura y diversificaba las identidades de la población.

Pero los cambios en las costumbres nunca son lineales. Por el contrario, en el año 1884, por ejemplo, el entusiasmo popular reapareció a raíz de la reinauguración de la Plaza de Mayo. Hubo un desfile militar imponente y la gente se agolpó en los balcones de los edificios que rodeaban la plaza y por las calles aledañas.

Una iniciativa para combatir la indiferencia

En el diario La Prensa del 25 de mayo de 1887 se lee una nota que describía con detalle y entusiasmo la iniciativa de Pablo Pizzurno, entonces director de escuela. Pizzurno “cumplió el día 24 con el deber cívico de patriotismo. Reunió a los niños de la escuela y les explicó el acontecimiento glorioso que la patria celebra… En seguida los condujo al patio, en donde había enarbolado una bandera nacional ante la cual los niños declamaron versos patrióticos… cantaron el himno nacional… la fiesta fue verdaderamente hermosa. El señor Pizzurno… es digno de un elogio especial por la feliz inspiración que tuvo”.

Es probable que el cronista entreviera que el festejo escolar podía salir a la calles y a las plazas y convertirse en una herramienta eficaz para revitalizar el sentimiento patriótico en el conjunto de la sociedad. En julio de ese mismo año, la iniciativa de Pizzurno fue incorporada en la organización de los festejos oficiales del aniversario de la Independencia.

Resultó un éxito; la Plaza de Mayo se llenó de gente. Un coro de más de 300 niños que iba a cantar el Himno en la plaza cuando terminara el Tedeum era la mayor atracción. El programa se frustró por problemas en la organización. Como el jefe de policía no envió la banda de bomberos, los niños cantaron acompañados por la banda de instrumentos de los niños del Asilo. El público protestó porque las voces no se escuchaban y, finalmente, no se pudo cantar el Himno. Para el año siguiente se subsanaron los problemas, la banda de bomberos tocó y el coro de niños cantó dirigido por el profesor Furlotti, el más reconocido director de coros de la ciudad.

En 1888, los niños participaron uniformados y armados como soldados junto a los cuerpos del ejército.63 El vestuario y las armas para los niños fueron provistos por el Consejo Nacional de Educación. Se designaron oficiales del Ejército argentino para que se encargaran de entrenarlos.

Al año siguiente, en un escenario político conflictivo, la élite dirigente apostó a la fiesta como herramienta para crear y reforzar una identidad nacional, y los escolares fueron ubicados para ser el centro de atracción. Dos datos de contexto resultan relevantes. A escala nacional, la crisis de legitimidad y la oposición al régimen oligárquico fraudulento.64 A escala internacional, la celebración del Centenario de la Revolución Francesa como modelo a imitar.

¿Cómo hacer para que los inmigrantes y las nuevas generaciones se vinculen e identifiquen con un pasado argentino? La élite se propuso construir y difundir una imagen del pasado de la patria, heroico y unánime, que funcionara como modelo para las nuevas generaciones. Desde el Estado surgieron distintas iniciativas para “despertar” o “encender” el sentimiento de amor a la patria trazando un puente entre el pasado y el presente. La escuela era importante pero no alcanzaba, entre otras razones porque solo una parte de los niños estudiaba y, además, la Historia se enseñaba en los grados superiores, donde llegaban aun menos alumnos. Además, muchas familias optaban por las escuelas de colectividades extranjeras donde sus hijos aprendían otras historias patrias.

¿Por qué la historia? Porque un pasado común y compartido es un factor de peso en la construcción de las identidades. Ese pasado común tomó la forma de un discurso histórico, un relato nacional protagonizado por hombres excepcionales, que encarnaban el alma de la nación. La enseñanza de la historia tradicional sin disensos ni conflictos, donde prima la armonía y la unanimidad, tenía un objetivo fundamentalmente identitario.

La élite motorizó la multiplicación de las escuelas públicas, la revisión de los planes de estudio, la reglamentación de los actos escolares y otros rituales patrióticos en las escuelas y conmemoraciones oficiales. Se ocupó además de la construcción de museos para reunir y conservar lo que se definía como patrimonio, como el Museo Histórico Nacional (1889), monumentos para homenaje de próceres, representación de ideas y valores.

Hasta entonces, Buenos Aires contaba con muy pocos lugares y objetos de culto a la patria. La Plaza de Mayo, remodelada y reinaugurada en 1884 con su pirámide, una estatua de Belgrano (1873), una de San Martín (1862), en 1880 se construyó el mausoleo donde hasta hoy se conservan sus restos en la Catedral. En las últimas décadas del siglo, una relectura del pasado en esta clave se reprodujo de múltiples maneras para despertar el sentimiento nacional y producir la imagen de una identidad homogénea en una sociedad marcada por la diversidad cultural y religiosa y la desigualdad social. Ricos y pobres, nativos y extranjeros se debían fundir (y esa es la idea del crisol de razas) y convertirse en argentinos. El recambio generacional es algo que la élite tenía muy en cuenta. Por ejemplo, el presidente Juárez Celman (1888-1890) sostuvo que era importante construir nuevos monumentos porque ya casi no quedaban sobrevivientes de aquel pasado heroico que pudieran asegurar la transmisión de ese tesoro simbólico. Le preocupaba la posibilidad de que con la muerte de los últimos testigos desapareciera el vínculo con el pasado patrio.

En 1891, el Consejo Nacional de Educación reglamentó minuciosamente los actos escolares. Los festejos se debían realizar en las plazas y paseos de la ciudad. La estrategia consistía en que, en torno de los batallones integrados por los alumnos que desfilaban y cantaban el Himno, se congregaran las familias y vecinos, y se revitalizara así el sentimiento patriótico.

Con estas fuentes el maestro puede reconstruir con sus alumnos la idea de solemnidad de la conmemoración y sus principales protagonistas a fines del siglo XIX y principios del XX. El escenario, las personas y lo que están haciendo, comparados con sus similares en las fuentes sobre las Fiestas Mayas son aspectos a tener en cuenta para definir las características de la celebración en cada momento, formular algunas anticipaciones sobre las razones de las permanencias y cambios, para luego contrastar con la información que suministre el docente.

Se puede atender a la formulación del problema entre todos (la multiplicidad cultural y el riesgo de la carencia de una identidad “argentina”), y realizar una simple enunciación de causas y consecuencias en un esquema. Pero también es interesante ubicar causas de diferente jerarquía, o “causas de causas”, “relaciones entre causas” o clasificaciones de causas (atendiendo a las dimensiones de análisis económicas, políticas, sociales y culturales). Cualquiera que sea, esta tarea se facilita con la utilización de tarjetitas en cada una de las cuales se escriba una causa o consecuencia (por ejemplo: “estabilidad política”, “inmigración de españoles e italianos”, “cambios culturales”, “gustos europeizantes de la élite”, “riesgo de inexistencia de una identidad argentina”, entre muchos otros). Se pueden ir reuniendo las tarjetas en tres sobres (es importante que el primero, más breve y más sencillo que los otros, permita estructurar la base del esquema) e irlos entregando de a uno a medida que los grupos finalicen con el anterior.

La consigna, si es que se desea analizar el entramado causal, pedirá a los alumnos que acuerden con sus compañeros el significado de lo que cada tarjeta enuncia y las vayan ordenando sobre la mesa según las relaciones causales que establezcan. Este ejercicio permite el desarrollo de lógicas de ordenamiento diferentes, por lo que el maestro necesariamente pasará por las mesas para apoyar la tarea, formular preguntas que lleven a los alumnos a argumentar y repensar las decisiones tomadas. Es frecuente que, en este tipo de trabajos los estudiantes tiendan a establecer relaciones lineales y es también el maestro el encargado de ponerlo en evidencia y mostrar otras relaciones posibles que van conformando una red.

Con frecuencia, esta actividad genera inquietudes y da lugar a diferentes “soluciones posibles” por lo cual el ritmo de la clase suele ser considerablemente dinámico. Es importante medir la cantidad de tarjetas a entregar en razón de las características del grupo, de modo de no saturar su atención y bloquear la realización de una puesta en común acerca del tema tratado y sobre la importancia de la multicausalidad cuando se estudian cuestiones sociales.