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En Educación Inicial

Aprender para enseñar

Editorial
Puentes
por Patricia Redondo

Cada día las puertas de nuestros jardines se abren para recibir a la primera infancia. También se abre la posibilidad y la responsabilidad de educar a los más pequeños, que realizan su primera experiencia escolar. Si bien éste es un acto que repetimos a diario, cabe preguntarnos ¿qué significa abrir esa puerta?, y pensar juntos ¿a qué damos lugar? y ¿a quién y a quiénes damos lugar?
Reflexionando sobre nuestra función educativa, social y cultural, "hacer lugar" puede convertirse en una de las claves para asumir la responsabilidad de la educación inicial en este momento histórico.

Si bien la educación inicial incluye en su historia una importante tradición de vínculo con las familias compartiendo la educación de los primeros años de vida de los niños, no siempre reconocemos y legitimamos del mismo modo los diferentes grupos familiares con los cuales trabajamos. En muchos casos, añoramos un modelo de familia que, justamente en tanto modelo, reduce y normatiza nuestra mirada, restando capacidad de intervención a nuestra propuesta educativa.

Este primer número de Aprender para enseñar intenta repensar nuestras prácticas institucionales y pedagógicas a partir de conocer y compartir sintéticamente otras experiencias que, junto con las familias y la comunidad, se están desplegando en nuestras instituciones.

Es necesario señalar que las dificultades que atraviesan las familias y el agravamiento de las condiciones de vida de sus niños y niñas resuenan en el jardín y conforman diferentes realidades educativas. El jardín de infantes se constituye en un espacio por demás necesario y relevante, tanto para ofrecer el máximo de oportunidades educativas a los niños, como para tender la mayor cantidad de lazos con las familias y las comunidades. La potencialidad y proyección de nuestro trabajo dependerá de cuánto conozcamos y valoremos la comunidad en la que nos encontramos, entrelazando vínculos, afirmando y poniendo en marcha proyectos que incluyan a los grupos familiares y a otras organizaciones y movimientos sociales con los cuales podamos compartir el territorio común de la educación.

Parafraseando al filósofo contemporáneo Jacques Derrida, podríamos pensar que hacer lugar es abrir la puerta del jardín y dejar al otro llegar, dejarlo venir. Por lo tanto, hacer lugar a la comunidad en cada jardín de infantes representa, en cada barrio, contornear/conformar un espacio material y simbólico en el cual aunar, multiplicar esfuerzos. ¿Por qué? Porque nuestra principal tarea como educadores y educadoras del nivel inicial es enseñar, develar gradualmente el mundo a los niños, posibilitar y sostener el aprender. Semejante tarea no es posible en soledad y menos aún desde la vereda de enfrente de las familias y la comunidad.

Es en los múltiples "puentes" que unos y otros decidamos construir y cruzar que esta tarea es posible, porque como Córtazar lo expresa: un puente no es un puente si no hay un hombre o una mujer que lo crucen.

Volvemos al punto del que partimos, el abrir la puerta del jardín de infantes cada día. Busquemos que ese gesto cotidiano se cargue de sentidos y que en ese pasaje entre el afuera y el adentro podamos instalar, habilitar, permitir y producir el diálogo necesario entre la comunidad y el jardín.

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