
En Argentina, un informe reciente de UNICEF revela que una mayoría de los jóvenes de entre 9 y 17 años conoce las aplicaciones generativas, como ChatGPT, y que más de la mitad ha usado herramientas de IA al menos una vez. De esos usuarios, 2 de cada 3 lo hacen con fines escolares.
A nivel mundial, la adopción de estas herramientas sube con rapidez. El porcentaje de adolescentes que recurrieron a ChatGPT para tareas escolares se duplicó en dos años, pasando del 13% en 2023 al 26% en 2025, según revela la medidora internacional Pew Research Center.
La IA está incorporada en los procesos de aprendizaje y en las prácticas de búsqueda de información de los jóvenes. Pero la presencia no es neutral, trae beneficios claros (acceso rápido a información, apoyo para practicar ideas, generación de borradores) y riesgos reales (desinformación, dependencia, pérdida de voz propia, uso inadecuado en tareas evaluadas).
¿Cómo convivir con estas herramientas sin que terminen decidiendo por los adolescentes o anulando su creatividad?
Proponemos tres ejes prácticos para la convivencia saludable.
1- Enseñar alfabetización crítica y procesos. No sólo técnicas.
Conocer que una respuesta proviene de un modelo predictivo no alcanza; hace falta entender límites, sesgos, errores, falta de contexto y potenciales datos desactualizados.
Por tal motivo, las escuelas y las familias pueden transformar el uso de la IA en una práctica acompañada de cotejar fuentes, reformular preguntas y comparar respuestas.
2- Recuperar espacios y tiempos libres de IA para proteger la voz propia.
La creatividad aparece cuando hay tiempo para divagar, equivocarse y volver a intentar sin un “corrector automático” que homogenice el estilo. Propuestas simples, como consignas de escritura sin asistencia digital, trabajos creativos presenciales o diarios personales manuales, resguardan la originalidad y la confianza.
Además, promover la reflexión sobre la intención detrás de cada búsqueda ayuda a que la herramienta sirva al proyecto del joven, y no al revés.
3- Diseñar acuerdos y rutinas de uso con límites claros.
Un marco de rutinas compartido en casa y en la escuela puede reducir malos entendidos y fomentar la responsabilidad. Estas rutinas pueden incluir: identificar qué parte de una tarea fue construida con IA, explicar cómo se usó y proponer mejoras personales sobre lo generado. Estas prácticas enseñan la toma de decisiones conscientes y ética digital.
A su vez, conviene reconocer la dimensión afectiva, ya que para muchos adolescentes la IA es compañía, ensayo o práctica social. Estudios recientes muestran que una parte significativa de jóvenes experimenta con chatbots como apoyo conversacional o para ensayar interacciones; esto obliga a pensar dispositivos de contención y educación emocional que no deleguen en la máquina cuestiones de salud mental.
El 9% afirma que es más fácil hablar con bots de IA que con otras personas.

Los adolescentes están empezando a practicar la socialización a través de la inteligencia artificial, ya que 2 de cada 5 usuarios de IA aplican a sus vidas las habilidades que practicaron con el chat. El 18% inicia conversaciones con frecuencia, el 14% reconoce pedirle consejos y el 13 % le expresa sus emociones.
Por tal motivo, una convivencia saludable con la IA pasa por promover el pensamiento crítico, preservar espacios de creatividad off-line y acordar normas de uso que incentiven a los jóvenes a tener el protagonismo de las decisiones.
Para las instituciones que acompañan a adolescentes, como las escuelas, espacios de recreación y familias, el desafío es convertir a la IA en una herramienta que amplifique capacidades, no en un atajo.
Por tal motivo, el Ministerio de Educación presentó tres materiales claves para acompañar la incorporación ética, crítica y pedagógica de la inteligencia artificial en las escuelas. Tocá acá para conocerlos.
Si hacemos de la alfabetización digital una prioridad, los jóvenes podrán aprovechar lo mejor de la tecnología sin que ésta determine su ser y su hacer.