Mientras recorría el camino hacia el poblado de Coranzulí, subí sus increíbles cerros y observé pequeñas casas de adobe con corrales que salpicaban la Puna silenciosa, solitaria. Entre cerros, marrones y rojizos con un cielo intensamente celeste, entré a zonas del camino llanas y también aparecían ante mí pequeñas ondulaciones blanquecinas anunciando un lugar de aguas termales.
Al ir ascendiendo, el viento y el frío se fueron acentuando y se fue haciendo la noche. Y así llegué a Coranzulí, pequeño poblado en las alturas de los cerros. Allí fui a la Iglesia, en busca de obras de Hermógenes. Sabía que él iba allí de vez en cuando, a pie.Veía esos lugares en los cuales se aventuraba en medio del clima inclemente y la soledad, acompañado de su madrecita (la Virgen María), como decía, para ir a ayudar a la gente y para entregar o restaurar alguna obra.
El viaje fue por momentos aterrador, por lo escarpado y por las dificultades que encontré. En fin, aventuras que corrí en pos de encontrar obras, de ver y descubrir. Solo mi pasión pudo haberme llevado hasta allí.